Diego Maradona está nervioso. La última vez que leyó en público era un alumno de la Escuela General San Martín de Villa Fiorito. Ahora, en la noche del 6 de noviembre de 1995, viste traje y corbata en la Universidad de Oxford. El mechón amarillo. Los zapatos de cuero relucientes. Invitado por dos sociedades de estudiantes, Maradona será nombrado con el título de “maestro inspirador de los estudiantes soñadores”. Pero antes de que le entreguen el diploma, la toga y el birrete, Diego, ya no Pelusa, debe leer un discurso con el eje puesto en el rol del jugador de fútbol en la sociedad moderna.
Maradona, al final, departió 27 minutos. Habló de los “picados” en los “potreros” de Fiorito y de la relación “mágica” entre el fútbol y los aficionados. De una vocación y un destino. Pero centró sus palabras en el “desarrollo de los medios de comunicación” y la transformación del fútbol en “negocio-deporte”. Citó el “acoso de los grandes hombres del negocio del fútbol” y “la convicción casi mayoritaria de que los jugadores de fútbol eran personas incultas, muy rudimentarias o primitivas”. De jugadores de fútbol sin “posibilidades de acceder a la educación o a una buena alimentación, vestimenta o a la medicina”.
“Nos fuimos dando cuenta -dice- de esa necesidad de humanizar nuestra profesión”. Maradona había fundado días antes en París, junto a otras figuras, un sindicato: la Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales. En Oxford emerge el Diego sindicalista.
“La Oxford Union estaba colmada. Tenía lugar para casi mil personas por seguridad, pero pusieron pantallas gigantes en los jardines y en la biblioteca. Fue el mayor evento desde la visita de la Reina de Gran Bretaña en 1969”, dice Esteban Cichello Hübner, argentino, hoy profesor de Lingüística y Relaciones Internacionales, un estudiante de la sociedad L’Chaim en 1995. Cichello Hübner lo conoció a los 14 años en Buenos Aires. Trabajaba de botones en el Conquistador Hotel, donde los jueves Diego se concentraba con Boca. Cada vez que llegaban los jugadores, él se acercaba a Maradona.
-¿Le llevo el bolso, señor? -le preguntó el primer jueves.
-No, no hace falta, petiso: el bolso me lo llevo yo -le respondió Diego, y le regaló un caramelo Media Hora.
Sin saborearlo, de los nervios, se lo tragó. Y se ahogó. Diego se rió, esperó que se recuperase, le regaló otro caramelo y se fue. A la semana siguiente, insistió con llevarle el bolso. Maradona, directamente, le regaló un puñado de caramelos.
“Primero envié una invitación a través de su abogado -recuerda Cichello Hübner desde Oxford-. Al tiempo me respondió que era un honor, pero que Diego estaba muy ocupado. Entonces le envié una carta de puño y letra. Le dije que era el adolescente que trabajaba en el Conquistador Hotel y que ahora estudiaba en Oxford. Un día estoy trabajando y me dicen: ‘Tenés una llamada. Es Maradona’. Pensé que era una cargada. No. Y Diego me dice: ‘¡Me acuerdo de vos! ¡No me digas que estás en Oxford! Voy, claro’. Hasta hoy no lo creo…”.
Maradona pasó 16 horas en la universidad. Viajó con Claudia, Dalma, Giannina y Guillermo Coppola. En Argentina, la ceremonia se transmitió en vivo por América TV. Carlos Menem lo llamó y felicitó. En el estrado, Cichello Hübner ofició de traductor ante 150 periodistas. También subió un campeón del mundo en el 78: Osvaldo Ardiles. Otro presente fue el rabino Shmuel “Shmuley” Boteach, fundador de la sociedad L’Chaim. “Habíamos tenido a Reagan y a Gorbachov en ese auditorio, pero Maradona llevó más gente que ellos -destaca Rabbi Shmuley desde Estados Unidos-. Fue único por el entusiasmo que genera la figura más importante del mundo del fútbol, sumado a que no había venido a Inglaterra después de los goles en el Mundial 86”. En rigor, Diego había ido en 1987 a jugar un partido por el centenario de la liga inglesa en Wembley. “El tiempo lo cura todo”, dijo Maradona cuando le preguntaron por la Mano de Dios en Oxford. “Fue un pasaje durante un partido de un Mundial que, lamentablemente, fue contra los ingleses. Pero lo hubiese hecho contra cualquier selección. Siempre trato de hacer lo que le convenga a mi equipo”. Al día siguiente, The Guardian lo acusó de evadir la respuesta. De responder “como un inglés, no como un latino”.
Diego tenía 35 años. Hacía días había llegado a Boca para cerrar su carrera. Un mes después, Mauricio Macri se convertiría en presidente del club y comenzaría una relación cargada de cruces. En 2001, Macri expuso su trayectoria como dirigente deportivo exitoso en Oxford, y cómo planeaba dar el salto a la arena de la política. “El ambiente del fútbol -le dijo al periodista Simon Kuper- es muy primitivo”. “En Oxford -escribió Kuper en el Financial Times en 2015, después de que fuera electo presidente de la Nación- Macri se presentó como un descarado manipulador de seres menos racionales”.
A Maradona, aquel día, un estudiante le arrojó una pelotita de golf: hizo malabares con el zapato izquierdo. Luego equilibró una pelota de fútbol en su frente. El aplauso retumbó en ambas ocasiones. “Mi contrincante dentro del centro de estudiantes, un poco ignorante, decía que invitáramos a Evita, la cantante… Es que Madonna estaba grabando la película de Evita. Después de decirle que Evita estaba muerta y que no era una cantante -relata Cichello Hübner-, me dijo que Maradona tenía problemas con drogas. Mi argumento era que Maradona era un ejemplo para nosotros, porque cumplió su sueño”. Rabbi Shmuley dice que conserva en su casa una pelota y una camiseta de Boca, firmadas por Maradona. “Diego -agrega- se transformó en una figura global”. Cichello Hübner revive un diálogo en pleno vuelo a Londres en el avión Concorde.
-Diego, la idea de hacer todo esto es porque sos un ejemplo -le dijo.
-Sí -le devolvió Maradona-, soy un ejemplo de lo que hay que hacer y de lo que no hay que hacer.