“No creo en los géneros literarios. Cada persona tiene su propio discurso permanente. Un río perenne y subterráneo que constantemente amenaza desbordarse. La mayoría de la gente le pone diques, pero así y todo, a veces su rumor se escucha. La prosa es poesía o nada. Entre la escritura que llena toda la página y la que no la llena, hay solo una diferencia de escandido, de tempo, de períodos. Es un poco, pero muy a grandes rasgos, la diferencia entre la música sinfónica y la de cámara”.
Este fragmento de su «Posfacio con deudas», una especie de manifiesto de Ricardo Zelarayán, bien puede tomarse no solo como una definición muy aproximada de su mirada sobre la literatura, sino también como una síntesis de su propia vida y obra. El escritor y poeta que desafió los géneros y los hizo implosionar, que creyó que la realidad estaba en el lenguaje, que “la poesía es renovación, subversión permanente” y que sus fuentes “están en la infracción constante de la convención que nos vendieron como realidad”. Nacido en Paraná en 1922, luego se fue a vivir a Buenos Aires, a comienzos de la década del 40 y con apenas 18 años. Empezó a estudiar medicina pero no terminó su carrera. Mezcla de provinciano y porteño, de río y urbe, de muchas cosas. Se definió como entrerriano, tucumano, salteño y hasta lo tildaban de franchute porque manejaba muy bien el francés. Tal era así que tradujo a Guy de Maupassant.
En esa aventura de intentar escribir una biografía se embarcó la periodista, poeta y narradora Inés Busquets, autora de El Flaco. Un retrato de Ricardo Zelarayán publicado este año por Entre Ríos Ediciones, con prólogo del escritor y psicoanalista Luis Gusmán, quien asegura que conoció a Borges gracias a Zelarayán. Sin embargo, Busquets comprendió que establecer un orden cronológico de la vida y la obra de Zerlarayán era una misión imposible. O mejor dicho, que Zelarayán no se dejaba encasillar en el género biográfico porque él mismo desafió los encasillamientos. Por eso este libros recorre distintos aspectos que retratan al artista que escribió mucho y publicó poco, que le gustaba más escribir que publica y detestaba la burocracia de la literatura, que anotaba en papelitos y le obsesionaba el espacio, que por eso escribía y dibujaba donde podía y perdía así gran parte de sus textos en medio de las mudanzas que fueron muchas. Él mismo constituía un personaje o esa figura del mito cuando respondía cualquier cosa porque no quería ser una sola cosa. En ese misterio es donde la autora de El flaco encuentra a Zelarayán.
Cuenta Inés Busquets que llegó al autor de La piel de caballo y Lata peinada gracias al escritor Fabián Casas, con quien realiza un taller hace cinco años. Casas le dijo que Zelarayán era uno de los tantos protagonistas de nuestra literatura que no tenía biografía. “El gran difusor de la obra de Zelarayán es Fabián Casas, un discípulo de él, que compartió mucho y lo conoció”, asegura Busquets. Y agrega: “me gusta hacer perfiles, es mi costado más periodístico. No solo que hago, sino que también leo. Me gustan las biografías, las vidas. Y dije: me voy a animar sabiendo que por ahí no quedaba familia de él, que tenía que buscar a sus hijas, que no había muchos amigos de la época. Y ahí comencé el proceso de búsqueda. Le comenté a Fabián que tenía ganas de hacer su bío. Y me dijo: hacé un perfil que es mucho más liberador o más relajado. Si bien todo lo biográfico es un género híbrido, porque tiene periodismo, literatura, historia, el hacer un perfil por ahí te permite hacer una especie de ficción. Porque la vida de él tal cual fue nunca la vamos a poder obtener. Es como un recorte o como una interpretación que uno puede hacer de lo que va recogiendo, investigando o le van contando”.
En El flaco Busquets va encontrando una voz por cada Zelarayán o cada época de su vida. Entre esas voces aparece Margarita, una de las dos hijas de Zelaryán. Se encuentra con ella en el café La Paz, el que supo frecuentar el poeta junto a la bohemia de la avenida Corrientes. Y a veces la llevaba a Margarita cuando era chica. Es otro de los universos del poeta, el de su vida privada,“era un desastre, como todo genio” cuenta Margarita. Hay otras etapas. La de la Argentina de los ‘70 y la revista Literal, donde Zelarayán se encontró con Germán García, Héctor Libertella, Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán. También está el Zelaryán que trabajó en Clarín y al que le ganó un juicio después de que lo echaran. El que además marcó a los poetas de los ‘90, el formador de escritores y nave insignia de Fabián Casas y Washington Cucurto, entre otros. Busquets va reconstruyendo el mito a partir de los restos que va encontrando. Y ahí aparece también la comparación con Macedonio Fernández: “Si vos lees de Macedonio Museo de la Novela de La Eterna, te das cuenta que es como un Lata Peinada. Habla de distintos tipos de lector, de la participación del lector en la obra, es decir que la obra termina cuando la lee la persona y la completa. Entonces, te invita a ser parte de eso que está escribiendo, como un personaje más. Como si uno para poder asimilar necesita ser parte de esa obra. Uno se siente como interpelado y se siente parte de eso. No importa la secuencia cíclica de principio, nudo y desenlace. Sino que lo que importa tanto en la obra de Macedonio como en la de Zelarayán es esta cuestión de ser uno más, de ser un personaje más, de poder completar esa obra mientras la lee, como diría Walter Benjamin. Y si leemos Lata Peinada, por ejemplo, de repente hay recortes que parecen periodísticos, de repente parece más novela, de repente aparece más poesía. Él pudo con todo eso generar un solo texto. Poder tener esa libertad de géneros para escribir que ahora se ve bastante pero antes era como todo mucho más cerrado en la literatura. Ahí radica esta implosión de los géneros”.
El libro de Inés Busquets, en definitiva, es una invitación a descubrir su obra, a navegar por su lenguaje vivo que resuena y que la autora define como un ”río turbulento, a veces turbio y otras transparente”. Porque el flaco, aún estando en la gran ciudad, siguió teniendo una pertenencia al río que, según Busquets, es “una fisonomía subyacente de todas las obras de escritores entrerrianos”. Ese cóctel hecho de río revuelto, de esa especie de remanso irreverente contra el canon, tiene su merecido homenaje en este retrato sobre Ricardo Zelarayán.