El año 2015 marcó el punto crítico de un flujo migratorio incesante, azuzado por la pobreza crónica de unas naciones y la promesa de una vida mejor en otras. Sólo ese año, medio millón de personas cruzaron el Mediterráneo para llegar a Europa. Al año siguiente, 5000 murieron en el intento. El éxodo, que continúa hoy, empezó hace décadas, y el resultado de aquellas primeras oleadas de migrantes se ve hace tiempo plasmado en sociedades multiétnicas y, ya en el terreno del fútbol, en planteles mundialistas que reflejan esa variedad de orígenes. En ese dibujo, África es, sin dudas, la cantera de talentos de la que se nutren, de manera creciente, la mayoría de las selecciones europeas. Ocho de las que participarán de Rusia 2018 tienen en sus nóminas 48 jugadores nacidos en África o bien hijos de inmigrantes africanos. Un número que permitiría sumar dos planteles enteros más a las cinco selecciones de ese continente clasificadas al Mundial.
La incidencia africana en los equipos europeos alcanza cifras extraordinarias en Francia. El recordado equipo galo campeón en el ’98 era multiétnico, pero se nutría sobre todo de futbolistas de las colonias antillanas eran cuatro, entre ellos Thierry Henry, de Martinica, además del argentino Trezeguet o Karembeu, oriundo de Nueva Caledonia, Oceanía, pero los de origen africano eran sólo tres: el senegalés Vieyra y el ganhés Desailly, además de Zinedine Zidane, hijo de argelinos.
En la actual lista de 23, Francia tiene 14 jugadores llegados (ellos o sus familias) de África. El arquero Mandanda nació en Kinshasa, Zaire (hoy República Democrática de Congo), y llegó a Francia a los dos años. A la misma edad arribó a Lyon con su familia Samuel Umtiti, compañero de Messi en el Barcelona, nacido en Yaundé, Camerún. Los padres del lateral Mendy son senegaleses. Los del central Rami, marroquíes, y los de Nabil Fekir, argelinos. De Mali los de N’Golo Kanté y Djibril Sidibé. También migró desde Mali el padre de Ousmane Dembélé, joven fichaje del Barça, pero en Normandía conoció a su esposa llegada desde Mauritania. Kylian Mbappé, delantero del Paris Saint-Germain, es de padre camerunés y madre argelina. El papá de Nzonzi es del Congo, como el de Kimpembe. El de Tolisso, de Togo. La familia de Blaise Matuidi huyó de la guerra civil en Angola hacia el Congo antes de llegar a Toulouse, donde nació el volante de la Juventus.
Paul Pogba, el elegante mediocampista del Manchester United, nació en el suburbio de Lagny-sur-Marne, a 28 kilómetros de París, en 1993, dos años después del arribo de su familia, de religión musulmana, desde Guinea. Sus hermanos mayores, los gemelos Florentin y Mathias Pogba, nacidos en Conakry antes de que la familia emigrara, también juegan en ligas europeas (en Turquía y Holanda), pero visten la camiseta de la Selección de Guinea.
La mitad menos uno del plantel de Bélgica tiene sangre africana. Benteke y Kabasele nacieron en el Congo, y de ese país emigraron los padres de Batshuayi, Boyata, Tielemans, Jordan y Romelu Lukaku y Vincent Kompany, capitán del Manchester City y de su selección. El papá del Dembélé belga (de nombre Mousa) llegó desde Mali. Y los de Chadli y Fellaini, de Marruecos.
Portugal suma cinco jugadores originarios de África. Gelson Martins nació en Cabo Verde y William Carvalho, en Angola. Pereira y Fernandes son hijos de caboverdianos. João Mário, de angoleños. La misma cantidad aporta el continente negro para Suiza. Djourou nació en Costa de Marfil. Moubandje y Embolo, en Camerún. Gelson Fernandes, en Cabo Verde. Y el padre de Akanji es un inmigrante nigeriano. Alemania también se anota con cinco, todos nacidos en territorio germano, pero de padres ghanés (Jérome Boateng), senegalés (Leroy Sané), tunecino (Sami Khedira) y marfileño (Jonathan Tah), y de madre de Sierra Leona (Antonio Rüdiger).
La novedad es Dinamarca. A su último Mundial, Sudáfrica 2010, llevó al hijo de un inmigrante de Tanzania, Mtiliga, que no jugó. Ahora lleva cuatro. De ese país llegó el padre de Yussuf Poulsen. La mamá de Mathias Jorgensen es de Gambia. Pione Sisto nació en Uganda, adonde arribaron sus padres huyendo de la sangrienta guerra civil en Sudán del Sur; tenía apenas dos meses cuando desembarcó en Dinamarca. Kenneth Zohore, de padre marfileño, es sobrino segundo de Didier Drogba. La otra selección nórdica, Suecia, lleva dos hijos de inmigrantes africanos: Martin Olsson, de madre keniata, e Issac Kiese-Thelin, de padre congoleño.
El pasado colonial es, claro, además de las prolongadas penurias económicas, el hambre y los conflictos bélicos del presente, parte central de este fenómeno migratorio que acaba moldeando primero las sociedades europeas, luego sus equipos de fútbol. Pero Inglaterra, la nación que consolidó la historia del colonialismo, apunta menos a África y más al Caribe. Tiene seis antillanos en su selección (Raheem Sterling, por ejemplo, nació en Kingston), y sólo dos descendientes de africanos: Danny Welbeck, cuya familia llegó de Ghana, y Dele Alli, hijo de un inmigrante nigeriano.
La contracara de este aporte africano a las selecciones europeas es, en sentido inverso, la cantidad similar de jugadores nacidos en Europa que integrarán los cinco planteles africanos. En realidad, son hijos de inmigrantes que, por nacionalismo o, en la mayoría de los casos, y aun habiendo jugado para selecciones juveniles europeas, porque no tienen nivel para sumarse a las mayores, optan por defender los colores de sus padres.
De los 23 jugadores de Marruecos, sólo seis nacieron en suelo marroquí. Ocho son franceses, incluido, incluido su capitán Mehdi Benatia, defensor de la Juventus, y Manuel da Costa, nacido en la Lorena de madre marroquí y padre portugués. Otros cinco son holandeses, dos españoles, uno canadiense y otro de curioso nombre: Mehdi Carcela-González, volante nacido en Lieja (Bélgica), de papá español y mamá marroquí, que jugó en todas las selecciones juveniles belgas y aun dos amistosos con la mayor, antes de elegir ponerse otra camiseta roja, la de Marruecos.
Tunez alista a diez futbolistas nacidos en Francia y uno en Italia. Senegal, ocho franceses y un español. Nigeria: dos holandeses, un alemán de Berlín, un inglés (Ola Aina) que jugó para Inglaterra desde la sub-16 hasta la sub-20 y hasta un ruso, Brian Idowu, nacido en San Petersburgo. Lo de Egipto es más modesto: tiene a Tarek, nacido en Los Ángeles (EE UU), adonde inmigraron sus padres, y a Morsy, inglés de Wolverhampton. Claro, Egipto también tiene al Faraón: Mohamed Salah, el goleador del Liverpool, elegido el mejor jugador de África.