El fútbol femenino está cambiando. Y lo está haciendo rápidamente, no sólo en Argentina. La mejor jugadora del mundo, la española Alexia Putellas, lo advirtió en la previa mundialista: “Esto ha ido a una velocidad para la que no todo el mundo estaba preparado. También había gente que no se esperaba lo que está sucediendo”.

Lo que ocurre en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda, ya en la segunda fase -y con Argentina eliminada-, se puede analizar en parte a través de los números: récord de asistencia en los estadios, en los primeros 15 días del torneo el tráfico de las plataformas digitales de FIFA superó al de Francia 2019 y, en el caso argentino, los históricos 12 puntos de rating en el partido frente a Sudáfrica.

Todo eso que se acumula fuera del campo de juego permite comprender también qué ocurre con el fútbol femenino internacional y cómo está Argentina en comparación con el resto. El nivel que demostraron algunas selecciones en la fase de grupos -sobre todo, los equipos que dieron el batacazo como Jamaica, Colombia, Sudáfrica y Marruecos– nos hace frenar la pelota, levantar la cabeza e intentar comprender hacia dónde va el juego.

«Lo que queremos como deportistas de alto nivel y futbolistas profesionales es bastante simple: tener estructuras que nos permitan trabajar cada día y poder mejorar», expresó una de las referentes francesas y mejores jugadoras del mundo, Wendie Renard.

En el caso argentino, la socióloga Lorena Arambuena explicó en Anfibia que, a cuatro años de la semiprofesionalización del fútbol femenino, los pasos que se dieron fueron significativos. Son varios: el aumento en la mínima de contratos profesionales -de 8 en 2019 a 15 en 2023- y de equipos participantes en la Primera División de AFA -de 16 a 20-, la eliminación de las denominadas “cláusulas anti embarazo” que lo consideraban una lesión, la ampliación de los cuerpos técnicos, las mejoras en las condiciones de entrenamiento de los planteles, la cobertura periodística -mayormente de medios y cronistas independientes-, el desarrollo de las categorías formativas y la progresiva apertura de estadios principales de los clubes.

«Tuvimos cuatro años de amistosos y concentraciones, más la Copa América. La cantidad de partidos previos a este Mundial son millones al lado de los que tuvimos para el anterior. Llegamos mucho mejor preparadas«, declaró la defensora argentina Aldana Cometti en la previa mundialista.

En ese aspecto, Cometti tiene la derecha: la selección llegó mejor preparada. Se notó en el juego, no así en los resultados: Argentina sumó dos derrotas (ambas ajustadas, 1-0 ante Italia y 2-0 contra Suecia) y un empate (2-2 frente a Sudáfrica). Como se dijo previamente, hay que levantar la cabeza y ver que la evolución de Argentina en comparación a sí misma no significa que no existan todavía grandes diferencias en relación a otras selecciones mundialistas.

El Sindicato Internacional de Futbolistas (FIFPro) planteó en el “Informe de la carga de trabajo en el camino hacia la Copa Mundial Femenina de la FIFA 2023” que la Albiceleste jugó 35 partidos hasta el 23 de mayo de este año: 11 por competencias oficiales y 24 amistosos. Suecia, último rival en el grupo G del Mundial, jugó 48, de los cuales 27 fueron oficiales.

El viernes, después de que se conociera su lesión ligamentaria, la mediocampista argentina Florencia Bonsegundo se despidió de la Selección argentina. Fue parte del grupo de jugadoras que estuvo ausente del seleccionado luego de pedir mejoras estructurales. Tras su retiro con la celeste y blanca, dijo en su carta despedida: “No vamos a mentirnos, el fútbol femenino sí que ha crecido, pero el resto creció el doble y seguimos detrás”.

En comparación con las grandes potencias, Argentina aún presenta un torneo amateur con ciertos tintes semiprofesionales. El apoyo por parte de la AFA y la inversión de algunos clubes no compensan lo que ocurre en la mayoría de las entidades y las exigencias que se le plantean a las jugadoras.

Germán Portanova así lo explicó en la conferencia de prensa al terminar el partido frente a Suecia: “Para competir de igual a igual contra estas selecciones debemos entrenar mejor, cuidarnos más, ser más profesionales. Debemos dar el doble o el triple de esfuerzo”.

Las jugadoras también hicieron un mea culpa, sobre todo al analizar el desgaste físico que sintieron en los segundos tiempos de los tres partidos. La intensidad en la marca se aguantó 60 minutos tanto frente a Italia como frente a Suecia. De ahí se explican las derrotas en ambos partidos. Desde ahí y desde la falta de profundidad del equipo, a pesar de mostrar un crecimiento en el juego.

“Hoy volvemos a demostrar que seguimos detrás de potencias, que aún falta mucho trabajo. Trabajo personal de cada jugadora, trabajo dirigencial, trabajo social, trabajo en los clubes y la federación, trabajo GRUPAL”, escribió Bonsegundo.

Hay que resaltar sin ser autocomplacientes que la Argentina -en este proceso a largo plazo- mostró enormes avances en el juego: compitió y no se resignó a defender como había ocurrido en los Mundiales anteriores. Sin embargo, entre los puntos más flojos del equipo estuvo precisamente la falta de cuidado físico de algunas jugadoras. Y es en este punto donde tanto Portanova como Bonsegundo -entre otras- ponen el foco.

Si no, ¿cómo se explica que Sudáfrica, peor posicionado en el ranking FIFA que la Argentina, haya clasificado a octavos de final? Es un seleccionado con un fútbol local amateur pero que mostró a lo largo del Mundial -un torneo cada vez más físico y rápido- que llegó en mejores condiciones físicas que el nuestro.

“Debemos ser realistas de que el fútbol tiene que cambiar, tenemos que ser más profesionales, tenemos que entrenar el doble para competir contra estas selecciones, tenemos que cuidarnos en todos los aspectos no sólo físicamente, sino también en lo invisible como el descanso y la comida”, dijo la defensora Julieta Cruz tras la eliminación.

El fútbol femenino creció a una velocidad para la que no todo el mundo estaba preparado: ni dirigentes, ni entrenadores, ni futbolistas. Tras la eliminación y la partida de referentes como Bonsegundo y Estefanía Banini, la Selección argentina comienza con el desafío del recambio generacional. Ahí, las más jóvenes -con las estructuras adecuadas- van a tener que tomar nota de aquello que señaló Portanova finalizado el Mundial: “Si ustedes quieren tener más minutos en esta clase de partidos, si quieren competir de igual a igual, no se pueden conformar con ser figuras en el torneo local. Tienen que ir por más”.