I
Las lágrimas de Aimar. La desazón con Arabia Saudita. A la gente le digo que confíe, no los vamos a dejar tirados. La elegancia de Scaloni. El bardeo y la disculpa de Canelo. La abuela lalalá. Bangladesh. El hincha japonés. Los festejos en India, Perú, Indonesia. Elijo creer. Las cábalas. Anulo mufa. Pugliese. Por qué no hay negros en la Selección. El gato que eliminó a Brasil. El festejo de Harry Styles en Buenos Aires. Las brujas argentinas. Las caritas de nenas y nenes cuando Messi los saluda. Los nenes y las nenas que se emocionan en todo el país. En todo el mundo. Los «adultos» que vuelven a ser niños, que se acuerdan de sus padres, de su infancia. El sicólogo del Dibu. El video de un Julián Álvarez de 11 años soñando con jugar un Mundial. Los penales con Holanda. Dibu, el héroe. El abrazo y el llanto de Scaloni con su hijo. Los festejos de Antonela, Mateo, Thiago y Ciro, la Familia Real. Las invocaciones a Maradona, el Santo Patrono. En el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con La Tota, alentándolo a Lionel. Los hinchas que le cantan ‘Manuelita’ a un nenito en el metro de Lusail. Lali y Tini. La hinchada argentina que no deja de alentar, ni acá ni en Qatar. El aliento tuitero sí se puede ver. El delay de Flow que todavía está pasando la final del 86. El relato de los goles en italiano. ¿Por qué son siempre más emocionantes? El Topo Gigio de Messi. Anda pallá, bobo. Messi, el hombre vulgar. Bien dice Sofía Martínez: atravesaste a cada uno de los argentinos. No hay nene que no tenga tu remera, la original, la trucha, la inventada o la imaginaria. Marcaste la vida de todos. El adorable Kun Aguero, o Mr. Carisma. El Papu Beckham. El decisivo penal del Toro y los goles artísticos de la Araña. Los gritos en balcones y ventanas. Los bares llenos y las calles desiertas en cada partido. El estallido de bocinas ante el silbatazo final con México, Polonia, Australia, Holanda, Croacia. Los abrazos, bailes, cantos y sonrisas cómplices con conocidos y desconocidos en todos lados, de la Quiaca a la Antártida. Las banderas, las camisetas. El celeste y blanco por doquier.
El nudo en la garganta. El dolor de panza. La felicidad, la esperanza y la ilusión. El orgullo y el sentimiento. O lo tienes, o de lo que te pierdes.
II
La final con Francia. El desvelo. Un sábado inútil. La electricidad en el ambiente. Un mar de camisetas albicelestes en todo el país. ¿Alguien puede, alguien quiere dormir? Amanece. Ya es 18 de diciembre. Las largas filas en las panaderías. Alta demanda de facturas y sánguches de miga. En la esquina de Segurola y Habana, rezan. En Julián Álvarez y Córdoba, cuelgan banderas. Vecinos arman antenas para ver el partido sin delay, para que ninguno anticipe el grito del gol. El recuerdo de la declaración de Mbappé: “en Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa”. Vamos a ver. La historia de Di María que se viraliza: “Mi papá se quedaba embolsando ahí todo el día, sin pausa. Porque si no lograba vender el carbón ese día, nosotros no teníamos nada para comer, así de simple. Y yo pensaba, y de verdad lo creía: Va a llegar un momento en que todo cambie para bien”. El último partido de Lio en la Selección. Estos chicos se merecen todo. El himno que canta Lali, la filósofa contemporánea que ya advirtió que 3 son mejor que 2. El partido inverosímil. La Selección *primero hay que saber sufrir* Argentina transita del 2-0 al 2-2, del 3-2 al 3-3. Me estás jodiendo. Penales. Las brujas trabajan como nunca. No hay rivotril que alcance. Dibu, el héroe, otra vez. El rezo de Messi a Diego mirando el cielo antes de que Gonzalo Montiel patee el último. Termina la agonía. Campeones. Tricampeones. Los récords interminables que acumula Messi. El grito de desahogo que retumba en los 3.7 millones de kilómetros cuadrados de Argentina. La convicción de que es un acto de justicia. El mejor fin del mejor partido de la historia de los mundiales. La explosión de llanto de Scaloni al abrazarse con Paredes. La profecía cumplida de Hervé Renard, el DT de Arabia Saudita: “Argentina pasará fase de grupo y saldrá campeón del mundo”. La camiseta argentina que ya está agotada a nivel global. La “Cumbia de los trapos” que suena en la coronación. La capa de Lio Potter. El beso de Messi a la Copa. La sonrisa de Messi con la Copa en alto. No lo soñé. El Kun, su gran amigo que lo lleva en andas. También él es campeón del mundo, cómo no. Bilardo que los ve por televisión. Los hijos de los jugadores que hacen un picadito con una botella de plástico en el césped del Lusail. El abrazo de Messi con Antonela, Thiago, Ciro y Mateo. La despedida de Víctor Hugo como relator.
El amor por Messi y/o por la Selección que no sabe de fronteras (Nápoles, una locura), ni de celebridades. Festejan Luis Miguel, Cristian Castro, Thalía, Doña Florinda, Julia Roberts, Roger Federer, Bad Bunny, Paolo Sorrentino, Jon Bon Jovi, Maluma, Ricky Martin, Ashton Kutcher, Russell Crowe, Alejandro Sanz, Ben Stiller, Catherine Z. Jones, Andy Murray, Neymar, Beckham (el inglés, no el Papu), Gary Lineker, Usain Bolt, Reese Witherspoon, Barack Obama, Daddy Yankee, Residente, Chayanne, LeBron James, Ashton Kutcher. Y la lista sigue.
Argentinos que se lanzan por millones a las calles. Esperaron 36 años. Los cantos que recuerdan que el que no salta es un inglés, que preguntan Brasil decime qué se siente, que confirman: “yo soy argentino, es un sentimiento, no puedo parar” y que avisan: muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. El susto, el estrés que sigue plasmado en los rostros. Fue mucho sufrimiento. La tercera estrella que ya se empieza a bordar en las nuevas camisetas. La procesión interminable, masiva. Las sonrisas y las lágrimas, infinitas. La canción que, ya en el vuelo de regreso, los jugadores adaptan a la nueva realidad: “La final con Alemania, ocho años la lloré, pero eso se terminó, porque este año en Catar, la final con los franceses, la volvió a ganar papá. Muchachos, ahora sólo queda festejar, ya ganamos la tercera, ya somos campeón mundial. Y al Diego le decimos que descanse en paz, con Don Diego y con la Tota, por toda la eternidad”.
III
La sorpresa de vivir por primera vez un Mundial con esta intensidad. La admiración y gratitud con Messi y con estos muchachos. La obviedad de que el futbol no arregla el mundo pero sí lo hace más vivible. La complicidad tuitera. Mis cábalas y mis promesas. La emoción de sentir el entusiasmo en las calles, de ver a tanta gente tan contenta. La oportunidad de olvidar por un rato los problemas o las tragedias cotidianas. De entregarme a otro sentimiento intransferible e inexplicable. El descubrimiento, en la final, de que no había llorado tanto desde que murieron mi papá y mi mamá. Si eso no es amor por Argentina, yo ya no sé. La suerte de vivir en este país y celebrar con ustedes un campeonato del mundo. De disfrutar la belleza de esta alegría colectiva. Gracias para siempre.