Desde Aristóteles en adelante, denominamos mímesis a una suerte de emulación de la Naturaleza como fin y sentido primordial de las artes. Cualquier dinámica mimética acaba resultando en un producto más semejante y más exacto que el propio original.
En las últimas semanas, desde las múltiples pantallas con las que convivimos a diario, nos hemos contagiado del fervor y la alegría de un pueblo que nos triplica en almas.
Situado en el noreste de la India, Bangladesh es hoy una porción del otrora territorio de Bengala. Independiente desde 1971, soportó durante siglos la garra opresiva y sofocante del Imperio Británico. Malvinas y la «mano de Dios» significaron para nuestros hermanos asiáticos sentidos actos de reivindicación simbólica ante un arrogante enemigo en común.
Sin embargo, son razones que explican sólo parcialmente la pasión albiceleste desplegada en tierras tan remotas. ¿Será la venganza el único motor que provoca semejante frenesí multitudinario? Si así fuera, debería traducirse en rictus feroces, en miradas inyectadas de rencor, en cánticos amenazantes. Lejos de ello: su bullicio se traduce en sonrisas plenas de cariño, en miradas esperanzadas, en algarabía popular.
Tampoco alcanza con citar a Delleuze y la resistencia imparable que produce la alegría que nunca se rinde a pesar de la necesidad de tristeza que tienen los poderosos para dominarnos.
Nuestra Selección, además de talento innegable ha desplegado un erotismo arrollador y genuino; visceral y tierno que no teme mostrarse. El mismo erotismo que había habilitado el Diego, en tiempos ajenos a asfixiantes correcciones políticas. Y es aquí donde el círculo parece cerrarse, mecanismos miméticos mediante. Círculo completo que en forma de espejos amorosos nos devuelve imágenes multiplicadas de nosotros mismos tan sinceramente ofrecidas por nuestros dobles de Asia del Sur . «