La literatura es el espacio de lo imposible. Basta leer Washed Tombs (Editorial Hum), la última novela de la escritora uruguaya Mercedes Estramil, para comprobarlo. En ella, entre otras cosas, se organiza un Concurso Mortuorio Nacional. Su protagonista, la Jenny, queda al cuidado de la casa de los Reyes y la novela transcurre en un día en que ella recorre la ciudad manejando un auto de alta gama también de los Reyes- que se va deteriorando y perdiendo alguna de sus partes a medida que transcurre el tiempo.
Se trata de una novela sorprendente, cuya materia es la literatura misma. La charla con Stramil es en el stand de Montevideo, ciudad invitada de honor a la Feria del Libro. Si la lectura de Washed Tombs permitió descubrir a una escritora excelente, la conversación hizo posible corroborar cuánto desconocemos a los escritores geográficamente más próximos, mientras que nos son mucho más familiares los de Europa y Estados Unidos. La literatura también está comprendida dentro una suerte de neocolonialismo del que no siempre somos conscientes. Los grandes grupos editoriales contribuyen a llevar la agenda de lo que debe ser leído. Afortunadamente, que Montevideo fuera la invitada de honor acercó a escritores y libros del otro lado del charco que, como Mercedes Estramil, merecen ser conocidos fuera de la frontera de su país.
-Washed tombes es un libro sobre la literatura misma. Al principio decis que abril es el mes más cruel aludiendo a La tierra baldía de Eliot y hacia el final mencionas a Antonio Di Benedetto, cuya mayor novela, Zama, es una novela de la espera. La espera y la muerte son los dos ejes, creo, de tu novela –
y la desesperación de la espera. Vivimos esperando todo el tiempo cosas.
-En el mismo sentido de la espera va el cuento de Dorothy Parker que mencionas en una entrevista, Una llamada telefónica.
-Sí y ésa es la espera del amor que casi todo el mundo tiene en la vida.
–Washed Tombes es un libro trágico por momentos pero con mucho humor. Trabaja también sobre el desmontaje de una hipocresía uruguaya respecto del mundo literario que en el imaginario que los argentinos tenemos de Uruguay no figura.
-Nos creen más dulces de lo que somos. La hipocresía es algo natural del ser humano en todos los países. Algunos la negarán más y otros menos, pero yo la veo todo el tiempo. Por eso lo que escribo salta como algo tan políticamente incorrecto porque no está la voluntad de entrar dentro del juego de la homogenización, del ideal.
– Aquí caló muy hondo la literatura de Benedetti o de Galeano, que es más bien una literatura de buenos deseos.
-Sí, una literatura de buenos sentimientos, una literatura de los bienpensantes.
-Que los muertos sigan escribiendo desde sus tumbas es una idea muy interesante. ¿Cómo se te ocurrió?
-No lo sé. En el momento de concebir la obra te viene información de todas partes. Cuando tenés ganas de escribir algo, de producir, de sacar algo hacia afuera parece que el universo entero estuviera conspirando y te trajera la información que necesitás. Escribís y recién cuando lo lees entendés lo que escribiste, es en ese momento cuando te enfrentás con lo que de verdad había en el fondo. Mucho de lo que se escribe está muerto antes de nacer, de publicarse. Por otro lado, hay mucha escritura con la que el escritor se va de este mundo descontento y qué bueno sería poder corregir luego de la muerte. Sería una forma de vencerla, pero lo cierto es que es invencible. Sería muy bueno poder corregir no sólo en la literatura, sino también en la vida en la que quedan millones de cosas por decir y generalmente son las más importantes. Cuando las querés decir la persona a la que se las querés decir ya no está o es uno mismo el que no llega tiempo para decirlas. La literatura te permite dar ese salto, hacer posible esa ilusión, esa mentira. En definitiva la literatura es eso.
-Creo que en la idea de poder seguir escribiendo desde la muerte está latente otra idea: que los libros se modifican continuamente según el lector a que se enfrenten.
