Mar de Ajó es una de las más típicas ciudades balnearias de la Costa, con unos diez mil habitantes que todos los año esperan que llegue el verano. Como cada primera quincena, el enero de 2011 había arrancado a pleno. Hasta que el día 12 un personaje se volvió más tentador que el mar, la arena, los fichines, las rabas, el tejo o los pirulines. Parecía irreal: Ariel Ortega se sumaba a la pretemporada de All Boys en Mar de Ajó. La puerta del hotel Verona, a media cuadra de la peatonal, a cien metros de la costa, explotó de gente que se acercó a comprobar que el Burrito iba a jugar en el Albo.
Para All Boys era su primera temporada en Primera tras 30 años en el Ascenso. Ortega, en conflicto con el presidente Daniel Passarella, había sido marginado de River. A los 37, los caminos del 10 apuntaron a Floresta. “El club estaba en pleno auge. Y en ese momento Bugallo, el presidente de entonces, siempre quería tirar la casa por la ventana. Un día me dijo: ‘Te voy a traer a Ortega’. Pensé que me estaba cargando. A los tres días se apareció con Orteguita en Mar de Ajó”, recuerda José “Pepe” Romero, el entrenador de hoy y de entonces, un símbolo de All Boys.
Con tres Mundiales en su currículum y el carisma de alguien que se volvió ídolo en uno de los dos equipos más populares de la Argentina, Ortega cambió el ritmo de aquel verano. Los entrenamientos en la playa eran multitudinarios, había hinchada hasta en las prácticas en Defensores Unidos de Santa Teresita y en las puertas del hotel Verona siempre había gente que quería un autógrafo o una foto. El plantel solía ir a pie hasta el restaurante donde almorzaba y cenaba, a unos cien metros del hotel. Para cumplir con los horarios, Ortega tuvo que hacer muchas veces esa cuadra en un auto que salía directo del estacionamiento y se lo llevaba escondido.
“All Boys fue el primer equipo que se interesó en mí. Eso me puso contento. Y que toda esta gente me haya hecho un recibimiento así me llena de felicidad. Cuando uno está contento, creo que eso después se ve en el rendimiento. Me va ir bien acá”, dijo el Burrito en la presentación en la sede del club, en Floresta, abrazado a su hijo Tomás. Ya de regreso de la pretemporada, unos 1500 hinchas se acercaron al Islas Malvinas para ver un amistoso de preparación para el Clausura que asomaba: Ortega jugó unos minutos y fue ovacionado. Cuando faltaban diez días para el arranque del campeonato, el Burrito marcó su primer gol durante una práctica en el predio del Banco Central, en Tapiales. Romero confiaba en Ortega y Sebastián Grazzini como doble enganche, más Mauro Matos como faro en la delantera. El zurdo Grazzini dice que en esos entrenamientos daban ganas de pasarle la pelota siempre a Ortega, además de que puteaba cuando no se la daban: “Ya estaba grande, pero seguía teniendo esa jugada característica suya, la de frenar y arrancar. En las prácticas le rompía los tobillos a los pibes de 16 años, pasaban de largo”.
A los tres días de ese ensayo, a Ortega le diagnosticaron apendicitis. Fue operado. No llegó a las dos semanas convenidas de reposo, porque no aguantó estar lejos del vestuario y se apareció por sorpresa en el entrenamiento “aunque sea para hacer bici fija”. Con la 37 en la espalda, debutó en los minutos finales de una victoria por 2 a 1 ante Vélez, en Liniers, con dos goles de Grazzini. La 10 era de Ariel “Chino” Zárate, que no se la quiso prestar: “Si fuera Messi lo pensaría, pero la 10 no se la entrego a nadie. Ya estoy en el final de mi carrera y voy a mantener la camiseta”.
El partido siguiente al de Vélez fue el del morbo: Boca, en La Bombonera. Juan Román Riquelme quedó marginado por decisión de Julio César Falcioni y en los 66 minutos que estuvo en la cancha, Ortega casi no entró en juego. No pasó nada: fue 0 a 0. La estrella del Burrito se iba apagando de a poco. Jugó 12 partidos con la camiseta de All Boys y no convirtió goles. “Verlo, tenerlo cerca, era alucinante. Tuve la oportunidad de concentrar e ir a entrenar juntos -recuerda hoy Grazzini- porque vivíamos cerca. Que un jugador tan pero tan grande sea tan humilde te marca para toda la vida. Es algo que me llevo en el corazón: me di el lujo de jugar con Ariel Ortega”.
En la fecha 11 de ese Clausura, All Boys perdía 2 a 0 ante Independiente en Avellaneda. A Pepe Romero no lo dejaron salir al segundo tiempo porque había tardado 50 segundos más de lo reglamentario en caminar el largo túnel que tiene el Libertadores de América desde la puerta del vestuario a la salida de la manga. El que sí estaba en el banco era Ortega. Y no hace falta ser técnico para darse cuenta que si perdés por dos goles, de visitante, contra un equipo grande, es mejor tener al Burrito en la cancha por más que esté en el tramo final de su carrera. Aníbal Biggeri, ayudante de Romero en el Albo, metió al 37 la media hora final. Si no hubiera sido por la mala puntería de Agustín Torassa en la última jugada, el partido terminaba 3 a 2 para los de Floresta. Fue el mejor rato del ex River con el Albo. “Ese día sí lo vi a Ortega, dio un espectáculo. Se cargó el equipo al hombro, manejó el equipo y casi lo damos vuelta -recuerda Pepe Romero-. Me hizo acordar a lo que veía en la década del 60, cuando los jugadores todavía sacaban ventaja por su calidad. Ahora en el fútbol moderno es más difícil. Esa tarde, Ortega me recordó a Willington, a Ángel Clemente Rojas, a Onega”.
Mientras Ortega jugaba sus últimos partidos en Primera Divisón en el destierro de Floresta, su River caminaba lentamente hacia el descenso. El ánimo no era el mejor. El Burrito tuvo algunos faltazos a las prácticas: le costaban los entrenamientos del lunes. “Nunca me tendría que haber ido de River”, admitió por esos días. Cuando terminó ese campeonato, se sabía que los caminos del jujeño y de All Boys seguirían por separado. Ortega volvió a Núñez, pero para jugar en Defensores de Belgrano, en la B Metropolitana. Aguantó 23 partidos. “Nos empezó a ir mal, se fue el técnico Fito Della Picca y había perdido la motivación. Así que dije ‘basta’. No quería probar en otro equipo porque se piensan que tengo 20 años, que me contratan y salen campeones. Pero ya no es así. Al fútbol siempre me lo tomé enserio, no quiero generar falsas expectativas”.
En 2014 volvió a River, a las inferiores del club. Los más chicos, contó el Burrito, alguna vez le preguntaron si él había jugado en algún lado. “Llegué hasta Cuarta y ahí dejé”, les respondió. Un par de días después los pibes lo encararon: les había mentido. Claro, fueron a YouTube y descubrieron que Ariel Arnaldo Ortega jugó más de 100 partidos en la Selección Argentina, fue ídolo de River y pasó por Valencia, Sampdoria, Fenerbahce, Newell’s y Parma. Y, también, un semestre por All Boys.