Alan Pichot tiene 19 años y pasa gran parte de sus días por el mundo, lejos de su casa familiar en Caballito. Lleva una vida peculiar para su edad, en la que se dedica a analizar movimientos y estudiar posiciones, propias y ajenas. Alan es ajedrecista. Por puro azar, gracias a una reunión de amigos de sus padres en la que alguien sacó un tablero cuadrado de casilleros blancos y negros, antes de terminar el jardín de infantes comenzó un camino sin retorno en un ámbito en el que se odian dos colores. Cuando estaba en la primaria, logró sus primeros trofeos y le confesó a Mariela, su mamá, que de grande le gustaría trabajar de lo que más le gusta en la vida. Después de ganar en 2014, en Sudáfrica, un campeonato juvenil que llevaba 22 años sin poder quedar en manos de un argentino, se dio cuenta que ese sueño era posible. Hoy es uno de los ajedrecistas argentinos con mayor proyección.
¿Qué cambió después de Sudáfrica?
El torneo fue el detonante para dedicarme a nivel profesional al ajedrez. Antes no podía porque no tenía el apoyo económico para hacerlo, porque competir sale mucha plata y no la tenía. Me dio el empuje para viajar a torneos que nunca pensé que los iba a poder jugar, en los que me junté con los mejores del mundo. El año pasado estuve en giras en las que no me fue bien, pero entendí que la derrota era lógica para poder avanzar. Para crecer. Hoy, gracias a eso, puedo lograr buenos resultados con ajedrecistas del top mundial.
¿Extrañas la vida normal de un pibe de 19 años?
Hay veces que sí, pero este camino lo decidí por voluntad propia. Mi vida es muy diferente a la que tenía antes, porque viajo varias veces por año para participar en distintas competiciones. Me acostumbré a llevar todo con naturalidad y trato de hacer, también, otras actividades para no estar todo el tiempo metido con esto, como entrenar la parte física yendo al gimnasio o jugar al fútbol con mis amigos.
¿Hay un crecimiento en el ajedrez argentino?
Argentina va a crecer a nivel mundial. Hoy por ranking estamos entre los primeros 30 a nivel olímpico, pese a que en el país se toma como deporte amateur y se siente la diferencia en relación a, por ejemplo, Rusia y Armenia que lo tienen como deporte nacional. Creo que vamos a hacer un buen papel en la próxima olimpíada. Estamos creciendo, tenemos la posibilidad de viajar más que antes y el año que viene, según lo que hablamos entre varios jugadores, vamos a hacer giras grandes para entrenarnos por Europa y Asia. Eso marcará mucho en nuestro camino individual y grupal. Es el condimento especial que nos va a hacer avanzar.
¿Cómo fue estar en Bakú, tierra de Kasparov, en tu primera olimpíada?
Es un torneo muy distinto, porque uno en su carrera individual no está acostumbrado a tomar decisiones colectivas en el tablero. Acá si estás mejor en la partida, pero si el equipo lo necesita, tenés que resignar una posible victoria por asegurarte quedar en tablas. Lo tomé en forma tranquila, no jugué todas las partidas, pero pude estar en partidas difíciles, como contra Bielorrusia y China. Fueron partidas complicadas en las que logré buenos resultados, mejores de los que esperaba en un ambiente con los mejores del mundo. Estados Unidos fue el último ganador y fue el que nos eliminó por muy poco por poco. Tenían tres de los mejores cinco de todo el mundo, pero podríamos haber empatado y hasta ganado, pero contra esa calidad de jugadores, es muy difícil competir.
¿Te quedaste pensando alguna vez una jugada que no tendrías que haber hecho?
Muchas veces. Incluso a veces no es bueno porque me pasa durante una partida y trato de corregirlo, porque te juega en contra al momento de seguir adelante. Aunque sepas que te equivocaste, no podes hacer nada para cambiarlo, porque ya se realizó el movimiento. Posterior a la partida, es inevitable analizarlo, porque uno pasa la partida a una computadora y te va diciendo en qué te equivocaste.
¿Cómo se llevan los ajedrecistas con el error?
El error más mínimo posible te puede hacer perder la partida. Es muy difícil ganarles a jugadores del nivel de los mejores 50 del mundo porque se aprovechan si tenés el más mínimo error. Ellos se dan cuenta y te ganan. Uno no está pensando en que se va a equivocar, pero es una parte muy importante del juego cómo convivir con los errores. Me pasó de conocer gente que lo toma muy a la ligera y otros que no lo soportan y no pueden seguir jugando la partida. Eso hay que trabajarlo en la parte mental, que es muy importante.
¿Hay tensión con el rival que tenés enfrente?
A veces pasa que la mirada habla, pero nosotros ya estamos acostumbrados a eso. Se vuelven inevitables los gestos que hasta pueden llegar a darle alguna idea al rival de lo que le pasa por la cabeza. Soy bastante ansioso, cuando queda poco tiempo la tendencia es al nerviosismo. De hecho, a mí antes me temblaba la mano cuando tenía que hacer alguna jugada en esos momentos. Es algo normal y nos vamos adecuando a esos detalles, pero aprendí que es importante trabajarlo y más importante aún es la parte del estudio del ajedrez: los finales, la apertura y el medio juego.
¿Qué te hace feliz?
Me da placer haber tenido la libertad de dedicarme a lo que quería, que no era algo fácil de lograr, porque sé que hay mucha gente que no tiene la oportunidad de poder dedicarse a lo que quiere y tiene que optar por lo que puede. Tener esa oportunidad, y poder hacerlo para toda la vida, me da felicidad.
¿Qué pasa cuando le decís a alguien «soy ajedrecista»?
Está el que te admira por tomar esa decisión, hasta el que piensa que debería estudiar una carrera y seguir algo más formal. Al principio me enojaba si lo tomaban a mal, pero con el tiempo uno se acostumbra y le explica a cada uno que es mi propia carrera donde soy mi propio director.
¿Cómo se entrena la mente?
Casualmente estuve trabajando eso con un psicólogo deportivo. Me sirvió bastante para esta última gira, lo voy a implementar para mi próximo torneo que es el Mundial Sub 20 y para algunos aspectos de la cabeza que me jugaban una mala pasada, como la presión por lograr resultados.