-Claro, un libro es a la vez muchos libros de acuerdo a las lecturas que se hagan de él.
-¿Sos de quienes escriben para averiguar qué quieren escribir, los que no se enfrentan a la escritura con un plan previo?
-Sí, no tengo un plan previo y eso me pasó en todos mis libros. Por un lado, estoy formada teóricamente en los preceptos de Horacio Quiroga. El maestro oriental decía que había que tener bien presente cuando se escriben las tres primeras líneas cuáles van a ser las tres últimas, pero a mí nunca me pasó de tener eso presente. Ése es un mandato de la literatura legitimada, pero dudo que Quiroga realmente lo tuviera tan en cuenta. En mi caso, voy descubriendo lo que quiero escribir a medida que lo escribo. Puedo tener una idea general del asunto pero son tantas las cosas que se te cruzan en el camino. La literatura es tan fantástica porque se te cruzan cosas que no esperabas ver.
– El personaje de la Jenny que aparece en Washed Tombs es bien complejo: es políticamente incorrecta, tiene un hijo que no concibió en su vientre y del que no se ocupa, entabla relaciones raras. ¿Cómo se fue armando?
-Como un Frankenstein en el sentido no del doctor, sino de su criatura. Todos mis personajes son un poco fragmentados, tanto los femeninos como los masculinos, aunque quizá contra mi voluntad los femeninos aparezcan más iluminados, sean más protagónicos. En mi primera novela, Rojo, casi todos son personajes masculinos. Hay una sola mujer que se menciona lateralmente. Pasaron muchos años y el personaje que se me impuso en Hispania help fue una mujer y sentí que esa figura fragmentada femenina iba a volver a aparecer y de hecho está en Washed tombs.
-La forma de concebirla, como algo astillado, también va contra la idea tradicional de personaje. No es un personaje redondito.
-Sí, eso tiene que ver con la verosimilitud. Me han dicho, por ejemplo, que el personaje de Morgan, el niño, no es creíble, que ningún niño es así, pero creo que lo verosímil tiene que ver con una coherencia interna que es muy difícil de medir. Me parece que cuando el escritor elabora los personajes eso lo siente, pero nunca va a poder decir por qué funciona porque hay muchos elementos imponderables. Aunque no lo pueda explicar tiene un control sobre ese material. El escritor escribe y eso es todavía un magma, pero después va fraguando no en el sentido de que adquiera la inmovilidad de las estatuas, sino en el sentido de la integración. Hay cosas que en un primer momento te parece que no cierran y luego un día lees el texto y comprendés que sí cerró. Creo que el lector también siente cuando un texto quedó con hilos colgando o cuando el material fraguó.
-Aunque los estilos no se parecen en absoluto, mientras te leía recordé mucho a Vila-Matas por la concepción de hacer literatura a partir de la literatura.
-Sí, es un maestro en eso. Tengo un libro de referencia como lectora y escritora que es Bartleby y compañía. Es un libro impresionante que viene de otro libro impresionante porque Melville también es un escritor impresionante. También es un referente para mí otro de sus libros que es El mal de Montano entendido el mal no como algo negativo, sino como algo fundante, porque el escritor no es que haga literatura, sino que vive en ella. El mundo es para él, sobre todo, eso.
-¿Qué tenés en el momento de ponerte a escribir?
-En Hispania help fue una frase. En Washed tombs sabía que tenía que hablar de la muerte que en ese momento particular estaba muy presente en mi vida. Quería hablar de tumbas y me vino el título en un inglés que ni siquiera es correcto, pero me gustó cómo sonaba y escribir tiene que ver con eso, con sentir que tenés autoridad sobre el material con que escribir y con tomar decisiones que a otros pueden parecerle erradas, pero vos las queres poner porque para vos no lo son. Y la historia nace porque la hiciste nacer.
-Pensé que había una ironía en el título por esa manía latinoamericana de suponer que un nombre tiene más prestigio si está en inglés.
