Omar Arnaldo Palma fue un jugador franquicia en tiempos en los que nadie sabia que significaba ese término: un apellido cuya simple mención, durante años, refería a Rosario Central. Pero el Negro fue, además, uno de los futbolistas que dejaron su sello en los River-Boca. Para usarlo con otra expresión lejana a estas tierras: fue un one hit superclásico.
Quien lo haya visto jugar -o sea brillar-, recordará a Palma como un 10 clásico y destacado en épocas de multiplicación de dieces talentosos en el futbol argentino. Apellidos tan arraigados que el hincha, de cualquier equipo, se sabía los dos nombres de esos artistas de la pelota, líderes de sus equipos.
Independiente tenía a Ricardo Enrique Bochini. River, a Norberto Osvaldo Alonso. Newell’s, a Gerardo Daniel Martino. Incluso la vigencia de Palma fue tan grande que coincidió con Diego Armando Maradona en Boca y Rubén Paz en Racing. Tal vez sea la explicación para su ausencia en la selección argentina.
Palma, fallecido hoy a los 66 años, fue además un embajador del Chaco en el fútbol grande. Siempre será un referente de Rosario Central, campeón cuatro veces. Primero del Nacional 1980, luego de la Primera B 1985, más tarde de la temporada 1986-87 (único caso de equipo que gana un título de Primera en su primer año luego de ascender) y finalmente de la Conmebol 1995, primer y por ahora último título internacional de los clubes rosarinos.
Tras su hazaña con Central en 1987, Palma recaló en River. Tenía una misión lindante con lo imposible: reemplazar al Beto Alonso, retirado en diciembre de 1986. El Negro se calzó la 10 además en un River muy poco vistoso, dirigido por Carlos Timoteo Griguol, un técnico que había hecho un milagro con Ferro -bicampeon de Primera- pero alejado del estilo ofensivo del club de Nuñez.
En ese lapso, casi condenado a lo que nadie podría hacer, Palma logró sin embargo quedar en la historia: selló uno de los superclásicos mas increíbles. En la temporada 1987-88, en el Monumental, Palma empezó la tarde de la peor manera: erró un penal. Encima Boca se puso 2-0 arriba y parecía haberse asegurado el triunfo. Entonces ocurrió la historia.
Con goles de Jorge Da Silva y de un mediocampista de otro corte al de Palma, más defensivo, Ernesto Enrique Corti, River llegó al 2-2 parcial. Parecía un buen negocio para el equipo de Griguol pero entonces, a tres minutos del final, llegó -con suspenso- el gol de Palma para el 3-2, la reivindicación luego de su falla inicial. Y como si fuera poco, en la última jugada, el goleador de Boca, Jorge Comas, erró un penal. Para que River revirtiera otra derrota parcial ante Boca y terminara ganando el partido faltarían casi 30 años, hasta el 3-1 -en tiempo suplementario- en la final de la Copa Libertadores 2018.
Palma, que ya estaba en el cielo de Central, entró en el del superclásico por ese único partido. En total jugaría dos temporadas en River, la segunda bajo el mando de César Luis Menotti -y unos pocos partidos en el ciclo de Reinaldo Merlo-, pero no volvería a destacar, acaso salvo en su despedida, también ante Boca en la final de una liguilla de 1989. Luego seguiría en México y volvería a romperla en Central, su lugar en el mundo.
Bajito, de 1,65, talentoso y creador de un fútbol con otros tiempos, Palma es la referencia a una época en que los buenos jugadores defendían a una camiseta pero eran respetados por los hinchas de todos los clubes. A Palma lo reconocía hasta la gente de Newell’s.