Cualquier equipo que quiera hacer pata ancha en la Bombonera, enfrentarse a Boca y a todo lo simbólico de querer ganar en esta cancha, puede recurrir al manual de estilo de Marcelo Gallardo. Dejar de lado el rótulo vacío de paliza táctica. Leer minuciosamente, trabajar sobre lo que dice -y lo que no dice-, darlo vuelta, sacudirlo, buscarle secretos, rescatar conceptos, volver una y otra vez. Tal vez entonces después un equipo pueda exponer al otro con todas sus falencias, con peleas internas en plena cancha, pueda hasta que se anime a domar la suerte, porque así River se impuso, casi de principio a fin, a Boca en la Bombonera.
Qué hubiese pasado si Pity Martínez no salía lesionado a los 21 minutos, después de su volea de zurda, es una pregunta que Ignacio Scocco respondió desde el banco con otro golazo de derecha, un sablazo, ya en el segundo tiempo, como para no elucubrar con goleadas, y ser discreto con el 2-0. River mordió a Boca, con Lucas Pratto y Rafael Santos Borré yendo al piso a los costados desde el inicio del Superclásico. Lo dejó a la intemperie, falto de sustento, frágil en el plano psicológico. Expuso el situacionismo de este equipo de Guillermo Barros Schelotto, que depende en las paradas bravas de los arrebatos de Cristian Pavón, de las revoluciones individuales. Lo había hecho Vélez en esta Superliga durante media hora en la Bombonera, sin la fuerza física y la constancia de River, con similar convencimiento. Pero ante River, Boca no pesó por peso propio. Y River le restó margen de reacción, adelantado en el campo desde el minuto cero, cerca de Agustín Rossi.
Es cierto que sobre el final casi que lo desorbitó a Boca, más atento al reclamo de penales, rengo en la defensa, en especial por el lateral derecho, con la improvisación de Naithan Nández luego de que Pity lo sacara literalmente a Leonardo Jara con un caño de novela en el primer tiempo, y ya en la búsqueda ante la necesidad del resultado. En ese sentido, Wilmar Barrios no dio abasto, sin auxilio del joven Agustín Almendra. Cayó en las faltas. No pudo sacar la cara por Boca, como otras tantas veces. Más tarde, en los primeros minutos del segundo tiempo, River resistió, y cerca del final, Franco Armani atajó la imposible de cada partido, esta vez el cabezazo de Emmanuel Mas, y Mauro Zárate y Edwin Cardona, los que habían entrado para dar vuelta la historia, para solucionar las fallas de fábrica, terminaron a las puteadas limpias.
Desde que Guillermo dirige a Boca, nunca le pudo ganar al River de Gallardo en la Bombonera. River había ganado 3-1 en la última visita, el año pasado. Boca había sufrido otro golpe en marzo, en la Supercopa Argentina, en el campo neutral de Mendoza. Volvió a pasar. Encimar a Pity Martínez con Jara, de poco apego a la marca, presionarlo cerca del área a Boca con Exequiel Palacios como el nivelador, y cortar las jugadas rivales muy lejos del propio arco, es un resumen de la victoria de River, al margen de los errores del árbitro Mauro Vigliano, como los más groseros, la no expulsión de Cardona por un manotazo en la cara a Enzo Pérez y el penal no sancionado por la mano de Leonardo Ponzio después de un tiro a quemarropa de Carlos Tevez.
River le ganó afuera y adentro de la cancha a Boca. No sólo en la Bombonera. Y acaso mucho antes, y un poco menos después. Ni siquiera se jugó un tercio del torneo, es cierto. Boca y River siguen en la Copa Libertadores y en la Copa Argentina. Pero lo distintivo en los cruces mano a mano está del lado de River y de Gallardo, que lee los partidos y sus jugadores escriben los triunfos ante Boca. O, mejor, en esa simbiosis. “El equipo, en toda su amplitud, volvió a decir presente -dijo el entrenador-. En los momentos fundamentales, volvió a mostrar templanza. Quiero destacar esto”. Le salieron todas a Gallardo, también. River ganó, sobre todo, con una línea reconocible. De autor.