No es extraño que, más de 30 años después, casi nadie sepa del todo bien qué es lo que ocurrió en la Argentina durante los cuatro días de la Semana Santa de 1987. Todos recuerdan la figura de Aldo Rico, líder de un grupo de oficiales a los que todavía se recuerda con el nombre de carapintadas, quienes se acuartelaron en Campo de Mayo, poniendo en riesgo la estabilidad de las instituciones democráticas. ¿O será que no fue tan así? También se recuerda el papel del presidente Raúl Alfonsín, quien enfrentó aquella crisis asumiendo las responsabilidades de su cargo, pero que terminó la gesta con un discurso ambiguo en el que muchos vieron cobardía y hasta traición. ¿O eso tampoco fue de esa manera? El documental Esto no es un golpe, dirigido por Sergio Wolf, surge a partir de preguntas como estas. Presentada durante la semana que concluye como parte de la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici), la película contesta algunos de estos interrogantes, deja otros sin respuesta y, sobre todo, abre otros nuevos con los que cada espectador verá qué hace.
Construida sobre la polaridad de sus dos protagonistas, el presidente y el coronel rebelde, Esto no es un golpe se ve en la necesidad de resolver la ausencia de Alfonsín, engranaje vital del relato. Para ello Wolf diseña una trama de voces muy cercanas al entorno del mandatario, consiguiendo una sensación de polifonía que de algún modo recrea la atmósfera pesada de aquel tenso fin de semana largo. Personajes como el vocero presidencial José Ignacio López, el minsitro de Defensa Horacio Jaunarena, el edecán Julio Hang, el canciller Dante Caputo, o los referentes del radicalismo Jesús Rodríguez y Leopoldo Moreau, hacen lo posible por ocupar el lugar de la voz irremplazable de Alfonsín. Del otro lado Rico y dos de sus hombres, los exmilitares Pedro Mercado y Guillermo Breide Obeid, tratan de aclarar (aunque a veces oscurecen) las intenciones que los movieron para llevar adelante aquella sublevación.
«Yo no hago documentales sobre temas. Siempre parto de situaciones de tipo narrativo o de personajes. En este caso es el enigma de la reunión de Alfonsín con Rico», dice Wolf para explicar la semilla de su película. «Sentía que Alfonsín siempre había narrado lo de Semana Santa de un modo muy escueto y que ahí había algo para tratar de ver Eso fue lo que disparó la película», completa. De amplia experiencia en el terreno del documental, sin embargo es la primera vez que el cineasta aborda un tema político. «Me interesan mucho los documentales políticos y vivo peleándome con lo que otros documentalistas hacen con la política en sus películas, y me dieron ganas de probar. Así nació el proyecto, a partir de una escena que está fuera de campo, suprimida, ocultada, mal contada, y de la pregunta sobre qué pasó. Por supuesto que Semana Santa marca la historia de Alfonsín y la de su gobierno ».
¿Qué tan complejo resulta trabajar con una ausencia de tanto peso, como la de Alfonsín?
Es un problema narrativo, ético. ¿Qué hacer con esa ausencia que es un fantasma que se agiganta a medida que pasa el tiempo y que generaba un desafío? Siempre digo que uno de los problemas de los documentalistas es que hacen sus películas cuando tienen mucho material y no cuando les falta. Para mí, eso es lo más extraordinario que tiene el documental.
Pero eso también te enfrenta a la posibilidad de recrear a un personaje que no sea reconocible para otros
El documental debe ser un género de invención, porque uno nunca tiene todo lo que necesita y de alguna manera tiene que hacerse cargo de eso que no tiene. Y si yo no tengo a Alfonsín, entonces cómo construyo su figura. ¿Qué Alfonsín voy a construir? Entonces, claro, te reclaman que no construiste al verdadero Alfonsín y no existe la verdad. La verdad es algo que se escapa. Creés que apresás algo que se parece a la verdad, pero yo creo más en la verdad de la representación que en la representación de la verdad. No creo que la verdad pueda ser representada porque es un concepto abstracto.
La película tiene dos figuras fuertes. Por un lado ese Alfonsín ausente, fantasmal, y del otro al lado al villano perfecto. Porque cinematográficamente Rico es perfecto.
Para la película es un problema tener un villano con esa potencia y tener al otro ausente. El montaje tardó siete meses porque nos costó mucho resolver ese tipo de problemas, encontrar el tono, cómo graduar a un personaje como Rico que parece que va a avanzar sobre la película y se la va a comer entera. Pero es cierto que para la película su presencia es una fuerza importante, pero también es un bumerang, porque te la podés pegar. Va y viene. Mucho Rico en la película se come todo, con los efectos éticos, ideológicos y hasta cinematográficos que eso tiene.
