En 1978, Carlos Herrera Jiménez, el exagente de la Central Nacional de Informaciones (CNI) de Chile, fue destinado por esa institución para hacerse cargo de la unidad destinada a combatir al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). “Según lo dice la prensa –afirmó el represor, torturador y asesino chileno en el juicio que se le siguió por violaciones a los Derechos Humanos-, llegué a tener 138 procesos atribuidos a diferentes identidades operativas. Actualmente no me encuentro procesado por ninguna causa, salvo la muerte de un dirigente sindical y un carpintero.” Por esas dos muertes cumple condena perpetua en la penal de Punta Peuco. Allí, en 1996, grabó su primer audiolibro que destinó a la audioteca de la Biblioteca Central para Ciegos. Ese material se encuentra en los anaqueles de dicha biblioteca junto a tanto otros, sin identificación de quién es el lector. ¿Una prueba más de lo oscuro y siniestro de su proceder disfrazado de acto de arrepentimiento? ¿Una forma de burlar su encierro en una celda llegando con su voz a donde no puede llegar él mismo?
A 50 años del golpe de Estado que sembró el terror y la muerte en Chile, el escritor Matías Celedón abordó este caso en Autor Material (Ed. Banda propia) un libro breve al que clasifica genéricamente como novela, si se tiene en cuenta que en esa taxonomía tienen cabida las especies discursivas más amplias. Ricardo Piglia decía, con razón, que la novela es el basurero de los discursos.
Se trata de un “artefacto”, de un montaje dividido en tres partes. En la primera, que transcurre en el cementerio, un muerto le pregunta al represor si es un hombre o un demonio. La segunda, está integrada por frases de los libros leídos y grabados por él en el penal. En la tercera, de tono ensayístico, el autor cuenta la historia del represor y reflexiona sobre ella y sobre las grabaciones. .
Datos de un represor, torturador y asesino
“Punta Peuco –dice Celedón- es el penal que se asignó a quienes fueron procesadas en Chile por violaciones a los Derechos Humanos. Los presos tienen allí ciertos beneficios carcelarios. Es un penal VIP. Siempre se habla de la posibilidad de cerrarlo o de empezar a recibir allí otra población carcelaria que no cumpla condena por este tipo de violación.”
“Carlos Herrera Jiménez –agrega- fue el autor material del asesinato de Tucapel Jiménez, un líder sindical muy importante que trabajaba de taxista. El temor que tenía la Junta Militar era que se estuviera generando un nuevo Lech Walesa, porque el sindicalista tenía mucho arraigo popular. En 1980 era quien articulaba la oposición a la dictadura. Entonces lo eliminaron, como era la política de Estado de ese momento.”
“Un año después del asesinato de Tucapel Jiménez –continúa-, Herrera Jiménez junto a otros cómplices eligen a un poblador, Juan Alegría, para echarle la culpa y montan un pseudo suicidio. Tenía cortadas las venas de ambas manos, pero los cortes eran tan profundos que resultaba imposible que hubiera podido realizar el segundo. El informe de la autopsia lo deja claro. Aun así no fue hasta el 2000 que se lo declaró culpable.”
Y agrega: “Durante la década del 90, ya en democracia, el ministro de la Corte tenía un hermano en la CNI por lo que, aunque en algún momento fue procesado por la Fiscalía Militar por el asesinato de un transportista muerto en la tortura, pero tuvo una condena muy benévola.”
También se sabe que estuvo en Pisagua, un campo de concentración terrible en el norte de Chile, donde murió mucha gente. Él fue ascendiendo y se convirtió en una especie de estrella en el interior del Servicio. En 1996, cuando aún no tenía condena efectiva, preso en la cárcel de Punta Peuco graba estas cintas para la Biblioteca Central de Ciegos.”
Autor Material
La pregunta que surge de inmediato al saber que un asesino se dedicó en prisión a grabar libros para que fueran escuchados a través de su voz por los concurrentes a la Biblioteca Central para Ciegos es cuál fue su objetivo al hacerlo.
