Instituto golpeó a Boca en la Bombonera y, entre tantas historias que dejó el partido, la de Adrián «Maravilla» Martínez, el autor del segundo gol del club cordobés y asistidor en el tercero, llamó la atención. A la salida de la Bombonera, el delantero de 30 años, que debutó en la Primera División argentina en este torneo, le contó a TyC Sports su historia personal. Su relato en 15 segundos no ocurre en la vidas de muchas personas juntas:
«De los 18 años a los 22 trabajé en la recolección (de residuos). Tuve un accidente en la mano, no pude trabajar más y tuvimos un problema famliar: fui a prisión con mi hermano, mi viejo y dos amigos. Le habían pegado tres tiros a mi hermano y los vecinos fueron a hacer justicia, pero nosotros éramos inocentes y la justicia lo demostró a los siete meses. Cuando salimos perdí mi casa. Tenía 23 años y con la mano ya no podía trabajar, así que me fui a probar a la cuarta categoría», dijo el delantero, nacido en Campana, en referencia a un club vecino, Defensores Unidos de Zárate, entonces en la Primera C.
El «Maravilla» Martínez del fútbol es un futbolista más conocido en el Ascenso (tras un buen debut en Defensores Unidos pasó a Atlanta) y en Paraguay (jugó en Sol de América, Libertad y Cerro Porteño, incluso con participación en la Copa Libertadores). Tras un breve paso por el Coritiba de Brasil, llegó a Instituto en enero de este año. Si el club cordobés volvía a Primera después de 17 años, para Martínez era su primera vez.
De albañil y recolector de basura a verdugo de Boca
En 2017, cuando llegó a Atlanta, le contó su historia con más detalle al recordado y querido periodista Marcelo Rodríguez para Enganche. Estos son los principales extractos:
-Nunca intenté ser futbolista. Pensaba que el fútbol era para renegar, que a los jugadores no les pagaban, que siempre les debían plata. A los 17 años estuve unos meses en Villa Dálmine porque mi tío, Horacio Falcón, era el capitán.
-Por el accidente casi pierdo la mano, casi me muero. Salía de trabajar e iba en moto y me chocó un Falcon. La ART no me reconoció el accidente. En realidad estaba volviendo a mi casa desde el trabajo, pero me había quedado un rato boludeando por el centro. Estuve un año con la mano mal pero antes, a los 5 meses, llevé el alta a la empresa. Yo quería pasar de estar en el camión de basura, porque ya no podía, a ser barrendero. El médico del trabajo puso que no estaba capacitado para trabajar y me echaron.
-Ya tenía 21 años y empecé a trabajar con un tío de ayudante de albañil. Con él estuve un año. En ese tiempo a mi hermano le pegaron tres tiros. Mi mamá era la presidenta del club de nuestro barrio, Las Acacias (en Campana), donde yo jugaba. A mi familia siempre la quisieron. Cuando pasó lo de mi hermano fue el barrio completo a la casa del que le disparó. Hay fotos en los diarios: había más de 200 personas y se la prendieron fuego.
-Mi hermano tampoco es ningún santo y en ese momento tenía 16 años. A esa familia no la quería nadie. Pero yo no estaba cuando incendiaron la casa. Estaba en el hospital con mi viejo cuidando a mi hermano porque pensábamos que se moría. Estuvo internado un mes. Un día, mientras dormía, vino la policía, me rompió la puerta de mi casa y entraron.
-Gracias a Dios pude salir a los seis meses (de la prisión), si no tenía para rato ahí adentro, porque la causa era grave: nos acusaban de tener armas de guerra, de secuestro, poblado en bando, incitación al incendio. Ahí nosotros presentamos pruebas. Les fui a pedir las cámaras al hospital para demostrar que habíamos estado junto a mi hermano y no en la casa que incendiaron. A esa altura teníamos tres abogados y 30 testigos que avalaban lo que decíamos. Mi amigo (Matías Bianchi, ahora también su representante) me decía ‘si salís rápido te consigo una prueba para jugar al fútbol’.
-Estuve en un pabellón cristiano, pero la cárcel es la cárcel. La pasé mal. Para comer me daban un pan por día. Yo tuve la suerte de que mi familia y mucha gente conocida me llevara comida. Había pibes que la pasaban muy mal. Son los que su familia piensa ‘que se pudra ahí’. No lloré en el pabellón, no demostré debilidades. Matan, apuñalan, hay peleas todos los días, toman de rehenes a los policías. Es otro mundo ahí adentro. Ahí adentro no se puede vivir.
-Yo viví tres meses en buzones (son piezas de dos por dos metros ubicadas a los costados de un pasillo largo), y era un cuadradito con humedad en las paredes, que no tenía inodoro. Ahí dormía sobre una chapa. Si te llevan una frazada tus familiares, al menos tenés para hacerte un colchón. Si tenés muchas frazadas y vas a ver a tus visitas, quizás los otros presos te las pescan. Te las sacan con una caña por el pasaplatos.
-Ahí conocí a Dios y le pedí que, como me mandaron preso sin que tuviera nada que ver, me diera la oportunidad de jugar a la pelota. Recién salí en noviembre de 2014, pasé las fiestas en mi casa y el 4 de enero de 2015 me fui a probar a Defensores Unidos de Zárate. Jugué unos 15 minutos en tres amistosos contra equipos de la B y la C e hice tres goles. Pero el técnico sabía de dónde venía y me esquivaba. Aparte no estaba bien físicamente.
-Empezó el torneo y el equipo no ganaba y yo, que era suplente, en ese semestre hice siete goles. En el torneo corto que hubo en 2016 me hicieron contrato, si no ya abandonaba el fútbol. Necesitaba trabajar. Fui titular en las últimas siete fechas y metí nueve goles.
-Yo sé que los goles me los da Dios. No soy un jugadorazo, no hago goles espectaculares. Por ahí la pelota pega en el palo y me queda justo a mí. Tengo eso extra que me lo da Dios. He ido a trabar, me pegaba la pelota en la canilla y entraba. Por supuesto que también está mi entrega. Pero a veces hay jugadores que hacen todo bien y la pelota no entra.
Poco más de cinco años después de publicada esa entrevista -en septiembre de 2017-, Martínez tiene una trayectoria hecha: le fue bien en casi todos los equipos que jugó y pasó del Ascenso al exterior, la Copa Libertadores y, desde este año, la Primera División argentina. El 2 a 0 parcial que convirtió ayer en la Bombonera tuvo algo de eso, de fabricante de goles en situaciones inesperadas: el cierre de Frank Fabra ayudó a un desvío que dejó sin chances a Sergio Romero, el arquero con más partidos en la historia de la selección argentina.
«Maravilla», además, es hincha de River. Pero entre tanta historia fuerte, queda reducido a un detalle futbolero. Instituto no ganaba en la Bombonera desde 1986.