El salón Felipe Vallese de la CGT se convirtió durante tres horas en el escenario de un inesperado cruce entre arte y política con la presencia de dirigentes sindicales, intelectuales, artistas y estudiantes universitarios. Sucedió el martes, a partir de una iniciativa conjunta del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), de la propia central sindical y del portal web La Nación Trabajadora. El auditorio ubicado en el primer piso de Azopardo al 800 es un lugar lleno de historia: por allí pasó muchas veces Juan Domingo Perón, tanto para pronunciar discursos como para dar clases en el marco de un curso de formación política. Este recinto es la Capilla Sixtina de los trabajadores, comentó al inicio de la actividad el gremialista Juan Carlos Schmid (Dragado y Balizamiento), uno de los triunviros al mando de la CGT hasta que se resuelva la próxima conformación de autoridades.
La referencia a los frescos pintados por Miguel Ángel Buonarroti en la bóveda del Palacio Apostólico del Vaticano aludía a los murales que pintó en el mismo salón Felipe Vallese el artista Daniel Santoro acompañado por su hijo. En la pared central de la misma sala se encuentra otro mural, inaugurado en el año 1949 y vandalizado por la dictadura en 1976, que en su momento fue pintado por Miguel Petrone. Este martes, a partir de una invitación del IDAES, Santoro desmenuzó la simbología de las dos obras frente a una concurrencia formada en su mayoría por estudiantes avanzados de sociología y de arte.
Entre los presentes también se encontraban la socióloga Paula Abal Medina, docente universitaria, investigadora del IDAES y organizadora de la charla; la ensayista Laura Malosetti Costa, especializada en historia del arte; el sociólogo Ariel Wilkis, autor del libro Las sospechas del dinero y decano del IDAES; el licenciado en Filosofía Ignacio Soneira, estudioso de la obra del pintor Ricardo Carpani; y el economista y ex diplomático Carlos Piñeiro Iñiguez. Abal Medina y Soneira, junto a Schmid y Santoro, fueron los expositores de la jornada. La disertación había sido convocada bajo el eslogan Arte y Trabajo en la CGT.
Santoro fue el encargado de romper el hielo. Mientras recorría con un puntero láser las secuencias claves del mural, describió los símbolos que subyacían en la obra. Una de las escenas del mural mostraba a un trabajador gigante un descamisado- que caminaba por las aguas del Riachuelo con una niña de guardapolvo blanco alzada en sus brazos. El cruce de las aguas siempre es traumático. Es la ofensa fundacional al poder: meter las patas en la fuente. Contaminarle las aguas al poder, aseguró el pintor.
Otra imagen sobre la que se detuvo Santoro era el típico chalet californiano de Ciudad Evita, que también figura en el recorrido histórico del mural. El chalecito encarnaba el confort norteamericano de posguerra. A Evita le habían ofrecido construir complejos de monoblocks para hacer barrios obreros con el argumento de que eso permitía mayor superficie habitada. Ella lo rechazó, con criterio humanista. Esos chalecitos tenían piso de parquet con roble de Eslavonia, que era lo mejor de la época. Y todo eso remite a un concepto que yo tomo de (Jacques) Lacan, que es el exceso de goce. Justamente, lo más perturbador que tiene el peronismo es que propone un exceso de goce para los trabajadores, para los más pobres. Por eso, en la historia argentina, el exceso de goce se paga siempre con represión, subrayó el artista.
Santoro ligó el odio oligárquico que generó el acceso a mejores estándares de vida por parte de las mayorías populares con un hecho emblemático muy reciente: la destrucción de las piscinas construidas en Jujuy por la Túpac Amaru de Milagro Sala. Ese odio del que hablamos también se puede ver en las piletas de Milagro, remarcó.
El mandato de esta generación
Después llegó el turno de Schmid. A modo de anfitrión, el titular de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) contó que la iniciativa de hacer un mural que contara la historia de la CGT, desde 1945 hasta la recuperación de la democracia en 1983, surgió de Piñeiro Iñiguez. Lo que hizo la CGT fue dejar todo esto plasmado en las paredes, señaló. Para Schmid, la encrucijada de los trabajadores argentinos en estos tiempos es asumir el mandato que debe cumplir para ser fiel a la época. El argelino Frantz Fanon decía que toda generación tiene un mandato histórico que cumplir, o lo cumple o lo traiciona, citó de memoria el triunviro de la CGT.
Nacida en Uruguay pero residente en Argentina desde hace muchos años, Malosetti Costa desplegó su conocimiento de la crítica de arte y de la historia para emparentar la idea de la crucifixión medieval con la iconografía ligada al mundo del trabajo que pintaron Petrone y Santoro. Daniel (por Santoro) habla de exceso de goce, y yo comparto. Pero también quiero poner el acento en el exceso de odio. Eso que siempre caracterizó a la Argentina, todavía hoy, y que me sigue impactando, acotó en un momento la ensayista. Es la idea de la usurpación. Para los sectores acomodados, junto con el deseo del goce llega el desorden, aseguró.
La charla giró luego hacia una revisión de la obra de Carpani, pintor asociado desde siempre con el sindicalismo combativo de los años 60, con la CGT de los Argentinos y con la opción de la lucha armada. Su obra forma parte de nuestra cultura visual. La denuncia de la violencia represiva del régimen y el encuentro de artistas, trabajadores e intelectuales son dos tópicos significativos de la pintura de Carpani, planteó Soneira. Este tramo de la actividad puso en escena una suerte de paradoja: el análisis sobre Carpani y su vínculo con la CGT de los Argentinos se realizó desde el edificio de Azopardo cuando la central obrera que encabezó Raimundo Ongaro funcionó durante su existencia -entre 1968 y 1973- en la sede del gremio gráfico, sobre Paseo Colón al 700.
Con un talante proclive a la polémica, Santoro tomó el guante de lo que se había dicho: sin autocensura, reconoció que a él la obra de Carpani no le gusta mucho. Que prefiere a Benito Quinquela Martín. Es verdad que Carpani tiene un anclaje icónico en nuestra sociedad. Pero nosotros nos la agarramos con Carpani porque él, con esos cuerpos de los obreros forzudos y corpulentos, quiere representar al sujeto histórico de la revolución. Pero ese sujeto así no existe, fueron las palabras de Santoro, no exentas de provocación.
Para el autor de Manual del niño peronista, la teleología marxista (que abreva en la corriente filosófica que sostiene que la marcha del universo sigue un orden predeterminado, con fines y propósitos establecidos) nunca pudo demostrar que la historia de la humanidad evoluciona de modo inexorable hacia la sociedad sin clases y el socialismo.