Después de que Croacia le ganara a Nigeria su partido, seguido al empate argentino con Islandia, la noche de Moscú, con el sol ocultándose completo recién a las 22.30, se atravesaba entre las preguntas sobre el futuro de la Selección en el Mundial 2018. Qué deberá hacer en Nizhny Novgorod, a unos 400 kilómetros de la capital rusa, donde el Volga confluye con el río Oká, para controlar a una formación que vive sobre el eje que conforman Iván Rakitic y Luka Modric. Sin dramatismos, un colega sostenía que Jorge Sampaoli tendrá que dar vuelta al equipo. No se trataba de un reclamo de cambios masivos, sino de ajustes específicos, tocar las partes sensibles, trabajar el costado emocional, rasguñado por lo que suponía un resultado inesperado, dar con los puntos exactos de los problemas que quedaron expuestos en el estadio del Spartak.
El primero que aparece a la vista, casi como una obviedad, está en el mediocampo. Hasta Sampaoli, aunque recién en el segundo tiempo, tuvo que reconocer el error de formar con Javier Mascherano y Lucas Biglia, una dupla dispuesta a reforzar las líneas defensivas del equipo, que sin embargo no entregó más seguridad y dejó raquítica la circulación de pases en los últimos metros. Con quince minutos en la cancha, Ever Banega entregó ocho veces más la pelota en la zona de ataque. Y cuando estuvo en la cancha, la Argentina vivió el partido con más tranquilidad en sus espaldas.
Ese tramo final del partido, aún en la impotencia de no poder romper el muro construido por Islandia, puede entregar algunas señales más esperanzadoras. Por cómo mutó el mediocampo con un jugador con las características de Banega, por la tracción que dio la entrada de Christian Pavón en reemplazo de Ángel Di María. Croacia no es Islandia, pero no hace falta ponerse binoculares para observar que ahí hay puntos clave para levantar el juego del equipo. Di María es un histórico, parece un intocable, pero Pavón le dio otra ventilación a la Selección. La hizo respirar por la izquierda.
Tocar esa zona, para alguien como Sampaoli, supone equilibrar otros sectores. Acaso lo que se modifique en el medio influirá en lo que pase con el lateral derecho, a pesar de que Eduardo Salvio no tuvo un mal partido. Pero su misión de salida para la Argentina se chocó con una mala coordinación con Maxi Meza. Que Gabriel Mercado ocupe ese lugar es una posibilidad, la misma que se manejaba cuando la duda era Biglia o Giovanni Lo Celso, otro nombre que ingresa en las libretas de anotaciones cuando se piensa en el partido con Croacia.
En adelante está Lionel Messi. Acaso la empresa emocional del cuerpo técnico tenga que apuntar ahí. A que Messi pueda sacarse de encima las imágenes del penal que le atajó el islandés Hannes Halldorsson; que esa bronca–y el empate- no tengan consecuencias karmáticas para el tótem argentino. Hay que salir rápido de ahí. Y observar los últimos quince minutos, aunque tensionantes por la búsqueda urgente de la victoria, pero que entregan un camino, otra disposición del equipo. Quedó tan brutal el empate contra la que se suponía la selección más débil del grupo, que acaso no permita ver que ahí hay algo del fútbol que necesita la selección. Puede ser con otros jugadores, pero con esa idea. Y tal vez haya pasado como si nada, se lo haya llevado llevado el viento, pero entre la borrasca no estuvo nada mal que Sergio Agüero haya tenido su gol.
Sampaoli ya mostró sus tendencias laboratoristas, le gusta probar. Sorprender con las decisiones. Ir a contramano, incluso, de sus gustos personales. Lo de Mascherano-Biglia nadie lo esperaba una semana antes del debut. Ahí está. Por eso, estos días que siguen hasta el partido con Croacia pueden romper las lógicas del análisis. Desde ahora empieza a diagramarse la excursión a Nizhny Novgorod, la ciudad de Máximo Gorki, el escritor del realismo socialista, el lugar donde la Argentina necesita iniciar su propia revolución.