Qué tristeza. Hemos perdido a un maestro, un amigo de enorme generosidad y uno de nuestros más lúcidos intelectuales. Tuve el privilegio de compartir con él dos procesos creativos que me marcaron significativamente.
El primero fue la escritura del guion de mi ópera prima, La Sonámbula, estrenada en 1998, en el que Ricardo confió en mí a pesar de que era mi debut y él ya era un escritor consagrado. Para mí era increíble estar trabajando con el autor de La ciudad ausente y Respiración artificial, dos novelas que me habían impactado. La segunda fue la adaptación de las novelas Los 7 locos y Los lanzallamas de Roberto Arlt a una serie de 30 capítulos para la televisión que dirigimos junto a Ana Piterbarg.
Ricardo ya no estaba bien, pero durante el proceso su entusiasmo era tan conmovedor, que salíamos de esos encuentros como verdaderos guerreros arltianos.
Cuando la serie fue emitida por la Televisión Pública, Ricardo estaba tan contento con lo que habíamos logrado, y era tan fuerte su deseo de seguir, que propuso muy seriamente un nuevo desafío: hacer ahora una serie para la televisión adaptando Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal.
A pesar de la grave situación que atravesaba, estaba dispuesto a seguir difundiendo la obra de nuestros grandes escritores hasta el último día. «