El quiebre fue en Barcelona. César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo charlaron durante más de dos horas en una habitación del hotel Arena. Uno reemplazaba al otro como entrenador de la selección. Uno había sido campeón del mundo, el otro iba camino a serlo. Tenían miradas distintas del fútbol. Lo sabían desde una cena que habían compartido en la casa de Roberto Saporiti, una noche de octubre de 1976. Menotti hablaba de los circuitos de juego y Bilardo respondía con recuperar y atacar rápido, con defenderse bien, con practicar tiros libres y corners en los entrenamientos. No se pusieron de acuerdo. Pero lo que hasta entonces era una diferencia de miradas, ideas distintas respecto a qué hacer con un equipo, se transformaría desde el encuentro catalán de marzo de 1983 en las dos grandes islas por las que se dividiría el fútbol argentino, las dos referencias que alimentarían debates, gritos, peleas en los medios y en tribunales, sin que fuera posible por años nadar entre ambas costas, beber de las dos orillas.
Bilardo-Menotti. La verdadera historia, el libro que acaban de publicar Cayetano y Néstor López, relata el enfrentamiento desde el centro mismo de la grieta, parados cada uno de su lado. Cayetano es bilardista. López es menottista. Era la única posibilidad de hacer un libro, de contar esto sin que se leyera como una toma de posición, como un disparo desde alguna de las dos trincheras. En honor a ese equilibrio, incluso, Cayetano y López deciden no entrevistar a ninguno. Lo mismo desde los prólogos, que son dos. “El bilardismo es colectivismo”, dice Víctor Hugo Morales. “El menottismo nació mucho antes que Menotti”, escribe Ángel Cappa y repasa equipos, jugadores y técnicos que reivindican una forma de jugar, un estilo, desde la década del veinte.
Y es que las corrientes, los discursos y las escuelas son previas a cada uno; los preceden, por ejemplo, el Gitano Juárez y Osvaldo Zubeldía. Pero Menotti y Bilardo fueron quienes llevaron como ninguno sus marcos teóricos a la pelea mediática, a la generación de aliados en la prensa, a marcar las líneas editoriales de una sección deportiva o una tira radial. El que no tomaba posición era un tibio, mirado por desconfianza desde cada tribu. Ser bilardista o menottista también se convirtió en una forma de enfrentar la vida; que lo único que importa es ganar, que lo que importa es el cómo, que eso es la trampa, que eso es el lirismo, que esto es el trabajo, que eso otro es la displicencia, que el fútbol es libertad y es lo que nos hace felices, que somos felices sólo si ganamos.
Pero aunque no lo quisieran, aunque nunca más se hayan hablado desde 1983, y sólo se hayan lanzado dardos, juntos armaron una obra. Porque mientras se sucedían los episodios de esa batalla cultural futbolera lo que ocurría era la construcción de una selección argentina. Menotti y Bilardo no sólo son los únicos técnicos campeones del mundo -uno, además, subcampeón- sino que fueron quienes cimentaron una estructura, lo más parecido en este país a una política de Estado. Si Menotti en 1974 organizó y le dio valor a la selección, Bilardo le entregó un funcionamiento que en la década del ochenta comenzó a ser indispensable por la cantidad de futbolistas desparramados en cada país. Y aún así la contracara fue inevitable para siempre hasta que un día apareció Marcelo Bielsa, pero esa es otra historia.
Bilardo fue director de selecciones nacionales. Ahora el director es Menotti. El técnico es Lionel Scaloni, que nació unos meses antes del Mundial 78 y que llegó hasta el puesto que ocupa sin experiencia, lo que también significa sin un camino previo marcado por la antinomia. ¿Qué era Scaloni? No se sabía. ¿Qué es Scaloni? Todavía no se sabe demasiado.
-Este equipo tiene mucho de Menotti y mucho de menottismo -dice López, el menottista- y muy poco de Bilardo. En cuanto al juego y estilo, la intención de salir jugando desde el fondo, los dos laterales, no solamente para tirar el centro sino para transformarse en internos, o ir hacia el área a buscar juego. Y los tres volantes son de buen pie siempre.
-De Menotti tiene al manager -aclara Cayetano, el bilardista-. Y tal vez una intencionalidad de ese estilo, la de juntar pases, salir jugando, ubicar extremos o wines, un cinco más de fútbol que de marca. Ahí hay un sello. Pero cuando le tocó ganar jugando muy mal, las declaraciones de Scaloni eran de felicidad, de alegría, de poner el resultado por encima del rendimiento.
Cayetano y López escribieron una historia indispensable para entender al fútbol argentino. De aquellos contrapuntos, de esos choques de estilo, a esta búsqueda. La selección necesita todavía quien le escriba.