Hola, ¿cómo están?

Este correo hoy les llega más tarde. Anoche fue difícil dormir. Fue la fiesta argentina, pero no fue sólo la fiesta argentina. Los partidos que allá empiezan a las cuatro de la tarde acá terminan a medianoche, horario para la televisión europea. Si eso incluye después conferencia de prensa, escribir tu nota, después caminar hacia el metro, depende en dónde estés podés llegar a tu casa a las cuatro de la mañana. Si a todo eso le agregás la manija del partido de Argentina, los goles de Alexis Mac Allister y Julián Álvarez, quizá te acostás cuando ya se hizo de día.

En Barwa, el barrio argentino, siguieron la fiesta bien largo. Instagram avisa que @barwargento está transmitiendo en vivo. Música, baile, algunas bebidas se ven. Contra México hubo celebración, pero enseguida aparecía la cautela de que todavía faltaba, que venía Polonia y que la selección podía quedar afuera en primera ronda. Ese fantasma, la cara de La’ebb, todavía perseguía a los hinchas. No pasar la primera fase del Mundial es la caída de granizo del fútbol, pasó una vez en colores, fue tan perturbante y nos abolló tanto que cada vez que puede volver a suceder se nos encienden todas las alertas.  

Ya está, eso no va a ocurrir. 

Hay una idea muy repetida de que a partir de octavos de final empiezan los mundiales. La verdad es que los mundiales empiezan en el primer partido, la selección argentina lo experimentó con Arabia Saudita. Ahí le empezó el Mundial. A Lionel Scaloni le preguntaron ayer si esa derrota no enseñó algo. Si no hay mal que por bien no venga, como el dicho, le preguntó Elio Rossi. “No sacó algo más de nosotros”, respondió el entrenador. Es posible que sea así pero esa caída algo produjo en todos, incluso en los hinchas que viajaron a Qatar, bajó a la tierra al país futbolero que creció con el fraseo tanguero de que primero hay que saber sufrir. También hay que saber aguantar. La selección jugará contra Australia con dos días de descanso en el medio, igual que su rival. Fue una queja de Scaloni, no por un asunto de ventaja pero sí por lo que implica para el físico de los futbolistas.

En la crónica de Tiempo conté que en la arquitectura del gol que hizo Julián Álvarez hubo 23 pases. Pero fueron más. Se pueden contar 27 toques. Y es una característica del equipo porque la Argentina completó 801 pases contra la selección polaca, como lo cuenta Marcelo Gantman en su imprescindible newsletter Big Data Sports junto a Matías Conde. De ahí hay que leer a Rodrigo De Paul, a quien muchos se apuraban a sacar del equipo. Fue la escala de todo, el que unió las líneas del equipo. Y hay que leer a Enzo Fernández, que sólo falló ocho de los 94 pases que intentó, que ganó todos sus duelos y que cuando erró fue a corregirse él mismo sin pedir auxilio. Verlo moverse por la cancha, moviendo la cabeza para hacerse su propio gran angular y mapear la cancha, conectar la pelota, buscar a sus compañeros, produce un éxtasis futbolístico. Y ahí te acordás que tiene 21 años.

La cifra de pases muestra al equipo. Porque lo que se armó ayer en el imaginario colectivo es el equipo. La misma idea con nombres nuevos, como dice Daniel Arcucci. En el primer gol, la conexión fue de Nahuel Molina con Alexis Mac Allister. Celebraron los hinchas de Boca como un grito propio. En el segundo gol la conexión final de esa acumulación de pases fue de Enzo con Julián Álvarez, un producto de River. Porque al final todo empieza en casa. 

Anoche, mientras volvíamos para la casa, conectados al wi fi del metro, hacíamos videollamadas con nuestros amigos y nuestra familia. Gustavo, mi hermano, me contaba que en la Argentina salía la gente a la calle, al Obelisco, que había una euforia que acá nos parecía desmedida. Pero es el efecto de la distancia, de ir por la madrugada, en un tren con qataríes, indios, con nepalíes con camiseta argentina que viajan en silencio. Sólo un grupo de argentinos de pronto empieza a saltar, a cantar muchaaaaaaachoos, pegándole al techo, muy sacado, muy contento. Un señor árabe lo mira mal. Dicen desde Buenos Aires que lo que explota es una euforia contenida, también la necesidad de una alegría, de una felicidad colectiva. 

“Metro, this way; Metro, this way; ¿Metro? This way”, te indican los voluntarios en las llegadas a las estaciones. Es lo más simpático del Mundial. Se hacen coreografías, se arman feat con los hinchas donde ellos completan la frase. Los voluntarios aportan su gracia. Adaptan el Metro, this way a otras melodías, algunos lo tienen directamente grabados. Pero la indicación te acompaña a todos lados, se te mete en la cabeza, se te pega. Incluso llegó a los entretiempos de los estadios. Cualquier hincha en Qatar lo sabe. Repetís de noche Metro, this way, prendés el teléfono para hacer tu historia de Instagram, y caminás hacia la estación. 

El gol de Julián Álvarez recordó al de Esteban Cambiasso contra Serbia y Montenegro. Otro rival del fútbol europeo periférico, camiseta alternativa. Azul en Alemania 2006, violeta en Qatar 2022. Estuve en Brasil 2014, un equipo que emocionó, que llegó a la final, y estuve en el caos de Rusia 2018. Puedo decir que ayer vi el mejor partido de una selección argentina en un Mundial en la cancha. Daniel Arcucci y Ezequiel Fernández Moores, a los que tengo al lado, se jactan: ellos estuvieron en la cancha contra Bélgica en México 86. Ayer la fiesta también fue ver a un equipo con ganas de jugar, con ganas de ser protagonista, tener la pelota, eso también generó orgullo. El partido de anoche también fue eso, marcó un camino para la selección, su this way.

Hasta la próxima carta

AW