La selección cerró otro año en la cúspide de América, Racing festeja su primera copa internacional en 36 años y Vélez se encamina a ganar uno, dos y hasta tres títulos locales ante los fracasos de River y de Boca, pero algunas imágenes del bajo fondo (y no tanto) del fútbol argentino se asemejan a la escena más incómoda de Trainspotting, una película escocesa de 1996 aún vigente por su registro del desánimo y la desesperación de una generación de jóvenes veinteañeros: cuando Spud, el personaje más desdichado y sensible, termina revoleando –involuntaria pero acaso inevitablemente- una bolsa de excremento a 360 grados.

Las últimas semanas de 2024 derivaron en un cruce de caminos entre la presencia de las apuestas on line en muchos vestuarios del Ascenso –y algunos de Primera- y la Copa Potrero, un torneo que, desde las cámaras de ESPN, o sea de Disney, se apropió de una palabra más relacionada a la pureza del fútbol. El torneo fue un éxito pero además marcó una pintura social-deportiva de la época: cómo la precariedad laboral, el multiempleo y el sálvese quien pueda, incluso en un deporte colectivo, también llegó al fútbol.

A muchos jugadores del Ascenso, en particular a los de las categorías más bajas, no les alcanza con el sueldo de su club. Como sucedió históricamente, la mayoría llega a fin de mes con otros empleos por fuera del deporte. Pero la novedad es que algunos encontraron dentro del fútbol sus nuevos ingresos. Una minoría «juega para atrás» por las apuestas. Y otro puñado se anotó en la Copa Potrero sin importarles el trabajo compartido de un año junto a sus compañeros de plantel de AFA ni perder ese vínculo laboral con el club.

Mientras la Cámara de Diputados dio media sanción esta semana a una ley que apunta a restringir el festival de publicidades de las casas y limitar los métodos de pago y el control de edades de los apostadores –aunque, de implementarse, el gobierno de Javier Milei la vetaría-, el 2024 también debería ser recordado como el año en el que el juego online y sus derivados terminaron de quedar en el centro de la escena del fútbol en sus dos vertientes: 1) perjudicando a la sociedad –por lo general a las capas más indefensas- a través de la ludopatía y, 2) atacando a la credibilidad del Ascenso con un puñado de futbolistas y dirigentes que juegan a dejarse perder.

Las esquirlas, incluso, ya saltaron del Ascenso a Primera. Daniel Oldrá renunció hace dos semanas a su cargo de director técnico de Godoy Cruz y periodistas mendocinos debieron preguntarle, sutilmente, sobre los rumores que rodearon al comportamiento de un puñado de jugadores –el ingenio ya rebautizó al club en redes como Godoy Cruz Antonio Timba, en vez de Tomba-. “(Con las apuestas) Se perdió la esencia. (…). Sé que no son todos iguales pero si no creo en mis futbolistas, no puedo estar mas en el fútbol”, dijo.

También hace diez días, un árbitro de Primera C, Nicolás Jara, fue apartado por la AFA tras haber sido denunciado por arreglos de partidos: trascendieron diálogos en whatsapp en los que recibía órdenes sobre qué debía cobrar. Pero el problema es tan profundo –una pintura social y deportiva- y recurrente que los casos se suman semana a semana y rápidamente quedan en el olvido. También, o sobre todo, pasó desapercibido el supuesto intento de suicidio de un jugador endeudado por las redes de las apuestas, tal como denunció en su cuenta de Twitter el periodista Pablo Carrozza.

El caso más serio que investiga la Justicia argentina ocurrió a fines de septiembre en Río Cuarto, Córdoba: dirigentes del club Atenas, que juega en el Federal A –tercera categoría en el organigrama de la AFA-, abrieron cuentas en casas online para apostar que su equipo sería goleado por tres goles. Dicho y hecho: a los pocos días, su equipo perdería 3 a 0 ante Juventud Unida en San Luis. Fue entonces que el hijo del presidente, la kinesióloga y el tesorero –cuyos domicilios fueron allanados- cobraron cerca de 4 millones de pesos. El tema es aún más extraño porque los implicados apostaron en una casa legal –caso contrario, el caso se habría perdido en la clandestinidad- y a partir de una licenciataria que es sponsor del club.

