El fútbol, escribió hace tiempo el español Javier Marías, es la recuperación semanal de la infancia. Se trata de una cita recurrente para explicar lo que nos pasa con el juego pero aplica, sobre todo, a lo que nos pasa con nuestros equipos. Más que la recuperación de nuestra infancia, la maratón de partidos de Copa Libertadores con clubes argentinos alcanzó para ser el recuerdo breve y confuso de lo que alguna vez fue nuestra normalidad, la pre pandemia.
Ningún hincha argentino había vuelto a experimentar durante estos seis meses, los que pasaron desde el primer día de cuarentena, la sensación de nervios y ansiedad que se producen en las horas previas a las que juega su equipo. Tampoco el grito de gol, salvo alguno ajeno con la excusa de lo cercano como toda búsqueda de éxtasis. Fue lo que se tuvo a mano, el fútbol como arte de lo posible. Hasta habíamos dejado de experimentar el sufrimiento, que tiene lo suyo. «Sufrir por fútbol es hermoso», escribió Andrés Burgo, periodista, hincha de River, mientras su equipo se debatía con San Pablo.
Todo esto en una contradicción. Algo así como el hincha y el ciudadano tironeándose las remeras. La Copa Libertadores volvió a jugarse entre curvas que marcan muertes y contagios, corredores sanitarios de Conmebol, aviones y micros sellados, jugadores positivos no contagiantes, jugadores positivos aislados y entrenadores a distancia. De cerca, diría alguien, nada es normal. Pero el show estaba ahí. Nadie quiere esto, pero es lo que hay.
Es mucho más que eso. Es salud y es contexto. Una encuesta reciente del Grupo Acoyte, conformado por profesionales vinculados al deporte argentino, da cuenta de que cada diez trabajadores de ese ámbito -entre profesionales, entrenadores y preparadores físicos- tres está «mucho peor» después de la pandemia, que más de cuatro está «peor», y que más de dos está «igual que antes». Sólo uno de cada diez dice que está mejor. «Tres de cada cuatro profesionales del deporte perdieron ingresos durante la pandemia: 27,8% se quedaron sin ingresos; 27,7% perdieron alrededor del 50%; al 20,8% se le redujeron levemente; en un 21,3% se mantuvieron sin alteraciones y sólo un 2,3% han tenido en este período un mejor ingreso que el que tenían antes», dice el informe basado en dos mil respuestas. Poner en marcha la industria del fútbol -y del deporte- es mucho más que hacer jugar algunos partidos.
River marcó 21 puntos de rating. Boca, 20.3. Todo fue para ESPN, la pantalla que desde ahora domina nuestros consumos deportivos. La fusión Disney-Fox acapara derechos de transmisión, todas las voces todas que escuchábamos por televisión en transmisiones y discusiones se juntan ahí. Todo es Disney, el símbolo global del entretenimiento. Y nos entregamos a eso, a partidos con cinco cambios, sin público y con cantitos de cancha administrados por un sonidista. Después está el juego, que siempre nos tapa la boca, que nos sorprende con cierta armonía cuando creíamos que había desventaja para equipos que durante seis meses no habían podido juntarse en un picado. Y entonces nos explica por qué el fútbol nos gusta tanto, por qué nos vuelve tan locos. Y por qué nos sumerge en sus contradicciones, tan humanas.