«Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al Correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas», escribe Soriano en su cuento Aquel peronismo de juguete. Esa espera ansiosa por la pelota de fútbol, hecha a la medida de la fantasía infantil, lejos está del odio del mundo adulto que se construye en el cuento: “Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola frente una ventanilla que decía ‘Perón cumple, Evita dignifica’, era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado público y no tenía la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos”. Las tensiones y ambivalencias entre el deseo infantil y el enojo y escepticismo del mundo adulto (representado en la figura del padre) llegan a su punto más alto en la frase final: “No volví a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo”, dice el protagonista, ya en su madurez. Una pelota que nunca llega: el núcleo del relato tal vez parezca menor, pero alrededor de él se entretejen otros sentidos: nuevas ficciones, anhelos personales, vínculos familiares y proyectos políticos.
De todo esto y más trata la exposición “Escala 1-43: Juguetes, historia y cultura material”, que se puede visitar hasta el 6 de noviembre en el Parque de la memoria. Desde una óptica singular, a través de una cuidadosa selección de juguetes de época, la muestra cuenta cinco décadas de la historia política de la Argentina. El recorte temporal comienza en los años cuarenta y cincuenta, durante el peronismo, para finalizar en la década de los noventa, con el avance del neoliberalismo sobre la industria nacional. Curada por Jordana Blejmar, Natalia Fortuny y Martín Legón, la exhibición es el resultado de una larga investigación en la que los juguetes son analizados como parte fundamental del patrimonio cultural.
En diálogo con Tiempo, Jordana Blejmar, docente e investigadora de la Escuela de Artes de la Universidad de Liverpool, señaló que “la muestra explora los juguetes como objetos lúdicos, pero también como documentos históricos, íconos de una época y como disparadores de ficciones y de relatos vinculados a determinados episodios de la historia argentina. Los juguetes son nuestro primer acceso a la cultura y a la historia. Aprendemos sobre los roles sociales, los roles de género, y también a ser consumidores con los juguetes. Hay algo de la experiencia de lo cotidiano y del mundo que está domesticado y encapsulado en muchos juguetes, por lo menos en aquellos que miniaturizan distintos aspectos de nuestra vida en sociedad. Hay algo de los juguetes que es también muy universal (¿en qué cultura no se juega con muñecas o pelotas?) y a la vez cada cultura, cada sociedad tiene una industria y un reportorio de juguetes muy vinculados a su gente. La Argentina no es la excepción. Los “juguetes del peronismo”, los soldaditos o aviones en escala que se vendían durante la Guerra de Malvinas y también los juguetes importados como los Playmobil (que llegan a la Argentina como resultado del modelo de apertura a las importaciones de la dictadura) sirven para pensar no solo en cuestiones vinculadas a las infancias sino también a la política, a la economía, a la industria y a la memoria de nuestro país. En esta muestra más que reconstruir los sentidos que esos juguetes tuvieron cuando se comercializaron o fabricaron nos interesa leer qué nuevos sentidos, qué nuevos ecos pueden tener esos objetos leídos desde el presente”.
Sin ir más lejos, el nombre de la muestra, “Escala 1:43”, hace referencia a una réplica en miniatura de un Ford Falcón verde, un pequeño autito de juguete. “En los años 70, cuando se comercializaba ese auto, no tenía el sentido siniestro que puede tener hoy, en tanto ese modelo y ese color se han convertido ya para nosotrxs en un símbolo del terror de esos años”, dice Blejmar. De esta época se destacan juegos de mesa de guerra, soldaditos en miniatura y muñecos que evocan lo traumático y lo siniestro: espectros, dobles, desaparecidos. En ese sentido, resulta elocuente, de un modo simbólico y aterrador, que en la muestra haya un juguete que emule un “falso temerario”. “Los Temerarios eran unos muñecos que se vendían en los años setenta con accesorios, que venían en distintos modelos y que se promocionaban como ‘exclusivamente para varones’. Ahora son muy difíciles de conseguir y caros, pero encontramos uno muy parecido y decidimos incluirlo igual, con una publicidad original de época. Más que la cuestión de la autenticidad nos interesaba qué relatos podía disparar ese juguete en los que visitaran la muestra. Creo que de algún modo ese interés por las ‘ficciones’ que se tejen alrededor de los juguetes da bien cuenta del espíritu de toda la muestra”, explica Blejmar.
Así, el universo que se construye alrededor de los juguetes, aunque de carácter ficcional, genera un ida y vuelta con los devenires de la Historia. En la década de los 50, juguetes como «Mejor que decir es hacer», «Troncolandia», «El experto mecánico» o «El constructor infantil (privilegiado)» representan el crecimiento de la industria nacional durante el peronismo. Tal como explica el texto de la exposición, a través de ellos se elaboraba una «metáfora de la construcción, del progreso y del crecimiento del país». Muchos de esos juegos, destinados a “los queridos descamisaditos”, eran repartidos por la Fundación Eva Perón. En este punto, la muestra del Parque de la Memoria dialoga con el ensayo La república de los niños. La función de los juguetes en las políticas del peronismo (1946-1955). Allí,Daniela Pelegrinelli señala que el reparto de juguetes durante el peronismo estaba ligado a la ampliación del derecho al ocio y al esparcimiento: “el niño del peronismo es un niño que tiene derecho a jugar, a poseer juguetes, y el ejercicio de ese derecho no es un asunto sólo privado sino también público. Que los niños jueguen se convierte en asunto de Estado, como la industrialización o la formación de sindicatos. Todo, incluso los juguetes contribuían a estrechar ese vínculo directo entre el Estado y los niños y se constituían en símbolo de esa relación”.
El recorrido permite construir diálogos entre distintos procesos históricos. En contraposición al auge de la industria nacional de los cuarenta, en el área dedicada a la década de los 90, se puede ver cómo los juguetes producidos en el país son prácticamente inexistentes. Todo lo que se comercializa viene de afuera, en un circuito tendiente a acrecentar la brecha de desigualdad y la exclusión. En un claro gesto político, la exposición muestra que, frente a la contundencia de las políticas neoliberales, el arte aparece como amparo y espacio de encuentro colectivo.
La exposición se podrá visitar hasta el 6 de noviembre en la Sala PAyS (Presentes, Ahora y Siempre) del Parque de la Memoria – Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, en avenida Costanera Norte Rafael Obligado 6745, con entrada libre y gratuita.