Chapecó comulgó ayer en la emoción para despedir a sus futbolistas muertos en un accidente aéreo en Medellín, en el mismo estadio donde esta pequeña ciudad del sur de Brasil aprendió a soñar en grande. Ante los 50 féretros recibidos con honores militares sonaron el himno nacional y del Chapecoense, y fueron aplaudidos los nombres de cada una de las víctimas de la tragedia, leídos por altavoces, en una mañana en la que nunca dejó de llover.
El obispo de Chapecó leyó un mensaje del Papa Francisco, que se definió «consternado» por la tragedia que sumió en la desazón a esta ciudad de 200 mil habitantes, a todo Brasil y al mundo del deporte. «Todos somos chapecoenses», proclamó un directivo del club, rindiendo homenaje a los «guerreros» que iban a buscar la Copa Sudamericana ante Atlético Nacional de Medellín.
Pero ese sueño no pudo ser.
«Los queríamos de vuelta, pero no así. El Chapecoense era una familia, los veíamos siempre, es horrible», dice entre lágrimas Juliana Deuner, una chapecoense de 35 años. «Estaremos siempre con vosotros. Força Chape», proclamó el presidente de la FIFA, el suizo Gianni Infantino, retomando el lema de toda la ciudad.
En el minuto de silencio final, la ruidosa «torcida» joven, corazón de esta Arena Condá de los buenos tiempos, posó sus tambores en el césped. El Chapecoense fue fundado hace 43 años y hasta hace cinco se debatía en las últimas divisiones del fútbol brasileño. La brutal interrupción de su espectacular ascenso deja ahora lugar a las dudas sobre su futuro.
«Lo más duro será el primer partido que juguemos, cuando veamos que nuestro equipo ya no entra en el campo», afirma emocionado Jacir Tolotti, un mecánico de 57 años.
El trauma se anuncia difícil de elaborar.
La 38ª y última jornada del Brasilerao, que debía jugarse este fin de semana pero fue aplazada hasta el próximo a causa del accidente, preveía un encuentro entre Chapecoense y el Atlético Mineiro, en el estadio de Santa Catarina. Pero el club de Belo Horizonte ya hizo saber que no se presentaría y que estaba dispuesto a sacrificar los tres puntos y a afrontar sanciones, en señal de respeto por las víctimas de la tragedia.
El presidente brasileño Michel Temer asistió a la ceremonia, pero se abstuvo de discursar. Inicialmente se había dicho que el impopular mandatario se limitaría a saludar a los familiares en el aeropuerto, por temor a los abucheos. Algo que él negó, asegurando que había obrado de ese modo para facilitar las tareas de la seguridad. El que sí fue aplaudido al ser anunciada su presencia fue Tite, el entrenador de la selección.
De las 77 personas que iban a bordo, 71 perecieron. Entre los seis sobrevivientes hay tres deportistas de club. El alcalde de la ciudad, Luciano Buligon, pronunció su alocución vestido con la casaca a rayas verdiblancas del Atlético Nacional. El entrenador del club de Medellín, Reinaldo Rueda, hizo el viaje hasta Chapecó y fue ovacionado por las gradas, en las que destacaban varias banderas colombianas.
La lluvia no amilanó a los «torcedores», que acudieron masivamente al estadio. Las autoridades esperaban 100 mil personas, aunque la gran mayoría siguió el homenaje por las dos pantallas gigantes instaladas afuera, dado que en las tribunas solo caben 19 mil. En el estadio y sus inmediaciones, el sobrecogedor silencio previo a la ceremonia solo se rompía al grito de «Campeones, campeones», cuando las pantallas mostraban imágenes del cortejo que traía los 50 ataúdes con los cuerpos de 19 deportistas, de directivos del club y de periodistas brasileños.
Un grito que surgía de gargantas anudadas, las mismas que aclamaron la imprevista epopeya del «Chape». «Veníamos a todos los partidos, lloviera o hiciera sol. Nuestro sueño por fin era real, estaba tan próximo, que no hay explicación», afirma con los ojos enrojecidos Rui Alonso Thomas, un mecánico, que asiste al paso del cortejo junto a su hija de diez años, ambos con casacas verdes y empapados por el aguacero.