Marco De Laurentis es lo que se ve y oye: italiano -la musicalidad en las palabras, el habla romana-, entrenador de arqueros -186 centímetros de altura, flaco-, un rastreador de los secretos que guardan los tres palos -locuaz, explicativo- y alguien que llegó al país hace nueve años por el amor de una mujer argentina. De Laurentis -41 años, exarquero de Palermo y Cagliari, entre otros clubes de Italia- trabaja hoy en el cuerpo técnico de Platense, que pelea el ascenso directo a la B Nacional, y pasa las tardes en Arqueros en Red, una clínica de entrenamientos para profesionales y juveniles. Con formación en las inferiores de la Roma y trabajos en Estudiantes de Caseros, Colegiales, Almagro y Atlanta, habla de su pasión: entrenar a arqueros.
–¿En Europa tiene otra importancia el entrenador de arqueros?
-Empecé a jugar a los ocho años y ya teníamos uno, o sea, hace más de 30 años, y no lo inventaron ese año. Acá no se acostumbran. Me llama la atención que, a veces por presupuesto y otras no, no tienen entrenador de arqueros en las inferiores. No hablo de Primera División: el fútbol no es sólo Boca y River. Entonces, cuando un pibe llega a Primera empieza a aprender gestos técnicos, y en verdad su rol es entrenar, no formar.
-¿En qué los ayuda?
-Me gusta el arquero «completo»: uno que pueda ser utilizado a pleno por el técnico y los compañeros, que sepa hacer de lo difícil, fácil. Que tenga buena ubicación, que no haga atajadas para la foto, que ataje con simplicidad, que tenga buen juego aéreo y con los pies, que no significa que sea alto ni que sea habilidoso. El arquero no tiene en la espalda el número 10: tiene sólo el 1. Y que tenga voz de mando, que no es ser una radio, hacer una crónica del partido. Un arquero, por ejemplo, no le tiene que gritar a un defensor: «¡Sacalaaa!». Le debe gritar por su nombre que tiene un rival atrás. No gritar, porque hay cuatro defensores, y si gritás «¡atrásss!», los cuatro se dan vuelta, y si hay un pase, pierden la marca.
–¿Los arqueros están locos?
-Es un dicho del pasado. Era loco porque era diferente, tenía un color diferente de remera, se tiraba a los pies de los jugadores, mil veces al piso, y la gente decía: «Está loco». ¿Pero preferís un arquero loco o tranquilo?
-El arquero tranquilo puede que transmita seguridad.
-¿Y el arquero loco?
–Tiene otras particularidades.
-Es impredecible, como todos los locos. Te salva un partido y al otro, te lo hace perder. No me gustan, son exhibicionistas. Sí con personalidad, que haga lo suyo. No le pido que haga un pase gol a 70 metros, que descuelgue un centro al borde del área grande si no es necesario. El arquero loco es una figura latinoamericana debido a Gatti, a Higuita, al mexicano Campos, que jugaba con guantes dos talles más grandes, todo de colores para distraer al delantero y que no le patee al color. ¿A dónde fue la pelota cuando Higuita hizo el escorpión? A un rival.
-¿Quién es el mejor del mundo?
-Buffon es siempre referencia. Jugué contra él. Fue el primero que empezó jugando joven. Se veía diferente. Si bien calza 46, 47, tiene buen juego con los pies y es perfecto con el juego aéreo, características que, si uno las une, resuelve el 70% de las dificultades. Sabe cuánto sale un gol: un gol sale muchísima plata, el sueldo del entrenador, el arreglo de la cancha, la luz, las inferiores. Cuando uno entiende cuánto vale, entiende cuánto vale jugar simple, y más al nivel Mundiales y Champions League. La fisonomía de un arquero es de más de un metro ochenta y seis. Es uno de los mejores, como (Gianluigi) Donnarumma, del Milan, y (Thibaut) Courtois, del Chelsea, que es el arquero perfecto en todos los aspectos.
-¿Y entre los argentinos?
-(Sergio) Romero, Rulli, aunque en Argentina no hay tantos que me entusiasmen. Está Armani, un arquero de equipos importantes. Estaba (Rodrigo) Rey, que atajó en Godoy Cruz. (Agustín) Rossi, de Boca, puede ser un buen arquero, con personalidad, aunque en Boca al principio atajaba Werner, que es mejor, pero sin tanta personalidad, y eso y la autoridad te llevan a superar dificultades. El arquero tiene que ser un hombre de carácter fuerte, tener buena relación con el técnico, los compañeros y los dirigentes. Y después atajar.
-En el libro Historias del Calcio, Enric González relaciona el catenaccio con una mentalidad italiana de «trinchera», ya que el país sufrió invasiones y ocupaciones casi hasta el siglo XX. ¿El arquero es el primer defensor?
-Mi nene me dice: «Quiero ser jugador». Está bien, pero el arquero también es jugador, le digo, es defensor del arco. Siempre pensé que el catenaccio era porque los italianos tienen una buena lectura del juego. Sabemos que un partido se puede ganar en cualquier momento, y que cuesta mucho hacer un gol. Entonces, si hacemos un gol, lo defendemos. Tomamos seriamente la organización y, a veces, perdemos la individualidad. En Argentina, no. Un técnico quiere empezar a construir un edificio desde el techo. Y no, si vos no tenés los fundamentos, se cae. En Italia, en cambio, primero está el arquero.
-¿Te gusta más entrenar que atajar?
-Cuando entreno, se me pasa el tiempo. El entrenamiento me formó. En las inferiores de la Roma tuve a Roberto Negrisolo, uno de los mejores entrenadores de arqueros. Ponía a todos los arqueros del club alrededor del área grande, y él frente a un arco. En Primera estaban Tancredi, Cervone, Peruzzi, y si alguno hacía un desvío y la pelota venía hacia vos, no la podías agarrar con los pies y cancherear, decirle al arquerito que estaba al lado: «Mirá la que me sale». No. Tenías que agarrarla con gesto técnico, toma baja, sin poner la rodilla al piso, y hacer un pase en bowling al entrenador, que enfrente tenía cuatro, cinco pelotas, y era lo más difícil. Si la pelota que le dabas chocaba con una de las pelotas que tenía para patearle al arquero de Primera, te mandaba a la ducha. ¿Qué me estaba transmitiendo? Precisión y concentración. Un arquero, en 90 minutos, tiene que solucionar cuatro situaciones, a veces sólo una, y tiene que tener concentración.