El 10 de marzo se cumplió un año de la última vez que los hinchas fueron a la cancha. La última vez que los hinchas de manera abierta establecieron ese ritual. Fue en un partido de Boca contra Independiente de Medellín por la Copa Libertadores. Después vino el confinamiento, la pandemia que nos obligó a quedarnos en casa y el apagón deportivo. Ni siquiera había deportes en vivo. El fútbol comenzó a reactivarse lentamente pero sin público meses después, sin hinchas, reemplazados por efectos especiales -la mano de un sonidista- para la televisión. Había que bancársela, no eran tiempos para amontonarse en la tribuna.
Un año después, con una situación epidemiológica en alerta ante una segunda ola de contagios, la experiencia de estar en la cancha quedó reducida a un grupo de privilegiados. No sólo los dirigentes -a quienes ya beneficiaban los protocolos iniciales- sino también quienes ellos eligen, los que entran en las listas de amigos. Como el fútbol de traje y corbata siempre se alimenta de eufemismos, les dicen allegados.
A los allegados se los ve y se los escucha por televisión: en sus caras, hinchas del fútbol argentino. Los allegados alientan por el equipo, putean al árbitro y piden que se vaya el técnico. Gritan los goles sin barbijo. Son un puñado, pero están. En el último Racing-Argentinos, incluso, uno de los cronistas de campo de juego contó que los jugadores -en medio de un cambio- se iban de la cancha muy aplaudidos. ¿Aplaudidos por quiénes? Por los allegados. El resto lo mira por televisión, siempre que pueda pagar el Pack Premiun, que es como se llama al codificado de este tiempo. Y los que no pueden, le rezan a un link.
En la AFA -o la Liga- dicen que oficialmente sólo pueden ingresar a una cancha 125 personas del equipo local y 75 del visitante. Pero en Godoy Cruz-River, el árbitro Germán Delfino tuvo que parar el partido por los gritos de la gente en las plateas. “Exceso de allegados”, dijeron. «Hinchas VIP: very important plateist», se leyó como broma. Entre los allegados estaban Alfredo Cornejo, diputado y exgobernador de Mendoza; el intendente de Guaymallén, Marcelino Iglesias; y Alejandro Gullé, procurador general de la Corte provincial. En el Superclásico, Juan Román Riquelme no sólo estaba junto a sus compañeros del Consejo de Fútbol de Boca, también con su hijo recién llegado de un viaje de egresados desde el exterior. En Newell’s llegaron a putear a Frank Kudelka antes de que se fuera. Cuando Platense ascendió, algunos jugadores se quejaron de que fueron todos menos sus familiares. Y así, sobran los casos.
San Lorenzo logró que le permitieran hacer ingresar a 24 socios y socias al partido con Aldosivi para cumplir una deuda por un sorteo del año pasado. Y Defensa y Justicia anunció que sortearía lugares para quienes cumplieron con su cuota durante este año. Duró poco: la AFA anunció que a los estadios no podrán ingresar socios ni hinchas.
No sólo los socios pagaron sus cuotas todo el año, también (y más) los abonados. Para ellos, nada. Algunos clubes dieron beneficios en tiendas oficiales o descuentos para los próximos meses. Otros dedicaron agradecimientos en la cartelería de las canchas. Durante este año, los socios y socias entendieron la situación. En muchos clubes, además, dedicaron tiempo para organizar ollas populares o juntar ayuda para los barrios. Fueron los primeros en comprender el rol que esos clubes tenían ante la pandemia. Se movilizaron, incluso, para votar en elecciones. Ser socio de un club es mucho más que el pasaporte a una cancha. Es una identidad. Por ese sentido de pertenencia, los que puedan siempre pagarán sin esperar retribución. Sin esperar, tampoco, que otros tengan privilegios.
Está claro que mientras la situación sanitaria se mantenga tal como está -o, como se espera, empeore- no habrá un regreso del público. Hay que observar, además, los casos en los planteles. Sarmiento tuvo 17 contagios en una semana y tuvo que jugar igual. Los positivos en los equipos se naturalizaron como una lesión más.
Es cierto que ya hubo público en el automovilismo y el tenis, así como de a poco volvieron los cines y el teatro, pero el fútbol tiene otra complejidad. Los protocolos que se analizan para la vuelta a las canchas se piensan para la segunda mitad del año. Es probable que haya un ensayo en la Copa América. La idea base es que sea con un aforo del 30%. La cuestión ahí, a la vuelta, será quiénes volverán primero. El capítulo de los allegados parece un prólogo. ¿Quiénes serán los privilegiados del futuro inmediato, los que pasarán ese embudo? Los barras, seguro. Ya pasaba cuando en un partido se habilitaba hinchada visitante. La organización en el fútbol siempre fue desigual, la pandemia no hizo más que exponerla aún más.