-Quizá haya ahí una ironía oculta en la que te confieso que no pensé. El mundo empresarial siempre me pareció muy atractivo. En mis novelas siempre hay gente que se dedica a trabajos raros. En Irreversible hay un tipo que vende videos caseros por las ciudades del interior del país. En el cuento El corazón de Rebeca Linares hay una empresa que se dedica a mandar mensajes por vos. Por ejemplo, el que no le quiere contestar a la esposa porque está podrido y entonces contrata a una empresa para que reciba los mensajes y se los conteste. Parece que esas empresas no pueden existir, pero en el mundo hay tantos negocios raros y lucrativos que no hay nada que quede fuera de lugar, todo lo podés integrar.
-Todos los nombres son raros, desde el del niño, Morgan, hasta el del marido, Qingming que me cuesta recordar porque se me confunde con un nombre de Moby Dick.
-Claro, el del indio. En China hay un día específico destinado a la limpieza de tumbas. Consultando ese material apareció el nombre de Quingming y me sonó bien. Pero he leído mucho a Melville y lo tengo como muy integrado a mí y es uno de mis amores literarios. Quizá tenga también algo que ver.
-Me hablás del material que consultaste sobre China. Es increíble cómo todo material visto con la mirada un poco estrábica de la escritura se transforma en algo interesante.
-Cuando uno está en sintonía, el universo conspira a favor de uno. Pero en realidad no es que el universo conspire, porque el universo es ajeno a uno. Lo que sucede en realidad es que lo que uno busca ya lo tiene adentro, por eso cuando lo ves, te parece bien y lo tomás. Ya lo tenés, sólo estás buscando corroboraciones afuera. Eso es lo que siento cuando estoy convencida de lo que estoy haciendo.
-¿Qué repercusión tuvo tu novela en Uruguay?
-Es mi sexto libro y es uno de los que más repercusión ha tenido, por supuesto en la medida de lo pequeño que es todo allá. Somos pocos y por eso la proporción de gente que lee es poca. Pero me siento muy feliz de haberlo escrito.
-¿Cómo fue el proceso de escritura?
-Fue la novela que más trabajo me costó escribir quizá por los cortes que tuve. Mis padres murieron con poca diferencia de tiempo, el duelo se hace muy lentamente y estás muy atento a lo que querés decir y a lo que no. Hay cosas que el cuerpo te permite decir y otras que no. Hay preguntas tontas, pero yo me preguntaba, por ejemplo, si a mi madre le disgustaría que yo pusiera tal cosa o tal otra. Recién cuando te liberás de esas preguntas podés escribir lo que el libro necesita. Por eso me llevó más tiempo del que hubiera querido, hubo momentos en blanco en la construcción del libro.
-¿Sos sistemática para escribir?
-No, para nada. No me levanto a las seis de la mañana, no escribo cuatro horas por día. Pero cuando estás escribiendo no lo hacés sólo cuando tomás la lapicera o la computadora, estás escribiendo todo el tiempo en tu cabeza.
-Estás en estado de escritura.
-Exactamente, estás en estado de escritura. Ahí otra vez aparece Vila-Matas: todo está en tu cabeza todo el tiempo y todo remite a algo y aunque no lo escribas, eso queda adentro.
-Leí que trabajaste en una licorería. ¿Fue así?
-Sí, durante 32 años de lunes a viernes trabajé en una licorería de mi hermano.
-¿Te sirvió literariamente?
-Muchísimo. Creo que más que si hubiera estado en un aula dando clases. Me gusta la idea del escritor que hace cosas que no tienen nada que ver con la literatura. La literatura está siempre presente, pero también es bueno conectarse con otras cosas.
-Ahora te dedicás a la crítica literaria.
-Sí porque con la literatura no podés mantenerte. Escribo en un diario, tengo talleres literarios. A veces la vida te lleva a hacer las cosas que dijiste que nunca ibas a hacer. Siempre descreí de los talleres literarios y ahora los doy y me parece que está bien. El periodismo cultural, por su parte, te acerca al mundo. Los escritores que mencionamos los conocí a través del periodismo cultural.