Es la final del Mundial Sub 20 de Argentina y parece uno de esos partidos por el torneo local en el que no hay hinchas visitantes y los locales aturden con un solo grito. El Estadio Único Diego Maradona de La Plata es el Centenario de Montevideo. Hay 38.297 personas y todos, hasta los de Italia entreverados en las tribunas, parecen mimetizarse con los uruguayos. Acá, en Argentina, es domingo, 11 de junio, el Día del Vecino (real). La noche del sábado cantó Jaime Roos en el Luna Park. Desde el pase a la final, el jueves, más de 40 mil uruguayos entraron a la Argentina por aire, por tierra, por agua (en la mañana se festejó como goles la llegada de cada ferry a Buenos Aires). Solo falta jugarse el partido.
No fue un trámite, pero Uruguay fue mejor que Italia, y con el 1-0 de Luciano Rodríguez -de cabeza, en el área chica, en el minuto 86 después de un tumulto bochinchero-, el grito único explotó: “¡Uuuuuruguay noma’!”. La selección Sub 20 de Uruguay ganó el Mundial de Argentina 2023, su primero en la categoría. El fútbol de la costa oriental del Río de la Plata no ganaba un Mundial desde el de mayores de Brasil 1950. Pasaron 73 años. Aquel fue el Maracanazo. Este fue el Maradonazo.
Antes de que sonase el ritmo de candombe en el festejo del campeón, Uruguay no daba con el gol, aunque sí pie con bola. La bola era de Fabricio Díaz, el 5 que se hizo eje de los ataques, de pegada fuerte de larga distancia. Entre los casi tres millones y medio de habitantes de Uruguay, hay gurises y chiquilines destinados a resguardar la pelota, a pisarla, a profundizar el juego con pases que hieren, cortantes, en diagonal hacia adelante. Fabricio Díaz -20 años, mediocampista central del Liverpool montevideano (“Liverpúl”), en la mira del Barcelona- es uno de esos que aprecian el mapa del juego con y sin el balón. Que juegan con los pies en “10 y 10”, mostrándoles al mundo las caras internas de sus championes, su técnica.
Fabricio Díaz, el capitán, fue la figura de la final, ejecutante del córner del que desembocó el gol, aunque en la jugada intervino con un control, dos dominios y un intento de definición en el embrollo de piernas en el área -antes de que el rebote le cayera a Luciano Rodríguez-, Alan Matturro, el central-lateral izquierdo, el ancho bravo que, como Atila, por donde pasa no crece el pasto (y eso que el césped de la cancha distó bastante del estándares de un Mundial). Hubo chequeo VAR. Nada. Y luego 11 minutos de tiempo extra.
Uruguay fue superior porque dominó casi de punta a punta. Cantaron los “locales” que “esta noche cueste lo que cueste/ esta noche tenemos que ganar” -o la variante “a estos putos le tenemos que ganar”-, cuando Uruguay bajaba la tensión competitiva (o, en menos ocasiones, cuando Italia hilvanaba una sucesión de pases). El verdadero triunfo de Italia, más allá de la derrota, fue -y es- haber ahuyentado la abulia tacticista. En La Plata, ante los ojos de Roberto Baggio –Il Divino, un trequartista exquisito, invitado por la FIFA- jugaron de entrada Tommaso Baldanzi y Simone Pafundi, talentos zurdos en miniatura -1,70 y 1,65 m- que enseñan el camino a pesar de que la camiseta les quede holgada. Lo intentaron, pero no pudieron crecer a partir de la pelota, más de Uruguay, más disputada.
Había una convicción en la baby Celeste. Había aparecido como anhelo una hora antes del partido: “¡Volveremos volveremos/ volveremos otra vez/ volveremos a ser campeones/ como la primera vez!”. Y había una estirpe, un pasado por ratificar: mantuvo el cero en seis de los siete partidos del Mundial (apenas dos goles en contra). Italia no pudo lucirse en su primera final Sub 20. Fue, igual, la selección más goleadora (13) con Cesare Casadei, goleador (7) y elegido por la FIFA como el mejor jugador de Argentina 2023, es decir, Botín y Balón de Oro (el Balón de Plata fue para Matturro).
Uruguay volvió a ser campeón del mundo en fútbol después de Brasil 1950, pero la primera vez había sido en su Mundial, en 1930, el primero de mayores, 4-2 ante Argentina en el Centenario de Montevideo (en los Sub 20 fue subcampeón en Malasia 1997 y Turquía 2013). Uruguay, que exhibe las estrellas premundiales de los Juegos Olímpicos de París 1924 y Ámsterdam 1928, consiguió su cuarto título oficial en suelo argentino tras las Copas América 1916 (la primera, entonces Sudamericano), 1987 y 2011.
El Estadio Maradona de La Plata -rebautizado y ploteado a los efectos luego de su muerte- fue, una tarde fría de domingo de junio, una porción de territorio uruguayo, con banderas de Uruguay, de Peñarol y de Nacional, de los Treinta y Tres Orientales. No hubo conflicto bélico, ocupación, invasión, dominio temporal, sino una selección de fútbol que, cuando juega, arrastra una historia de épicas y de logros. Y de hinchas -la palabra “hincha” nace a partir de Miguel Prudencio Reyes, el utilero de Nacional que inflaba (“hinchaba”) las pelotas- que regresaron por la autopista La Plata-Buenos Aires en autos con banderas de Uruguay ondeando al viento, porque hay una Sub 20 de uruguayos campeones del mundo.