En el momento en que el cine argentino atraviesa por una situación difícil luego de los embates contra el INCAA repudiados por la mayoría de los cineastas, se presentó ayer en la Feria del Libro la directora Lucrecia Martel. Su presencia en la Feria obedecía la adaptación cinematográfica de una de las novelas capitales de la literatura argentina, Zama, de Antonio Di Benedetto (1922-1986), el escritor y periodista mendocino que fue llevado desde el diario Los Andes apenas producido el golpe-cívico militar y que, en calidad de detenido, sufrió torturas. Su liberación se produjo gracias a las presiones internacionales que suscitó su detención.
La película se estrenará en el mes de julio. La icónica novela de Di Benedetto habla sobre Don Diego de Zama, un funcionario de la corona española de finales del siglo XVIII, que espera inútilmente ser trasladado desde Asunción del Paraguay a Buenos Aires.
«Escribir este guión tuvo que ver con el fracaso -dijo Martel-. Se había cerrado la posibilidad hacer El Eternauta después de haber trabajado un año y medio intensamente en la adaptación y era un mundo tan fascinante que cuando se cortó tuve tal sensación de vacío y necesidad de aventura que fue como proponerle a un mal un desafío mayor». A su entender, «la única posibilidad de aventura que tenía era ir en barco de Buenos Aires a Asunción», en un barco muy pequeño e inadecuado donde cargó libros de todos los cronistas que habían navegado sobre ríos y la novela Zama, porque una amiga le había dicho que «empezaba con una imagen en el río». El viaje fue «demencial» por su poca experiencia y las inclemencias de un verano con el río Paraná especialmente alto.
«Para llegar a Corrientes dijo- demoramos un mes y 15 días, un viaje que en colectivo lleva 12 horas, pero las circunstancias fueron propicias para experimentar la rareza del sonido que genera la literatura dentro de uno». A veces, agregó, «relacionamos las bibliotecas con algo de la mente, pero el mundo de los libros reclama una disposición del cuerpo, uno se dispone a entregarse a eso y se produce esa locura que es esa voz que una no sabe si es de uno, de otra persona, de alguien conocido o si no hay ninguna voz».
En esas circunstancias, entre tormentas terribles donde vio el fin del mundo y amaneceres con el barco repleto de bichos muertos leyó Zama, novela que al terminar le produjo «una extraña sensación de euforia». Euforia es «una palabra que me encanta porque significa lo que lleva a la felicidad -señaló Martel-. Después, toda la película fue tratar de entender esos sentimientos y una reconciliación con el fracaso, que es una de las cosas más interesantes que pueden pasarle a un ser humano, porque en ese momento naufragan todos los valores de la sociedad y aparecen otras cosas que quizás puedan volver más interesante la existencia».
Martel se sintió «inevitablemente identificada» con Diego de Zama, el protagonista, «que es muy desagradable, muy mal tipo de una manera interesante como somos nosotros -dijo-, que nos damos cuenta de un montón de cosas pero no hacemos nada, gozamos de una tremenda lucidez y una enorme incapacidad para transformar la realidad». Esa oscuridad la hizo pensar cuánto de Zama tendría del autor, que, según ella, «no era muy querido -dijo-: antipático, mala onda, medio parco me hizo pensar si el recorrido de ese personaje habría sido un tratamiento que Di Benedetto se hizo a sí mismo para liberarse de algo. Identificarse con el malo siempre me ha sido más instructivo y esa jugada de Di Benedetto me pareció muy genial».
La invención que hace Di Benedetto de un lenguaje en la novela -no estudia cómo se hablaba en el siglo XVIII, imagina una lengua que parece verosímil- fue trasladada a la película «con esa misma libertad», dijo Martel. «El lenguaje que Di Benedetto tan deliberadamente usa en la novela es como si te empujara para que seas valiente e inventes algo. La gramática se traduce a la película en ese impulso que nos dio para crear algo. Para eso, cuenta, «investigué esa invención tan berreta que es el neutro de la TV que todos conocemos; hay un tipo en Youtube que te dice qué decir y cómo pronunciar, otra genialidad, bastarda pero importante, e hice lo mismo: armé una gramática que les pasé a los autores, una mescolanza del vos y el tú, cosas del interior que me gustaban y cosas porteñas que había que suavizar».
El lenguaje que imaginó «no es el lenguaje de los héroes, sino una cosa más cotidiana, como el que puede leerse en las cartas íntimas de Encarnación Ezcurra, un lenguaje de acción, callejero y sin floreo, que la tilinguería política de hoy erradica». En homenaje a ese procedimiento es que usó en su película música de los años 50 de un grupo llamado Los indios tabajaras, «dos brasileños avivados, que algo tenían que ver con una comunidad indígena pero se habían inventado una génesis y tomaban sones centroamericanos haciendo lindas versiones con la pretensión de llegar al gran mercado».
En este marco, se manifestó «un poco aterrada» por «esa gran amenaza sobre el cine hablado en cualquier idioma que no sea inglés, que aparece cada vez que uno quiere dar un paso hacia mayores presupuestos». «Es escalofriane porque está sucediendo de una manera difícil de resistir. Nadie ta va diciendo violentamente que hables en otro idioma ni te está poniendo un arma en la cabeza. Simplemente va sucediendo por la mecánica propia del dinero y una industria que tiene chances muy grandes de hacer dinero», explicó.
»Cada vez explicó a continuación- siento más que la cultura es como el hilo plateado que dejan las babosas, un sedimento que queda marcado después de pasar por este planeta y que puede verse como las ciudades desde arriba en un avión». «Somos una especie brillante que hace cosas fosforescentes y en ese intercambio nos copiamos unos a otros o deliberadamente nos citamos constituyendo una comunidad. Cuanto más compartamos, cuando más seamos unos de otros y respondamos a esos otros, mejor es».
Por otra parte, Martel descartó que en sus películas haya una mirada de género porque para ella «los personajes son como monstruos y en la monstruosidad -reflexionó-, no hay género. No los pienso varón o mujer». «En una manera muy clásica el monstruo porta una especie de enigma divino que tiene que ser develado y cuando trabajo con los actores pienso que son mucho más monstruosos que yo, y por eso los admiro, y trato de no saber cómo construyen el personaje, porque me gusta ir dándome cuenta de eso mientras filmo. La monstruosidad se tiene que desplegar de una manera secreta, no se puede auspiciar», explicó.