«¡Salí Messi! ¡Vamos a jugar con la pelota azul, por favor!», grita el pequeño Nahitan, de dos años, quien está convencido de que el astro de fútbol Lionel Messi (35) está en esa modesta casa hacia donde él grita con su dulce timbre de voz, sin saber que nadie saldrá de allí.
Esa casa situada en el número 525 de la calle Estado de Israel es donde el futbolista argentino vivió hasta los 13 años, en el barrio La Bajada, de Rosario, una zona de gente trabajadora, humilde, que no olvida al ídolo y se golpea el pecho por él.
«Messi te amo», repite Nahitan, estimulado por sus familiares, que viajaron desde Santiago del Estero hasta Buenos Aires para saludar a «el capitán» en el Obelisco, para decirle gracias por haber ganado, por fin, la Copa del Mundo, con la infartante definición ante Francia.
La caravana del plantel en el ómnibus descapotable nunca llegaría porque se desbordaron las calles de Buenos Aires y su periferia con más de cinco millones de fanáticos. Por ello, los Vera decidieron viajar otros 300 kilómetros hasta Rosario, hasta la casa de la niñez de Messi, en cuyas rejas colgaron una bandera con un mensaje de gratitud.
«Le quiero dar las gracias por todo lo que hizo por nosotros y por darnos tanto fútbol», remarcó Joaquín Vera (19). «Messi es algo único, un genio, lo queremos mucho, lo amamos», expresó.
El que maneja las llaves de esa construcción es Matías (40), el segundo de los cuatro hermanos (los otros dos son Rodrigo, de 42, y María Sol, de 29) del matrimonio de Jorge Messi (64) y Celia Cuccittini (62).
En uno de sus laterales reluce uno de los murales que adornan la ciudad: una imagen de Messi mirando al cielo, su celebración en la que siempre saluda a su abuela materna Celia, fallecida en 1998 a los 68 años, víctima de Alzheimer, cuando Leo no había cumplido los 11 años.
En una imagen, Messi estaba emocionado en medio de una videollamada con su esposa, Antonella Roccuzzo (34), y sus hijos Thiago (10), Mateo (7) y Ciro (4) sentado en el césped del mítico Maracaná.
Es una foto que emociona a la familia Messi y que se capturó en plena pandemia del nuevo coronavirus. Y quedó registrada para siempre apenas conquistó la Copa América 2021 ante el local Brasil, para cortar una sequía de 28 años sin títulos del seleccionado de mayores.
«Leo es un personaje que va más allá del deporte, es mágico», cuenta el autor de ese mural, Lisandro Urteaga (51), también santafesino, el mismo que lo pintó en varios puntos estratégicos de la ciudad. Mientras tanto, le da un trazo a otra obra de arte que vio la luz en el Mundial de Qatar, con la ahora famosa frase que le dedicó Messi a su rival neerlandés Wout Weghorst, en cuartos de final: «¿Qué mirás, bobo? Andá para allá».
Junto a él pinta con igual entusiasmo su compañera Marlene Zuriaga (32), oriunda de Monje, un pequeño pueblo de Santa Fe. «Es extraordinario lo que hace y lo que es, también porque es un emblema, un embajador del mundo, no solo por lo fascinante que es su expresión futbolística, su técnica, sus aptitudes, sino también porque él mantiene una coherencia, una simpleza, una humildad, una paz, da cátedra de respeto, de compañerismo», señaló.
«Leo tenía el fútbol de chiquito ya. Era terrible. La casa estaba vacía, pero vos veías un coloradito, chiquito, La Pulga, era él pateando», recordó una de las vecinas de la cuadra, Nieves Meyer (62). Messi, sus hermanos y sus amigos jugaban a la pelota todo el día en la calle o en el descampado propiedad por entonces del Ejército Argentino, a unos 100 metros de allí, de donde los militares se cansaban de echarlos.
«Cuando quería jugar al fútbol y la madre lo ponía en penitencia, levantaba la persiana, salía y se ponía a jugar al fútbol», contó la mujer, al tiempo que rememoró que no importaba si hacía calor, frío o si se inundaba la calle de tierra por la lluvia. «Todo era motivo para jugar al fútbol y Leo participaba en todas», afirmó Meyer, quien dijo no recordar a Lionel «de otra manera que no sea jugando al fútbol».
«Vos escuchabas los pelotazos en el portón y ya estaba a los gritos: ¡Lionel! ¡Estamos durmiendo la siesta!», recordó la vecina entre risas. Los chicos llegaban de clases, «tiraban la mochila, jugaban con el uniforme del colegio, se sacaban las zapatillas porque si no los matábamos y jugaban en patas, y qué partidazos se armaban, eh», dijo.
Otro que se acuerda de esas épocas es Carlos Ibañez (65), a quien en el barrio todos conocen como «Carlitos». El hombre tiene un almacén y siempre fue el sodero, y era quien llevaba a sus dos hijos varones a jugar a la escuela de fútbol infantil Malvinas Argentinas, de Newell’s, en el que Messi hizo lo que quiso con la pelota.
«Lo llevábamos a jugar al fútbol, él venía de jugar de Malvinas y quería ir con el grupo nuestro que jugábamos en un club de piso de mosaico, con tribunas de material, no sabés lo que era», comentó y recordó que si no lo ponían, «lloraba». Ibañez apuntó que Lionel «se destacaba entre el montón, era muy bueno», que «no tenía miedo» a pesar de enfrentar a rivales más grandes y que «iba a hacer» las compras «con la pelota», a la que nunca soltaba.
Messi fue a la escuela N° 66 General Las Heras, a unos 600 metros de su casa. Andrea Sosa (56) fue su maestra de quinto y sexto grado, cuando «La Pulga» tenía 10 y 11 años, en 1997 y 1998. «Era un alumno tranquilo, cumplidor con sus tareas, responsable, respetuoso, sin ningún problema, tranquilo, apasionado por el recreo, eso sí, para salir a jugar a la pelota», reconstruyó. La docente, que este 2022 se despide ya que llegó el tiempo de la jubilación, enfatizó que Messi es un ejemplo para los niños, a quienes les aconseja no dejar «de lado la escuela».