Entre los dirigentes de los clubes del Ascenso, la Superliga tiene un nombre menos pomposo y más catastrófico: la llaman Superquiebra. El nuevo esquema de torneo, autónomo de una desangrada Asociación del Fútbol Argentino, fue votado esta semana por una mayoría de clubes de Primera. Eso alcanzó para que fuera aprobado, pero no significa ni de cerca que exista un consenso entre los dirigentes acerca de su implementación. De hecho, la criatura que se acaba de parir en el fútbol argentino nace huérfana: lo que sería la segunda categoría de la Superliga, la B Nacional, todavía se resiste y pone condiciones para aceptar el cambio.
Los dirigentes de los clubes más grandes salieron exultantes de la reunión del último viernes y hablaron de día histórico, como se llegó a emocionar el presidente de Racing, Víctor Blanco. Pero el Ascenso seguía parapetado. «No vamos a firmar en contra del interés de nuestros clubes. Acá no tenemos voz ni voto y la Superliga no está en la agenda del Nacional», dijo Daniel Ferreiro, presidente de Nueva Chicago, el más efusivo de la resistencia. «Algunos se tienen que dar cuenta de que el Virreinato finalizó en 1810 y que ya no hay voto calificado», agregó.
La queja concreta tiene dos puntas. La principal es el reparto de los futuros ingresos de la Superliga, que hoy se estableció en un 12% para la B Nacional, integrada por 23 equipos. Los dirigentes quieren que esa porción llegue a 25 por ciento. Un reajuste en ese aspecto acercará posiciones, pero además, los clubes del Ascenso entienden que la Superliga los pone bajo dominio de los más grandes, sin voz ni voto en las decisiones que se tomen dentro del nuevo organismo, un espejo de la Liga Fútbol Profesional de España.
El Ascenso, que tendrá una reunión este martes para consolidar su posición, tiene su propia fortaleza: los clubes grandes lo necesitan para terminar de conformar la Superliga. Es todo lo que hará valer en las negociaciones, más allá de que los dirigentes de Primera hayan asegurado en estas horas que la creación del nuevo torneo es una realidad inexorable. «No hay vuelta atrás», aseguran entre los más entusiastas, y hasta mantienen un nombre como posible presidente del torneo: Marcelo De Luca, actual revisor de cuentas de Estudiantes de La Plata.
Los dirigentes del Ascenso sostienen que ni siquiera el martes discutirán sobre la Superliga, como explicó ayer Jorge Milano, presidente de Villa Dálmine, en una entrevista con el programa Puro Fútbol de FM Late: «El Ascenso no tiene idea de lo que es la Superliga. Nunca nos invitaron a una reunión.» Y arremetió contra Daniel Angelici, presidente de Boca y uno de los operadores del PRO en el fútbol: «¿Quién es Angelici para amenazar a los equipos con crear una liga paralela? Que se banque estar afuera de la Copa.» Lo hizo en referencia a la insólita advertencia de empresario binguero acerca de que si Boca no se clasificaba a la Copa Sudamericana, podría armar una copa paralela.
A los tragos amargos que le deparó el equipo de Guillermo Barros Schelotto esta semana, a Angelici se le suma la resistencia que consigue entre sus colegas. Para avanzar con la Superliga, por ejemplo, el presidente de Boca tuvo que sacrificar en el estatuto fundacional el ingreso de las Sociedades Anónimas, un requisito que le impusieron sus colegas de River y San Lorenzo, Rodolfo D’Onofrio y Matías Lammens. Aunque esa pequeña derrota no desanima al Gobierno de Cambiemos en su idea de que los clubes se conviertan en empresas. Mauricio Macri está dispuesto a todo para imponer desde la Casa Rosada lo que no pudo hacer desde Boca.
Mientras tanto, el Comité de Regularización que encabeza Armando Pérez sigue a los tumbos. Todavía falta avanzar en las modificaciones estatutarias que den paso a las elecciones. Y entre todo eso, ningún dirigente salió a respaldar a Hernán Lewin, que esta semana renuncia a la presidencia por los aprietes de la barra. Todo siguió como si nada. Con un silencio y un todo pasa bien grondonista.