Dante Panzeri murió en 1978, un racimo de semanas antes del Mundial 78, al que tanto había criticado. Su último trabajo formal fue, durante escasos tres meses, la jefatura de deportes del diario La Prensa, donde lo conoció el periodista que firma esta nota. Bastaron tres o cuatro charlas memorables, en ese salón generoso del 2º piso del edificio de Avenida de Mayo 575, cuyo vértice da a la plaza, que ahora pertenece al gobierno porteño. Tres o cuatro veladas, post cierre. El fútbol, como epicentro de la historia, la política, la filosofía, la vida. Iba y venía, como esos carrileros que no llegó a conocer, pero que hubiera rechazado por esquemáticos y escasamente inventivos.
En un par de semanas hubiera cumplido 94 años. Una de sus obras, Dinámica de lo Impensado, celebrará el año próximo el medio siglo. Mucho tiempo. Mucho fútbol. Muchos cambios. Aunque ciertos principios mantengan su imprescriptibilidad.
No fue un simple ensayo sobre el juego, sino un ácido experimento libre y personal, su tesis abarcativa de cómo esa pasión de multitudes debía transcurrir su camino en tiempos en que el juego de la pelota rendía pleitesías al utilitarismo de Herrera Herrera, en Europa, y a Osvaldo Zubeldía y Juan Carlos Lorenzo, en estos suelos. El técnico que llevara a Estudiantes a la cumbre mundial, en 1965 escribió junto a Argentino Geronazzo el libro Táctica y estrategia del fútbol, en el que no inducía al uso de ciertas técnicas como los alfileres, que implementaron algunos de sus jugadores, pero en el que sí vindicaba el catenaccio, inventado algunos años antes por el austríaco Karl Rappan: una estrategia ultradefensiva, avara y aburrida, aunque muchas veces eficaz, que hoy vulgarmente se podría equiparar a colgarse del travesaño.
Panzeri perteneció a otra época. Al fútbol profesional se lo puede salvar desalentando su materialismo, decía en ese documento fundacional que su biógrafo, Matías Bauso, describe como la única idea crítica plasmada en el fútbol argentino. En aquellas charlas hasta el amanecer, entre los ecos de una redacción, pontificaba su idea. ¿Para qué se juega al fútbol sino por una satisfacción artesanal? Un deleite que puede ser personal o de un conjunto de compañeros. Ese entendimiento se contrapone al concepto de que el equipo de fútbol sea una máquina calculadora de pesos, escribió y se afanó en explicar. Hablaba inclusive de sacrificio y trabajo, aunque los medios hegemónicos de entonces y de ahora, también a él lo hayan tergiversados intentando vaciarlo de contenido, y exalten como única vía para llegar al éxito, el esfuerzo no negociable de los Simeone posmodernos.
Ganar es obvio. Descontado. Jamás se hizo nada en la vida para perder. Pero ganar es cuestión asimismo implícita en jugar bien, en jugar mejor. Jugar mejor, repetía. Escribir mejor, exigía. Vivir mejor, reclamaba. Lo decía y se le encendía la vista tras esos enormes anteojos negros de carey.
Y en el 2000 también
Pasó casi medio siglo. Naturalmente, hoy ese concepto de dinámica también está desvirtuado, o más bien condicionado por las influencias atléticas del juego actual. Ya Menotti definía la dinámica del juego como la velocidad y energía que le imprime un equipo a sus desplazamientos y a la circulación de la pelota. Aunque se pueda aplicar de muy distintos modos y en variados modelos. Ese campeón 78 del Flaco, o, salvando las distancias, éstos de San Lorenzo o River de hoy. Menotti tenía en Ardiles (como podría haber sido un Juan José López de la época) el primer motor que no sólo alimentaba los desplazamientos libres de Kempes, sino también, los termómetros que representaban Omar Larrosa o Valencia, tan distintos entre sí. El ejemplo paradigmático de la dinámica.
Volando en el tiempo, Ortigoza hoy descansa en Mussi (o en Mercier), y con una primera puntada magistral que no se condice con su físico exagerado, libera la movilidad de Belluschi y de Blanco: un triángulo inigualable por estos días en el fútbol argentino. Ni la Selección tiene uno así, más allá de la magia que alumbra Messi.
Porque ya está naturalizado en muchos (tal vez la mayoría) que la posesión de la pelota es la opción más adecuada y vistosa para empezar a despuntar la margarita del éxito. Pero, ¿y después? Tenerla es clave, siempre. Saber utilizar esa tenencia para abrir el juego y plantear una ofensiva, no es para cualquiera. Ante el flojo Arsenal, hace unas horas, el primer tiempo del Ciclón, casi completo, fue una reafirmación de los beneficios de una dinámica aceitada, para desorientar al rival, manejar la pelota con horizontalidad, generar alternativas muy diferentes de ataque, y que sean profundas, cambio de ritmo bien aplicado, belleza en el manejo. Y que si no se cuenta, como el domingo con un delantero en estado de gracia (Cauteruccio), cuestión que invariablemente resuelve cualquier intríngulis, se dispone de variantes tácticas que los buenos jugadores (siempre los buenos jugadores, inteligentes, que manejen la pelota con destreza, que le sepan pegar y también que piensen) puedan optar los modos de llegar a agitar la red ajena. Que de eso se trata este juego.
También sirve como ejemplo, aunque no tan lustroso, un rato de River en Entre Ríos. La diferencia que se encuentra rápidamente es el momento actual de los protagonistas. Nacho Fernández se mueve más, pero no con la lucidez conceptual de Ortigoza. La dupla DAlessandro- Andrade se empieza a entender al ritmo de chispazos, y sin esa dinámica de los del Ciclón, aunque los kilómetros recorridos sobre el césped sean parecidos. Unos y otros requieren de laterales que se proyecten para cerrar el círculo: Angeleri y Emmanuel Mas parecen encastrar mejor en el esquema que los intermitentes Moreira y Casco.
Este San Lorenzo del uruguayo Diego Aguirre sintetiza, la obstinación esquemista del Patón Bauza -otro usuarios de la desesperación, en el lenguaje panzeriano- con la ofensiva desenfrenada y desequilibrada de Pablo Guede. El próximo fin de semana tendrá una prueba de fuego en el eficiente Estudiantes, menos atractivo, bastante menos, pero con una dinámica de generosa cuota de sudor y empeño, aplicada por Ascacibar, Augusto Solari y Cavallaro, desde la fibra impetuosa de Braña, junto a delanteros picantes.
Ya en ese 67 en que Panzeri escribió su obra emblemática se hablaba del fútbol de antes y del de ahora. Él lo resolvía: Malos partidos y malos jugadores también los hay cuando el fútbol es bueno. Y se da la excepción al revés: grandes partidos y grandes jugadores en medio de un fútbol malo. Sí, lo escribió en aquel entonces.