El 26 de junio de 1970 moría en Buenos Aires Leopoldo Marechal, quien se refirió a sí mismo como “el poeta depuesto”. Su obra, en la que Adán Buenosayres constituye un hito fundamental, fue rodeada por la denostación y el silencio en el momento de su aparición debido a su filiación peronista, un “pecado” imperdonable para muchos intelectuales en diferentes épocas de la historia argentina.
Afortunadamente, en la literatura hay movimientos tectónicos continuos que se siguen produciendo mucho más allá de la vida de un escritor y que reacomodan criterios, juicios y puntos de vista.
“Leopoldo Marechal –dijo la escritora e investigadora María Rosa Lojo en un artículo aparecido en Página 12– es desde hace tiempo un clásico hispanoamericano y un escritor argentino universal. Se lo sigue leyendo, se lo sigue estudiando más allá de nuestro país como un renovador. Es más: como el fundador de la literatura argentina moderna.”
Su restitución al campo de la literatura argentina y su valoración como un innovador fueron, sin duda, los movimientos tectónicos más importantes que se produjeron luego de su muerte. Pero a este lugar no llegó sino luego de haber padecido el ninguneo de sus contemporáneos.
En 2014, con motivo de la Feria del Libro de Guadalajara donde se le rindió homenaje, sus hijas, María de los Ángeles y María Magdalena, dialogaron con Tiempo Argentino y dieron cuenta del alto precio que pagó el escritor por su filiación política:
“Creo que fue una obra que llegó antes de tiempo. Lo mismo pasó con la pintura de Xul Solar, con la de Pettoruti. Los tres llegaron antes de tiempo”, dice María de los Ángeles. “Tan es así –agrega María Magdalena- que Adán Buenosayres se revalorizó con la aparición de El banquete de Severo Arcángelo, que fue un best seller y que arrastró la figura de figura de Leopoldo Marechal vivo. Muchos creían que había muerto. Esto es algo que cuenta él mismo con motivo de su viaje a Cuba, cuando fue convocado como jurado de la Casa de las Américas. En una crónica que escribe de ese viaje dice que algunos de sus colegas lo miraban con asombro al verlo vivo.”
Al estruendoso silencio que se hizo respecto de su obra, se agregaron las críticas lanzadas más desde la ideología política que desde las consideraciones literarias de su obra. “(Eduardo) González Lanuza –cuenta María de los Ángeles- hizo una crítica feroz de Adán Buenosayres. Al grupo Sur no le cayó bien la novela y el humor que Marechal manifiesta no sólo en esa novela sino a lo largo de toda su vida, no lo supieron interpretar. Él no pretendía ofender a nadie. La novela aparece el 30 de agosto de 1948 en honor a Santa Rosa de Lima. A los dos meses él viaja a Europa y cuando vuelve –esto me lo ha contado mi madrina, Elisa Ardissono, que era nuestra única prima hermana- se entristeció profundamente cuando percibió el silencio que había alrededor de la novela.”
En efecto, las críticas fueron feroces. Lanuza lo tilda de “engreído, resentido y tomista”. Por su parte, Rodríguez Monegal opinó que “las inmundicias con que cubre casi todas sus páginas” era similares a las que “decoran las letrinas del orbe hispánico”.
“Vivió esto con mucho dolor –agrega María Magdalena-, porque estaba convencido de que esa obra iba a triunfar. Tenía una enorme expectativa y le dedicó muchísimos años.”
Marechal se llamó a sí mismo “el poeta depuesto” como si la autodenominada “Revolución Libertadora” no solo hubiera derrocado un gobierno, sino también a una figura literaria que adscribió a él. De esta manera, las circunstancias políticas condenaban al exilio del silencio no sólo al escritor, sino también a su obra.
En Cuadernos de navegación, (Seix Barral, 2008), puede leerse un texto fragmentario del propio autor en el que explica su situación: “Ciertamente, y como sabes, yo venía registrando en mí, desde 1948 en que apareció mi Adán Buenosayres, los efectos de tal exclusión, operada, según la triste característica de nuestros medios intelectuales, con el recurso fácil de los silencios y los olvidos prefabricados. La declaración de Murena fue un acto de valentía intelectual, como lo fueron las de Sabato repetidas en numerosas instancias. Y su confirmación de lo que yo había experimentado en carne propia me llevó a estas dos conclusiones: 1º, la “barbarie” que Sarmiento denunciara en las clases populares de su época se había trasladado paradójicamente a la clase intelectual de hoy, ya que sólo bárbaros (¡oh, muy lujosos!) podían excluir de su comunidad a un poeta que hasta entonces llamaban hermano, por el solo delito de haber seguido tres banderas que creyó y cree inalienables; y 2º, desde 1955 no sólo tuvo nuestro país un Gobernante Depuesto, sino también un Abogado depuesto, un Médico Depuesto, un Militar Depuesto, un Cura Depuesto y (tal mi caso) un Poeta Depuesto.”
No debe pensarse, sin embargo, que quienes compartieron su ideología política lo reivindicaron. Por el contrario, Marechal sufrió una doble conspiración de silencio. En 2014, en una entrevista Eugenia Zicavo le peguntó a Abelardo Castillo qué libro de Marechal le recomendaría a alguien que quiere comenzar a leer al autor. Él contestó sin dudar: “Por Adán Buenosayres, que es, sin duda una de las más grandes novelas de la lengua castellana. La lectura que Cortázar hizo de esa novela fue la que le reveló su propia literatura y la que sirvió más tarde para reivindicarlo a Marechal. A Marechal lo llamaba maestro Alejo Carpentier y yo recomiendo comenzar por Adán Buenosayres porque es la obra que mejor lo define (…). El problema de Marechal no fue literario, siempre fue político. Fue muy poco leído por sus adversarios políticos porque era peronista. Y por los peronistas fue muy poco leído porque no era un peronista demasiado aceptable. Era terriblemente intelectual y difícil de leer. No era un autor popular y, mucho menos, populista. Por eso tenía la desdicha, que a veces en literatura es una dicha, de no llevarse bien con nadie. No lo querían los antiperonistas ni los peronistas y eso hizo que tuviera una poderosa independencia.”
A casi medio siglo de su muerte, el tiempo parece haber puesto las cosas en su lugar, aunque el autor de Adán Buenosayres continúa recortándose como una figura solitaria en el panorama de la literatura argentina quizá, por esa “poderosa independencia” de la que habla Castillo y que se constituyó en una marca de identidad.