El rosarino Nahuel Leiva tiene 21 años, ya jugó en las selecciones juveniles españolas y acaba de ser contratado por Barcelona. Leiva está desde los 12 en España, cuando quedó en Villarreal, club por el que desfilan chicos argentinos a partir del convenio en 2008 con la Agrupación Deportiva Infantil Unión Rosario (ADIUR) que dirige Fabián Soldini, el representante que llevó a Lionel Messi a Barcelona.
Sin los padres, encerrado en el cuarto, Leiva -el menor de cinco hermanos- sufrió la adaptación: tardaron tres años en darle la habilitación para jugar por ser extranjero. Leiva es la primera pieza que salió de la cadena de producción, la repetición del derrotero de Messi. La fábrica ADIUR, sin embargo, no eludió una citación de la Comisión de Derechos Humanos del Concejo Municipal de Rosario por excluir a chicos de siete años bajo la determinación de que carecían de condiciones para convertirse en profesionales, críticas de la Asociación Rosarina de Fútbol y una denuncia pública por mantener hasta noviembre como secretario del club a Juan Calabrés, ex barrabrava de Rosario Central imputado por falso testimonio en el marco de la investigación judicial por la balacera de otro barra a policías después de un clásico rosarino.
La exclusión de los niños fue en 2014, ocho años después de que desembarcasen Soldini y Martín Montero, agentes de la empresa de compra y venta de futbolistas Marka Group. La denuncia los obligó a abrir una escuela a nivel recreativo para resarcir la situación. «Pero lo que hicieron fue criticable -dice Mario Giammaría, presidente de la Asociación Rosarina-. Aunque a veces son los padres los que sacan a los chicos de los clubes. Hay algunos que a los diez años ya realizaron cuatro pases. Es una locura a la que habría que ponerle un freno. El caso de Leiva se sabe porque tiene final feliz, pero hay un montón que no. Esto no ocurre nada más que acá. En África es mucho peor». Soldini aclara que muchos padres los sacan porque los quieren en una división competitiva: «Nosotros ya no los dejamos libres. Son como las vacantes de un colegio. No tenemos espacio. A diferencia de Central y Newell’s, trabajamos con 22 chicos por categoría, no fichamos y fichamos y fichamos. Estuvimos sobrepasados, y a algunos les tuvimos que decir que no. Sé que hay un tema muy grande con el fútbol infantil, pero nosotros contenemos a 400 chicos que no están en la calle. Boca y River también hacen discriminación. No negamos el negocio. No tiene nada de malo. Lo mejor es preguntarles a los nenes cómo están acá». En paralelo, durante los últimos años, Central y Newell’s comenzaron a recibir cartas documento de padres que pedían el pase de los hijos para llevarlos a ADIUR, que ya ascendió hasta el Federal B. O sea, para saltear un paso: Europa en Rosario.
No todos los mejores van a probarse a Villarreal. Hay puentes, desvíos. Tiago Geralnik y Gino Infantino atravesaron otro camino: convocados el año pasado a la Sub 15 cuando eran parte de ADIUR, Geralnik pasó a River e Infantino, a Central. Darío Marchano, actual vicepresidente de ADIUR y nexo con las inferiores de Central, fue el que le abrió la puerta del club a Soldini y otros representantes, como sus socios Montero, Iván Hernández Larguía y Eduardo Socca, con quienes trabaja Calabrés. «Lo primero que hicieron -contaron en aquel momento un grupo de padres que prefirieron el anonimato porque algunos de sus hijos jugaban aún en el club- fue echar a la Moni, la encargada del buffet, para darle la concesión a Calabrés. Después empezó la limpieza de jugadores, y hablamos de niños, no de profesionales».