Es un libro de mi generación. Hubo un tiempo de una policía buena, por lo menos en los pueblos. Una policía amiga, que tenía un guiño en la relación con nosotros. El espíritu de ese policía está en lo que es mi nostalgia. El que cuidaba nuestro barrio y tocaba pito para advertirnos.
Así, Moyano es una mezcla del teatro que penetra en la novela y la novela que penetra en el teatro. Mutuamente invaden los territorios. Los diálogos pueden ser graciosos, pueden tener calidez humanista, siempre descubren una amalgama de la nostalgia, de la melancolía. Un hombre enamorado de una especie de astucia, timidez, una forma muy cuidadosa de llegar a las personas. También es una historia de amor.
Y la intensidad del comisario. Es muy bueno el personaje central. Hay por ahí un alter ego moviéndose. Hace de la cordialidad, de la sencillez, del cariño, del afecto, de la sagacidad, los elementos que componen su personalidad. Junto con las personas que lo rodean, provocan una cierta ternura, como esas cosas que nos pasan con muchos libros, a medida que lo leemos: uno quiere que dure un poco más.
Uno de los momentos que más me impactó del libro es esa luna que entra por la ventana, baña todo un lugar y va descubriendo los detalles. El cuento lo cuentan los detalles. Un peine que usó ella. Algo que quedó en un espejo donde quedó él. Elementos que superan a los personajes, una impronta teatral muy especial. Además tiene mucha incertidumbre propia de los policiales, ese desafío al lector para que llegue antes a la resolución. «