La fiscalía del cibercrimen de Córdoba sigue la investigación por estafa en grado de tentativa en un caso complejo: aunque se trata de un chantaje a la ilusión del hincha, legalmente la investigación es por la eventual defraudación a la casa de apuestas, esta vez en el papel de “víctima”. El dato que hasta ahora no queda claro es si la Justicia, además de poner la lupa en los dirigentes, también investiga a los jugadores, un escenario habitual en otras geografías pero hasta ahora virgen en Argentina. Y en ese caso, si los jugadores fueran citados, ¿sería como imputados o como testigos? Si no hay evidencia de que hayan cobrado dinero extra, ¿en qué parte del fraude entraría? ¿Cómo instrumento para que otros hicieran la estafa?

Estos casos, en categorías tan bajas, suponen un riesgo: poner el foco en los jugadores, el eslabon más débil de la cadena, y no en los nombres de arriba de la pirámide. A la vez, esos mismos futbolistas también pueden convertirse en víctimas: hay testimonios off the record de jugadores del Ascenso que fueron amenazados con armas por intentar salirse del sistema de apuestas.

De la derrota 3-0 de Atenas en San Luis un nombre quedó apuntado: Uirá Marques, defensor central brasileño que convirtió dos goles en contra –y fabricó un penal que el árbitro no cobró-. Pero luego no se supo más de él. En verdad, cuando el hecho tomó trascendencia nacional, Uirá Marques ya no estaba en Córdoba sino que había pasado a Colón, de Chivilcoy, un equipo del Regional Amateur, cuarta categoría. De 33 años y con pasado en Argentino de Quilmes, Sacachispas y Sol de Mayo de Viedma –tras una carrera en Qatar y Bosnia-, llegó a Chivilcoy con el cartel de haber jugado en la Copa Argentina.

Pero el brasileño tampoco duraría mucho en Colón: apenas jugaría un partido y medio, el primero contra Gimnasia de Chivilcoy y luego ante Bragado Club, ambos por Regional Amateur, y volvió a irse por la puerta de atrás. En su segunda presentación, tras fabricar un penal en contra de su nuevo equipo, el técnico lo sacó a los 40 minutos del primer tiempo. Incluso, extrañamente, luego sería expulsado en el banco de suplentes y el club decidió echarlo ese mismo día. Justo cuando su nombre tomaba trascendencia nacional –pero nadie sabía que ya no estaba en Atenas sino en otro club-, Uirá Marques dejó Chivilcoy y, se supone, regresó a Brasil.

Especialistas en el Ascenso recuerdan que, cuando las apuestas empezaron a sonar en el fútbol argentino, en 2022, los primeros vínculos fueron a partir de “colaboradores” de ese país. Casualidad o no, el fútbol brasileño registra muchos casos de apuestas. Según publicó el periodista Marcelo Gantman un ranking de partidos sospechados en 2023, “Europa lideró con 667. Asia registró 302. Sudamérica tuvo 217. Brasil tuvo 109, Perú 38 y Argentina 36. Brasil tuvo 44 menos que en 2022”.

Entre la catarata de casos que se acumulan en Argentina y quedan en el olvido, en especial en las Reservas de la B y el Federal A –donde más equipos de los imaginados, a veces por estafas de los jugadores y otras a instancias de los dirigentes, entregan algunos partidos a cambio del dinero de las apuestas-, un nuevo escándalo se sumó en los últimos días alrededor de la Copa Potrero.

Al menos seis clubes –Los Andes, Alem, Ituzaingó, Comunicaciones y la reserva de San Lorenzo- despidieron a jugadores que tenían contratos con sus instituciones y, sin avisar, participaron del torneo organizado por el Kun Agüero. El caso más conocido fue el de Lautaro Torres, de Los Andes, que jugó en la Copa Potrero el día previo a la final de la Primera B entre su equipo y Colegiales. El club de Lomas de Zamora, que encima perdió, lo despidió al día siguiente.

En la Copa Potrero, trascendió que cada jugador que pasaba de ronda cobraba 1000 dólares, el equivalente a uno de los mejores sueldos en la C. El caso refleja el multiempleo que necesitan los jugadores pero también su desapego por los clubes para los que trabajan y su falta de solidaridad con sus compañeros de todo el año (sin mencionar a los hinchas). No temen a castigos: saben que serán contratados por otros clubes en 2025. Si el contexto social y deportivo puede ser sintetizado en una línea, es la era de la precariedad laboral, la plata que no alcanza, la supervivencia individual y el sálvese quien pueda. Y acaba de empezar.