Nunca esta ciudad vio tanta gente en la calle. Hay un micro que trae a la Selección argentina de fútbol, pero nadie sabe bien dónde está, para dónde va, cuándo van a poder ver a Messi a lo lejos o de cerca con la Copa abajo del sol tremendo. El centro de Buenos Aires es el territorio donde otro 20 de diciembre somos millones pisando el asfalto en rebeldía.
“Tendrían que ir a la Casa Rosada de una, si no es de Alberto, de Macri ni de Cristina”, dice Brian, que vino desde Banfield a las 7 de la mañana. El instinto de muchos y muchas en esta tarde de martes es ir a la Plaza de Mayo. Un escenario se arma y se desarma en cuestión de dos o tres horas. Todo está listo para recibir a los jugadores, pero en este momento no se puede saber hacia dónde van.
Siempre se supo que Buenos Aires está hecha de rumores, pero hoy los trascendidos son la única verdad: en media hora salen por el balcón de la Rosada, y las corridas por Tacuarí, por Bolívar; parece que se vuelven al predio de la AFA, no vienen, y la bronca explota. Se canta por la Scaloneta, porque ya ganamos la tercera, ya somos campeón mundial, pero también se reclama. El ambiente está ahí, en el borde difuso donde las sensaciones de injusticia, cansancio, calor e incertidumbre son razón y corazón. Oh oh oh oh / adónde está la Selección, cantan.
Pasan dos A-4 AR Fightinghawk y dos Pampa, cazas de Fuerza Aérea, a no más de 200 metros de altura sobre la gran explanada de la 9 de Julio, de sur a norte y el estruendo arranca gritos de aliento. Los pilotos, aunque no tengan forma de escucharlos, balancean las alas para saludar. Es un día que despierta saberes en lo profundo de la memoria colectiva: los aviones pasan y en la calle se canta que el que no salta es un inglés.
Tramitar la alegría, atravesar la espera, divertirse a fin de cuentas: si pasa un camión hidrante de la policía de la Ciudad, le tiran con espuma. Los oficiales de Infantería están con el dedo en el gatillo, pero el verdugueo es leve, pasajero como la espuma que se disuelve y acá no pasó nada. Uno de ellos, mientras repliega por San Juan desde la concentración en la Autopista 25 de Mayo y 9 de Julio porque la proporción entre fuerza policial y pueblo es incontenible, le dice a Tiempo que están preparados porque “acá hay un 70% de familias y un 30% de gente que viene a bardear”. En el comando radioeléctrico que les suena en sus handies, la incertidumbre también manda. Ya circula en redes el fragmento de un móvil de CNN, en el que un periodista estadounidense también es bañado en espuma mientras sale al aire.
Se busca la sombra sobre Avenida de Mayo, y por ahí están Lee y su novia Jane. Aseguran que nunca vieron algo parecido en Los Angeles, desde donde vinieron por vacaciones. “Tal vez se parece un poco a cuando los Warriors -el equipo de básquet de la NBA- fueron campeones, pero esto es un país entero festejando”, dice.
Unas cuadras más lejos, en la puerta de un hostel están June, Laura, Konrad y Andrea en la duda: ¿para dónde ir hoy? Vienen de Alemania y la están pasando bien. Tienen un mes más en el país y tampoco pueden creer que hay un feriado después del triunfo del domingo. A June le emociona la unión colectiva en el festejo y Andrea señala que sea un evento familiar, para todos y todas. “En Alemania, si estuviéramos en un festejo así, todos estarían demasiado borrachos y ya habría peleas en la calle”.
Al momento de cerrar este párrafo, el plantel de la Selección sigue sobre la autopista Ricchieri, a paso de hombre, rodeados de gente. La noticia es que nadie sabe si podrá llegar la caravana campeona hasta el centro porteño. Los bomberos arrojan agua para aliviar el calor.
Nadie, ni la AFA, el gobierno nacional o el porteño ofrecen una certeza de qué va a pasar. Millones están ahí, sobre el asfalto, gritando por 26 jugadores y cuerpo técnico. Lo único que quieren es cruzar una mirada con Messi, con Di María, con De Paul, con Scaloni. Mostrarles que la felicidad es compartida. Lo merecen. Ojalá pase.