Rico da la impresión de estar aprovechando para seguir construyendo su propia leyenda. Pero el único momento en que deja de jugar al héroe es cuando habla de Alfonsín.
Porque es al único al que respeta, hasta le cambia el tono de la cara. Creo que ahí, en ese momento, cuando Rico dice que «Alfonsín vino a la boca del lobo, mostrando un profundo coraje», en esa afirmación hay respeto por el otro hombre. Desde su propia lógica, Rico también ve a Alfonsín como su antagonista perfecto.
La película tiene dos locaciones fundamentales, la Casa Rosada y Campo de Mayo, que son los escenarios reales de aquellos días. Y esos espacios también son esenciales cinematográficamente.
Para mí, los lugares eran claves en esta película. Lugares en los que el cine nunca había entrado, con todo lo que implica contar la historia de esa Semana Santa desde adentro de los cuarteles, por todo lo que esos lugares representan incluso previamente a la dictadura. Necesitaba estar en esos lugares, estar en el balcón, recorrer el camino que hizo Alfonsín. Porque el documental es experiencia: la de los otros que cuentan la historia y la mía en esos mismos lugares. Y hay algo de esa experiencia que tiene que aparecer en la película. Porque la película es esencialmente eso: los lugares y los relatos. Y el archivo, que repone de alguna manera la figura del pueblo.
De alguna manera se trata del tercer protagonista de la historia, un personaje colectivo.
Exactamente. Y al mismo tiempo da una medida de la decisión final de Alfonsín. De eso que en aquel momento yo y muchos otros de verdad no pudimos entender. Nos fuimos y no entendimos lo que pasó. Y de alguna manera el discurso final de Alfonsín alimenta ese equívoco, porque no cuenta. Evidentemente, no podía. En ese sentido el cine llega cuando llega. Tampoco me parece casual, no digo que sea la primera película sobre los ’80, pero de alguna manera abre algo: pasamos de los ’70 a los ’80. Los ’80 es una década que no está contada por el cine, a diferencia de los ’90, que sí fue contada por el cine argentino a través de ficciones que dieron cuenta de lo que pasaba socialmente: está contada por Mundo grúa (Pablo Trapero, 1999), por Pizza, birra, faso (Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, 1998) y otras.
¿Cuál es tu mirada de Alfonsín después de atravesar el camino de hacer esa película?
Me pregunté durante todo el rodaje quién era Alfonsín. No pienso que el suyo haya sido un gran gobierno, ¿pero qué pasa con esa figura? Y una idea que fue apareciendo a medida que me iba metiendo en el trabajo es la idea del que ve más lejos. Para mí, el tema de los Derechos Humanos es fundamental. Alfonsín se pelea por eso con David Ratto, que es quien construye la figura de Alfonsín en campaña, porque él le decía que el tema de los Derechos Humanos en las encuestas no le importaba a nadie, pero para Alfonsín era central. Hay algo donde el tipo ve algo que otros no ven. Un tipo que ve. Y para mí, cae porque está fuera de tiempo y en ese sentido es que termina pagando el precio.
Una guía por los caminos de la curiosidad
Entre los muchos méritos que se le pueden reconocer a Esto no es un golpe, el documental que Sergio Wolf acaba de presentar en la Competencia Argentina del Bafici, el festival del cual él mismo fue director artístico entre los años 2008 y 2012, se encuentra el de la rigurosidad. Porque el espectador confiado tiende a depositar esa clase especial de confianza en los directores que abordan el género, sin embargo no siempre el rigor es una prerrogativa cinematográfica de los documentalistas. Si de algo da cuenta la filmografía de Wolf, rica en el terreno de la no ficción, es del respeto con que aborda cada tema, ya se trate de una aventura entre cazadores de meteoros, el retrato de una legendaria cantante de tangos o los entretelones de un levantamiento militar.
En Esto no es un golpe Wolf no encara el relato de los hechos ocurridos durante la mítica Semana Santa de 1987 intentando dar por buena una tesis que ya se considera probada desde antes de dar comienzo al recorrido. No hace las preguntas conociendo las respuestas, sino que la película surge de una legítima búsqueda personal. Para él, en tanto cineasta, la historia que se apresta a contar es antes que otra cosa un enigma a resolver. Pero nunca esconde su trabajo detrás de presuntas causas superiores ni las enarbola como medio para reafirmar tal o cual ideal. Cada una de sus películas, y esta no es la excepción, constituye una búsqueda personal surgida de la propia necesidad de entender, de saber y de compartir la experiencia de saciar su curiosidad. «