Como cantaba Ricardo Soulé en Presente, la más mítica canción de esa banda seminal del rock argentino que es Vox Dei, todo tiene un final, todo termina. Y la 68° edición del Festival de Cine de Berlín, la Berlinale, transita ya sus últimas jornadas. De hecho hoy tuvieron su estreno las últimas dos películas de la Competencia Internacional que aún quedaban por verse, la polaca TWARZ, de la directora Malgorzata Szumowska, e In den Gängen, del alemán Thomas Stuber. Una competición que tuvo algunas presencias destacadas, como la de los cineastas estadounidenses Gus van Sant, que presentó Don´t Worry, He Wont Get Far on Foot, su nuevo trabajo en el que Joaquin Pheonix interpreta al humorista grafico John Callahan, fallecido en 2010. O la del regresado Steven Soderbergh, cuyo anunciado retiro duró menos que la presidencia de Rodríguez Saa. El director de Traffic presentó en la capital alemana Unsane, film de suspenso que coquetea con el terror psicológico, filmada por completo con la cámara de un Iphone. Unsane está protagonizada por Claire Foy, la actriz inglesa que saltó a la fama global tras interpretar a la Reina Isabel de Inglaterra en The Crown, la popuar serie de Netflix.
También se acerca el final para la participación argentina, cuyo paso por Berlín puede considerarse exitoso. También hoy, pero por la noche, tendrá lugar la última proyección de La omisión, film que marca el debut como director de Sebastián Schjaer, quien habitualmente se desempeña como montajista. Un rol que ha ocupado en algunas de las últimas películas de celebrado director de cine independiente argentino Matías Piñeiro, como La princesa de Francia o Hermia & Helena. Pero aunque La omisión es su primer largometraje, y obviamente el primero en participar de un evento de la magnitud de la Berlinale, Schjaer ya cuenta con una buena experiencia en esto de pasar por grandes festivales, ya que sus dos cortometrajes previos participaron de diferentes competencias en el glamoroso Festival de Cannes.
La historia que cuenta La omisión se desarrolla en la ciudad de Ushuaia y la película comienza con una escena incómoda. Una chica muy joven camina apurada por la banquina nevada de una ruta, cargando un bolso enorme. Pronto queda claro que trata de dejar atrás a un hombre que la sigue e intenta detenerla cerrándole el paso con un auto. Ella lo esquiva, pero el hombre insiste. No es ninguna sorpresa que él, a quien la cámara evita mostrar, parezca conocerla y sepa su nombre. Paula, ¡pará!, dice una voz masculina desde fuera del plano. Pero Paula no para sino que, por el contrario, se cruza al lado opuesto de la ruta corriendo entre los camiones que pasan y se aleja del hombre que la sigue caminando en la dirección contraria.
Enseguida se hace evidente que Paula está en Ushuaia solo por necesidad. Por trabajo. Pero no pasarán más que un par de escenas hasta que ella se enteré que se ha quedado sin el que tiene en el hotel donde realiza tareas de limpieza y servicio de cuartos. Pero Paula se mueve rápido y no tarda en conseguir algunas changas. En una de ellas, trabajando como ayudante de guía de excursiones conocerá a un chico algo mayor que ella que se dedica a sacar fotos en los hoteles y pistas de esquí. Él tendrá que insistir varias veces hasta que ella acepte salir a dar una vuelta con él. Y cuando lo haga y este intente besarla, ella le responderá que si quieren estar juntos ella le tiene que cobrar. La situación que genera esta forma poco usual de expresarse vuelve a provocar incomodidad. No sólo porque el verbo tener indica que Paula no es una prostituta, que se trata de una cuestión circunstancial (ella le tiene que cobrar ahora, pero tal vez en otro momento no lo haría), sino que comienza a dejar entrever que hay en la protagonista una necesidad mayor de la que su parquedad y su personalidad seca permiten conocer.
Schjaer es un cineasta joven pero parece haber asimilado bien algunas de las lecciones y características del cine de Luc y Jean-Pierre Dardenne, habituales favoritos del Festival de Cannes. Porque está claro que La omisión es un film con mucho de dardenniano, tanto en sus intenciones estéticas como en el interés temático por una historia no exenta de una despojada pero no aséptica mirada social. Por cierto que la presencia de la actriz Sofía Brito y su interpretación colaboran en la construcción de esa atmósfera de realismo visceral que es propia de las películas de los hermanos belgas. Es que no solo el dilema que debe enfrentar Paula se encuentra emparentado con el de las antiheroinas dardennianas, sino que incluso fisonómicamente Brito responde al modelo que interpretaron por ejemplo Émilie Dequenne en Rosetta o Arta Dobroshi en El silencio de Lorna. Y su trabajo poco tiene que envidiarle a aquellos.
El director mantiene la narración bajo riguroso control y no se apresura ni para avanzar en el relato ni para ir entregándole al espectador aquella información vital que le permitirá ir armando el rompecabezas que representa la protagonista. Las preguntas que el relatio va generando son muchas, pero Schjaer irá respondiendo algunas sin perder la paciencia y dejará otras en el aire para que cada quien imagine cuál es el final de la historia de Paula y cuáles los motivos que la llevarán a tomar la decisión con la que la película se cierra, siempre bajo el signo de la angustia.