Si el fútbol es un juego en el que juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania, la Copa América es una competencia en la que Brasil siempre gana en su casa. La victoria ante la Argentina va en esa dirección. Porque la Argentina que llegaba con dudas, que había escalado hasta las semifinales con actuaciones discretas y sin un plan de juego, entregó su mejor versión en Belo Horizonte y al mismo tiempo enterró la fantasía de ponerle punto final a la sequía iniciada en 1993. En la cancha del 1-7, Brasil fue oportunista -y tuvo a Dani Alves en un nivel superlativo- para instalarse en el último partido de la competencia más vieja del mundo. Para seguir imbatible en su tierra donde ganó cada una de las copas américa que organizó. Este clásico acaso haya sido su final, su coronación. Más allá de la polémica por el uso, la caída no se puede explicar solo por Brasil no ganó por el VAR made in Sudamérica, una suerte de confusa interpretación por estas latitudes. 

Con Lionel Messi desequilibrante como en ningún otro partido de la copa, Agüero y Lautaro Martínez siempre peligrosos y con un equipo que defendió lejos de Armani, la Argentina dio lo mejor que pudo. Era difícil entregar algo más en medio de la confusión, del interinato de Scaloni y del descalabro dirigencial de la AFA ante una potencia como el conjunto gobernado por Tite. El local le tiró la historia encima, los antecedentes triunfadores y la jerarquía para ganar más por su potencial que por lo desplegado en el Minerao. 

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(Foto: afp)


Porque la Argentina marcó el tiempo del partido desde el comienzo, incomodó a Brasil, encontró una forma de defender que hasta acá no había mostrado y tuvo situaciones para nivelar el juego. Pero los de Tite se escudaron en la ventaja conseguida por una genialidad de Dani Alves: sombrero, control y pase a lo Ronaldinho, mirando para un lado y descargando para el otro. Fue una maravilla, aunque fue la única del local en esa primera etapa en la que la tuvo Agüero de cabeza. 

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(Foto: AFP)


El complemento fue todavía más a favor de la Selección. Brasil se paró de contra, se cobijó cerca del hasta ahora invencible Alisson, Messi fue el eje de cada avance de la Argentina y vio como se pinchaba cada ocasión hasta que Firmino sentenció el destino al empujar la pelota después de una enérgica corrida de Gabriel Jesús. Ahí el equipo conducido por Scaloni bajó los brazos después de un tiro al palo y un dominio territorial y de la pelota claros. La era de Scaloni quedará marcada por una incipiente y -en algunos casos- positiva renovación y la impericia en los cambios, propio de un inexperto puesto a practicar en una selección de elite. 

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(Foto: Télam)


La Argentina cerrará su estadía en Brasil el próximo sábado en la búsqueda del tercer puesto. Habrá jugado los seis partidos, la máxima cantidad posible aunque la última no será la que buscaba. Después todo indica que empezará otra etapa, otra historia, una nueva conducción. Acaso el llanto en el Mineirao sea un comienzo. El final será otra vez del local, un monstruo casi imposible de doblegar.