Hay hinchas que pasan la noche en las veredas, que acampan. Hay otros que se suman al amanecer. Hay micros que llegan desde más allá de la provincia de Buenos Aires. Hay turistas italianos y españoles que testimonian que están en la Argentina porque la final de la Copa Libertadores es Boca-River, River-Boca. Pero, sobre todo, hay filas kilométricas de hinchas de Boca en los accesos a la Bombonera. No se juega ningún partido. Detrás del runrún de la pasión y el aguante, de un entrenamiento a puertas abiertas en la previa a la final de vuelta en el Monumental, hubo una posibilidad más humana, quizás única para muchos hinchas de Boca: satisfacer la necesidad básica de entrar por primera vez a la Bombonera, de conocerla por dentro.
Los hinchas de Boca que no son abonados, socios plenos o adherentes, desde hace más de una década, no pueden ir a ver un partido a la cancha. Les está vedado. No hay venta de entradas para el público general y casi nunca queda un remanente. Y entonces cualquier oportunidad, como lo fue la vuelta de Carlos Tevez desde la Juventus de Italia, atrae a una marea bostera. De hecho, este jueves, el club abrió las puertas de la Bombonera a las 15, una hora antes de lo previsto, para tratar de evitar cualquier desborde de la masa, como advertencia para los rezagados en el apoyo al equipo.
Pero hubo gente que se quedó afuera. Miles y miles. Que llegó hasta Brandsen e Irala y Palos y Espinosa, los puntos de entrada, y que vio que era imposible ingresar. Hubo descontrol, claro. Corridas, por supuesto. Y bronca. Nada nuevo bajo el cielo de la Bombonera. En cada partido que Boca juega como local, y a partir de la exclusividad de unos para ver los partidos en la cancha, se generan ritos en los alrededores, como la previa en la calle Irala, como el epicentro en el local de la organización Boca es Pueblo en la esquina de la Plaza Matheu, como otros tantos que se repiten -y repitieron- en el barrio.
El desborde, la incapacidad de la Bombonera de recibir a tantos hinchas, es un argumento que le cuaja a Daniel Angelici, presidente de Boca, y al macrismo, que quieren construir un nuevo estadio en los terrenos de Casa Amarilla. De ahí que este jueves otra vez se escuchó que la Bombonera le queda chica a Boca, que algo hay que hacer. En julio, durante la pretemporada en la Florida, Estados Unidos, un periodista del programa radial Soy Boca le preguntó por la dualidad ampliación-nuevo estadio a Angelici. Se molestó, acostumbrado a las preguntas de ocasión (centros). “No voy a tomar ninguna decisión sin los verdaderos dueños del club, que somos los socios”, dijo el presidente. Es decir, sin la inmensa mayoría, nada silenciosa, que copó la Bombonera antes del Superclásico.
Tras el éxtasis bostero, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires clausuró el estadio de Boca al considerar que «hubo exceso de gente».