El arte es absoluto, pero un absoluto fragmentado que transforma a la civilización. Ahora, con esta cosa de no creer en las utopías, del posmodernismo, el arte es algo inactual. Es atemporal. Quien lo dice es Gyula Kosice, uno de los artistas visuales argentinos más originales y destacados del siglo XX, al que curiosamente se conoce sino poco, al menos mucho menos de lo que su trabajo merece. La película Kosice hidroespacial, dirigida por Gabriel Saie, se propone avanzar sobre ese desconocimiento en busca de dimensionar la figura del artista de un modo más justo. No es que Kosice y su obra -con la cual ganó entre otros premios el Di Tella en 1962 y mereció una retrospectiva hace pocos años nada menos que en el Centro Pompidou de París- hayan pasado desapercibidos. Sin embargo su nombre sigue resultando un misterio fuera del ambiente del arte. El trabajo de Saie se encarga de dejar clara la paradoja que representa este hombre que nace en 1924 en una ciudad de Hungría que hoy forma parte de Eslovaquia; que se cría como hombre y como artista en la Argentina; que desde Buenos Aires consigue ser reconocido primero en Europa y después en todo el mundo, pero a quien en su propio país todavía no ha descubierto casi nadie.
Kosice trabajaba con materiales como el agua o como el aire, que a priori son aquellos que un escultor no debería usar nunca, ya que es imposible darles forma. El arte de Kosice parte, entonces, de proponer lo imposible. La definición le pertenece a Rodrigo Alonso, crítico de arte y curador, quien no solo da cuenta de la insistencia con que este artista vital trabajó con materiales de difícil manipulación como el agua, el aire, la luz o el tiempo, sino que a la vez aporta una definición posible sobre el carácter de ese hombre que se propone lo imposible. El mismo Kosice afirma sobre el final de la película que el artista se adelanta a la ciencia. Lo dice en referencia a su utópico proyecto conocido como «Ciudad Hidroespacial», pero la idea también puede aplicarse a una especie de ética de la imaginación, según la cual el arte no debería detenerse ante las leyes de lo conocido, sino que su propósito es avanzar sobre el porvenir. Pero no se trata de inventar por inventar. El artista debe creer en lo creado, subraya Kosice, quien hasta su último día de vida (falleció el 25 de mayo de 2016) sostuvo a su «Ciudad Hidoespacial» como un proyecto probable al que las nuevas tecnologías «volverán posible».
No creo más en el futurismo; creo en el porvenir, dice en una entrevista que forma parte de la película para explicar por qué se considera a sí mismo un porvenirista. No somos nada predeterminado o estático, agrega la voz uno de sus discípulos para explicar en qué consiste el arte porvenirista. De ahí proviene la idea de inventarte la vida, inventarte el futuro. Somos movimiento, cambio. Fluido. Para Kosice el arte era una intervención en contra de la melancolía no exenta de valores curativos. El arte, aparte del júbilo, incluye el bienestar. A veces la curación viene con la creación, se extiende el artista.
Con testimonios de colegas, discípulos, críticos, amigos y hasta de sus propias hijas, la película de Saie registra la doble dimensión de los artistas que casi de forma paradojal se desdoblan entre lo personal/privado y lo artístico/público, dando lugar a un sinfín de contradicciones. Conflictos que el documental no elude abordar. Para el artista no existe ocuparse de otra cosa. A los artistas solo nos interesan las cosas que nos interesan, dice pasada la primera mitad de la película. Pero ante la duda de su interlocutor, quien le indica queha sido padre y que además del arte también se ha ocupado de sus hijas, Kosice responde: yo no hice de la famiia una ocupación, sino que fue una felicidad. Este fragmento dialoga de forma directa con una de las primeras intervenciones de su hija mayor, en la que define al artista como alguien demasiado ocupado en su trabajo, característica que de algún modo lo volvió un padre ausente. Lejos de empañar la figura de Kosice, la revelación lo vuelve humano, enriqueciendo la forma en que se lo puede percibir.
Con habilidad de artesano, Saie consigue que el recorrido de la película no se convierta en una sucesión monocorde de gente hablando a cámara, de obras mostradas una atrás de la otra de forma mecánica o de fragmentos de archivo pegados con intención meramente informativa. El director ensaya una serie de tomas, planos y secuencias que juegan con el agua, la luz y el espacio tratando de traducir al lenguaje cinematográfico lo esencial de la obra de Kosice. Intentando, como dice el propio artista, sostener la relación armónica entre contenido y continente.
Dicha preocupación destaca el vínculo evidente que la obra de Kosice comparte con el cine, en tanto que ambos trabajan sobre lo kinético o mejor aún, que buscan capturar para siempre un instante de movimiento. La diferencia es que a través de las películas el cine se convierte en un registro constante e inalterable, en tanto que en las obras de Kosice el movimiento es siempre nuevo, único y distinto. Es decir, mientras que el cine es el registro de un tiempo siempre pasado, en la obra kosiceana el movimiento se proyecta temporalmente desde el presente hacia el futuro. No es casualidad que en algún momento Kosice le diga a uno de sus seguidores que estamos hechos de tiempo» y que «hay que apurarse a hacer cosas. De esa verdad parece nutrirse también este Kosice Hidroespacial firmado por Gabriel Saie