“Si no recuerdo mal, creo que fue Jean-Paul Sartre quien dijo: ‘Escribir es una pasión inútil´.
Uno escribe sin saber muy bien por qué o para qué, pero se supone que tiene que ver con las cosas en las que más profundamente cree, con los temas que lo desvelan.
Escribimos sobre la base de algunas certezas, que tampoco son certezas full time. Yo, por ejemplo, soy optimista según la hora del día.
Normalmente, hasta el mediodía soy bastante optimista.
Después, de doce a cuatro, se me cae el alma al piso. Se me acomoda en su lugar de nuevo hacia el atardecer, y en la noche se cae y se levanta, varias veces, hasta la mañana siguiente, y así…
Yo desconfío mucho de los optimistas full time. Me parece que son resultado de un error de los dioses.”
Si pasamos por alto la teoría literaria que distingue entre el yo del autor y el yo del texto, puede decirse que este optimista intermitente es nada menos que Eduardo Galeano de cuyo nacimiento se cumplen este jueves 80 años. Este texto y muchos otros serán leídos en las redes bajo el hashtag #Galeano. De esta forma la editorial Siglo XXI le rinde homenaje a su autor emblemático y se suma a los homenajes que se le tributarán en toda América Latina.
«Nací el 3 de setiembre de 1940 – dijo Galeano a modo de resumen de su vida- mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno. Desde que era muy pequeño, tuve una gran facilidad para cometer errores. De tanto meter la pata, terminé demostrando que iba a dejar honda huella de mi paso por el mundo.”
No se equivocaba. Curiosamente, este uruguayo nacido en Montevideo con el muy uruguayo nombre de Eduardo Germán María Hughes Galeano, tuvo en su destino un editor argentino que lo “descubrió” como algunos cazadores de celebridades con buen ojo clínico descubren figuras que llegarán a ser estrellas. Y tuvo, además, una editorial de México que se instalaría también en Argentina que al publicar su primer libro, hizo que se transformara en un suceso. Sin duda, América Latina, con sus venas abiertas incluidas, estaba en su destino.
El editor fue Carlos Díaz, quien trabajaba para Siglo XXI y que un día viajó a Uruguay para contactarse con un representante de la editorial en ese país. Ese representante, que tenía una librería y una distribuidora, le regaló un libro publicado en 1971 por la universidad. Su títulos era Las venas abiertas de América Latina. En el avión de regreso Díaz comenzó a leerlo y a las pocas líneas supo que tenía en sus manos un éxito editorial, razón por la cual le envió el libro a México a otro editor mítico: Arnaldo Orfila Reynal, cofundador de siglo XXI junto con otros intelectuales. También él estaba entrenado para descubrir talentos y lo publicó. Una vez en la calle, el libro comenzó a venderse como pan caliente. Las ediciones se sucedían y, desde entonces, nunca dejaron de hacerlo. No sólo tuvo un éxito momentáneo, sino que se convirtió en el libro que sí o sí había que tener en la biblioteca. Ese fenómeno literario sigue en marcha hoy.
El optimismo de Galeano, aunque intermitente, tuvo la potencia necesaria para permitirle ser un escritor militante durante toda su vida, lo que como a todo escritor latinoamericano que se precie, le costó el exilio.
Luego de ser encarcelado por el golpe de Bordaberry, en 1973, cruzó el charco y vivió un tiempo en Buenos Aires. Sobre este exilio dijo en una entrevista: “Yo estoy muy vinculado a esta ciudad. Además, viví aquí. En esta ciudad yo anduve muy entreverado en muchas cosas, lindas, feas, odios, amores, caídas, tropezones, levantares, resurrecciones. De todo me pasó por aquí y, sobre todo, una revista que se llamó Crisis, que vivió durante cuarenta números y que –creo- dejó una linda huella en la vida de este país.”
En 1976, el golpe cívico-militar en Argentina hizo que su exilio continuara en España. Tuvo el doloroso honor de que Las venas abiertas de América Latina fuera un libro censurado en Uruguay, Argentina y Chile.
Recién en 1985 pudo regresar a Montevideo junto con otros escritores uruguayos como Mario Benedetti.
Como es bien sabido, además de escritor fue periodista. Fue jefe de Redacción del semanario Marcha y fundó el semanario Brecha al que permaneció unido toda la vida como integrante del Consejo Asesor.
Pero más allá de los datos formales de su biografía, Galeano fue parte sustancial del paisaje montevideano. Tenía su “oficina”, como le gustaba decir, en el café El brasileiro ubicado en Ciudad Vieja, en la calle Ituzaingó 1447. Allí escribía, se encontraba con amigos, conversaba con los mozos y observaba la realidad a través de sus ventanas. Se sentaba siempre en la misma mesa, al lado de la ventana. Como suele decirse que es la escuela, El brasileiro era su segundo hogar. Para quienes visitan Montevideo desde distintas latitudes del mundo, ese café es un punto fundamental de su recorrido.
Tan cercana era la relación con el bar que el 13 de abril de 2015, día en que murió vencido por el cáncer, los mozos fueron los encargados de impedir la entrada de curiosos que querían ver el lugar donde había transcurrido gran parte de su vida y donde se había gestado gran parte de su obra.
Según cuenta Gabriela Fernández en Detintalimón, Galeano pidió expresamente que no lo recordara ninguna placa en El Brasilero. El dueño del bar respetó su voluntad, pero a modo de homenaje incluyó un café que lleva su nombre. Quien vaya al bar, podrá pedir un Galeano y el mozo le traerá un café fuerte con cierto dejo de sabor a almendras que era el que él tomaba habitualmente.
“No me gusta que me llamen intelectual –dijo Galeano en una entrevista televisiva y repitió varias veces a lo largo de su vida- porque me parece que me reducen a una cabeza que rueda por los caminos desprendida del sexo, de las piernas, de la panza donde se hacen los alimentos sabrosos. Este divorcio de la razón y el corazón no me gustó nunca, ni un poquito. Porque la razón y el corazón no se pueden divorciar. ” Su criterio de lo que es un intelectual puede ser discutible. Lo que es indiscutible es que él siempre tuvo la cabeza cerca del corazón como lo atestiguan quienes lo conocieron, desde los mozos de El Brasilero a Joan Manuel Serrat, quien viajó desde Salta a Uruguay para despedirlo y acompañar a su familia. Dijo de él que era “la reserva moral de la izquierda” y que “con palabras muy sencillas había escrito libros muy profundos.”
Entre sus talentos no literarios figuraba la capacidad para cultivar la amistad. Salvador Allende fue uno de sus grandes amigos, por lo que se ocupó de honrar la memoria de quien consideró “el demócrata más grandes de todos los tiempos de América Latina”.
Su literatura hizo correr ríos de tinta. Pero quizá la mejor definición de lo que fue como escrito la dio él mismo: “Me he dedicado a descubrir la grandeza de las cosas chiquitas”. Y como si sus historias no vinieran de él, sino del afuera, agregó: “La realidad es una señora muy generosa que no deja de regalarte buenos motivos para escribir.”