El miércoles 28 de marzo Claudio Fabián Tapia cumplió seis años como presidente de la AFA. Lo celebró con una carta en la que reivindicó cómo su gobierno consiguió «el orden institucional luego de la intervención de FIFA», cómo regularizó «económica y financieramente a la Casa» además de ejecutar un «plan de inversión en obras dentro del edificio de Viamonte» y «en el predio de Ezeiza, hoy llamado Lionel Andrés Messi». En paralelo, contó Tapia en la carta, se puso en marcha «un ambicioso proyecto de Selecciones Nacionales» tanto en femenino como en masculino, mayores y juveniles, que derivó en resultados. «Campeones de Copa América –enumeró el dirigente– ,de la Finalísima y de la tan ansiada Copa del Mundo con la selección mayor masculina. Clasificación a dos mundiales consecutivos con la selección mayor femenina. Subcampeones del Mundo en futsal y compitiendo en primer nivel de fútbol playa. Todo ello sumado a que nuestras selecciones juveniles son un espejo de trabajo y talento para el resto del mundo».
A esa hora todavía no se había confirmado la candidatura para traer el Mundial Sub 20 a partir de la decisión de FIFA de quitarle la sede a Indonesia, el país con mayor cantidad de musulmanes en el mundo que se resistió a recibir a la delegación de Israel, un Estado con el que no tiene relaciones diplomáticas por su apoyo político a Palestina. Tapia, que en 2018 anunció la suspensión de un amistoso en Jerusalén como «un aporte a la paz mundial», vio ahí una oportunidad. No sólo para que la Argentina reciba el torneo –como en 2001– sino para que la selección juvenil, que no logró la clasificación en el último Sudamericano y que costó la renuncia de Javier Mascherano, pueda jugarlo. Todo a dos bandas.
A Chiqui, devoto de la Difunta Correa, le sale todo. Pero esto no es un producto de los milagros: el presidente de la AFA es hábil para moverse y para hacer política, algo que le subestimaron muchos dirigentes y empresarios rivales, que le bajaban el precio por clasismo, por origen plebeyo, sindicalista y barrendero. Tapia los corrió uno por uno con paciencia, incluso cuando le pusieron en jaque su reelección. Algunos, al final, se rindieron y eligieron que era mejor estar cerca. La última muestra es la buena relación que tejió el presidente de River, Jorge Brito, que en 2019 fue el único asambleísta que levantó la mano para abstenerse de habilitar un tercer mandato de Chiqui. Y no es sólo en el fútbol argentino: Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, tuvo que guardarse viejas cuentas pendientes para condecorarlo como el mejor dirigente del mundo.
La tercera estrella conseguida en Qatar, celebrada durante los últimos días, fue la catapulta definitiva de Chiqui Tapia, una obra que también considera propia por dos motivos que, en verdad, resultan indiscutibles. Fue él quien construyó una relación de cercanía con Lionel Messi y los jugadores, a quienes les daba soluciones en medio de la anomia que vivía la AFA después del 38-38, la salida de Luis Segura y la intervención posterior. Y fue él quien apostó por Lionel Scaloni y su equipo de trabajo cuando nadie creía que ahí se empezaba a construir a la selección campeona de todo. Pero es el propio entrenador el que por estas horas repite un principio que habla del estilo del equipo pero que también puede ser llevado como mensaje más general: «El fútbol es de los jugadores».
Tapia acumula ahora los poderes plenipotenciarios que entrega una Copa del Mundo. Inició hace rato su despegue a Zurich, comando central del fútbol global. Pero sobre todo escribe la historia, una especie de camino hacia la posteridad. La placa que le da el nombre de Lionel Messi al predio de Ezeiza lleva su firma. Ya no está ahí el recuerdo de Julio Humberto Grondona, presidente durante 35 años de la AFA, campeón del mundo con Diego Maradona en México 86, un título que produjo su salto a la vicepresidencia de la FIFA, la vicepresidencia del mundo. Grondona no subía a los escenarios teatrales, tampoco bajaba al campo de juego. Son estilos distintos, épocas distintas.
La historia no es una continuidad lineal –lo enseñó Marx– porque está llena de procesos contradictorios. Sin que sea un episodio de continuidades, la selección argentina no se explica sin César Luis Menotti ni Carlos Salvador Bilardo, como tampoco se explican uno sin el otro. Lo mismo Messi sin Maradona, lo mismo Tapia sin Grondona. Y eso tampoco significa una linealidad. Pero hay algo cierto, que no obtura la hermosa alegría popular que despertó Qatar, y es que nada empezó ayer. «