Con alma, corazón y vida hasta el último minuto de la Copa América, la Selección Argentina volvió a ganar un título después de 28 años. Y en el Maracaná, donde Brasil no perdía un partido oficial desde el Mundial de 1950, desde el Maracanazo de Uruguay. Argentina creó su propio partido, su propia historia, con el mejor futbolista del mundo fallando un gol increíble en el final, un estigma que por fin se terminó, con un golazo de Ángel Di María, con sangre en el pie de un defensor, con pierna fuerte durante todos los minutos, con Rodrigo De Paul como el hombre del pase gol (y del no gol), con una atajada agónica de Emiliano Martínez que transmitió seguridad y confianza. La Selección jugó de principio a fin como lo que fue a buscar al Maracaná: ser campeón de una buena vez por todas, que Lionel Messi fuera campeón de una buena vez por todas.
En el primer tiempo, Brasil y Argentina se estudiaron y se pegaron. Hubo sangre en el pie de Montiel después de que Fred sacara el afilador. Hubo un corte de Leandro Paredes que hizo volar a Neymar y evitó un contraataque después de un toqueteo que puso nervioso a Brasil. “¡Buuuuu!”, se escuchaba en el Maracaná. Hasta que a los 21 minutos, De Paul le pegó bien abajo a la pelota para activarle la carrera a Di María. Flaqueó Renan Lodi. Di María corrió, picó, la acomodó con el costado del pie y tiró un globito-gol. A Di María lo resistían. Pero Di María resistió: a las derrotas, incluso a no jugar la final de Brasil 2014, “Bajo la lluvia, en el frío, de noche”, como se tituló su carta pública en The Players’ Tribune. Y volvió a resistir cuando pareció doblarse el tobillo izquierdo por el estado del campo de juego, siempre malo en la Copa América.
Messi tenía tantas ganas de jugar que hasta confundió qué equipo hacía el saque inicial. Jugó como un jugador libre, como lo que es: ya no le pertenece al Barcelona, al menos por estas horas, un karma de espejos que lo fatigó hasta el hartazgo. Pero jugó libre en la cancha, donde vale jugar libre, donde puede jugar libre: su sola presencia atrae a uno, dos, tres, cuatro jugadores. Intervino en jugadas puntuales, dosificadas, y trabó para recuperar una pelota. Líder futbolístico, Messi también pelea. Neymar le había tirado un sombrero a Giovanni Lo Celso como contraoferta. Y había pisado el corazón del área como protagonista de la escena brasileña más parecida a una situación de gol en el primer tiempo. Neymar, todo un signo, provocó las cinco amarillas de la Selección Argentina.
En el segundo tiempo, Tite sacó a Fred y metió a Roberto Firmino, el primer movimiento de acumulación de atacantes que sobrevendría. Reacomodó Lionel Scaloni: Paredes, al límite, por el orden de Guido Rodríguez. A los ocho minutos, a Richarlison lo pusieron de costado con Emiliano Martínez: le apuntó al buzo rojo de Dibu. Argentina no cambió el plan de base: cortar con faltas a Brasil del otro lado de la mitad de cancha. Y, cuando encontrara el callejón, trasladar arriba a los costados. Animado por una pifia de Thiago Silva, Di María y De Paul tiraron una doble pared en una salida que terminó en una pausa sedante. Messi apiló camisetas amarillas en el área rival, sin final feliz. Y el Cuti Romero picó hasta el fondo después de anticipar, mandando un mensaje inconsciente: vamos a ir al ataque, desde la cabeza hasta el juego raspón.
Neymar naufragó sin compañía, con la aceptación secreta de que no era su momento: de que todavía es la hora de Messi, y de que todavía falta el Mundial de Qatar 2022. Neymar lo intentó hasta el final, siempre atrevido. Argentina se hizo fuerte en la defensa. Con Nicolás Otamendi, con Montiel, con el ingreso de Nicolás Tagliafico. Con una atajada clave de Martínez a Gabigol, un peligro comprobado en los segundos finales. Pero enfrente había un equipo convencido, un equipo que jugó para que Messi ganara su primer título con la Selección, un equipo que apostó también al pase gol: porque así lo ganó Argentina. Con el 1-0 de Di María, de un zurdo como Messi y como Diego Maradona. Con una definición bonita en Brasil. Lo viejo acababa de morir. Lo nuevo nació. Aquello estaba deseando ocurrir.