“No tengo certezas –dice Celedón- por eso el libro se hace esas preguntas. La hibridez de la novela contemporánea, en vez de dar respuestas permite problematizar cómo conviven distintos discursos y ver qué verdad generan a través de las contradicciones y las paradojas que suscita la yuxtaposición de elementos.”
“Considero la novela más como una manera de explorar que de certificar. Siguiendo a Piglia, creo en el escritor como detective, como pesquisa. De hecho en un momento pensé en llamar a la novela Bandas en fuga, porque asocio lo de Herrera Jiménez a la forma en que huyen las ratas cuando el barco se hunde.”
“En los 90 lo apresan aquí, en Argentina, pasa dos años en la cárcel de Caseros. Hubo una la red que se tejió con la Operación Cóndor y cuando regresa la democracia comienza a rastrearse dónde están estos tipos, dónde se esconden, a ver cómo se les sigue la pista. A mí me interesa mucho hablar de esto porque es una forma de recuperar la verdad y la crudeza de los hechos en un momento en que esto se relativiza.”
“Lo que a mí me aportan los documentos –afirma- es la posibilidad de consignar lo cierto y de ver de qué manera esos registros que testimonian los hechos, esa historia verificable convive con nuestra memoria que tiene componentes de imaginación más difíciles de verificar, tiene un componente de subjetividad que vuelve a esa información más conflictiva. Me interesa problematizar desde los documentos la memoria, que se suele suponer que es un registro del pasado cuando, en realidad, esa memoria habita el presente.”
Escuchar a un torturador contando historias
Celedón se llevó a su casa las cintas grabadas por el represor. A su voz se sumaban los ruidos y sonidos del penal: un grito, las puertas de las celdas al abrirse y al cerrarse. Lo hizo durante la pandemia en los momentos en que su estado de ánimo se lo permitía. Saber que es un torturador, un asesino quien narra, resignifica lo que se escucha.
El asesino tuvo múltiples identidad pero una sola voz, esa voz con la que humilló a los torturados y con la que en la leyó ocho libros, entre los que se cuentan La Divina Comedia de Dante Alighieri, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, Cien años de soledad de García Márquez, Sueño de una noche de verano de William Shakespeare y un par de novelas de espías: Ha llegado el Águila de Jack Higgins y El Manipulador de Frederick Forsyth.
“El sonido –Celedón- siempre te ubica en el centro de un espacio narrativo, de una historia. En esto tomo algunas reflexiones que ha hecho Lucrecia Martel respecto de cómo desafiar la narrativa hegemónica desde otro paradigma que no es tanto el visual sino el auditivo. Se podría decir que lo visual es un poco de derecha, porque te obliga a mirar el futuro y no mirar hacia atrás, mientras que lo auditivo nos sitúa en el centro de lo que está ocurriendo, nos rodea de la historia y nos hace quedarnos en el presente.”
Le resultaba muy difícil no evocar los interrogatorios con los ojos vendados. Tanto en la Argentina como en Chile los testimonios de los sobrevivientes atestiguan que reconocen a muchos torturadores por su voz. “El sonido –agrega Celedón- siempre se escucha en presente. Por eso me pareció un material que tenía una carga radiactiva que tiene que ver con la política de la mirada, el derecho a ver y a no ver, invisibilizar, omitir, que está muy de la mano del silencio, de no permitir completar el cuadro.” En el libro lo trato a partir de las políticas de la audiodescripción.”
“Creo que había algo sádico en su proceder –dice-. El graba esta cinta para gente que no puede ver la historia en su totalidad y se esconde de manera anónima en la invisibilidad. Me generaba inquietud ese material porque no sabía si de alguna manera estaba sacando información afuera a través de él, si en alguna parte interrumpía la grabación y comenzaba a decir otra cosa. Hay que tener en cuenta que cualquiera puede ir a la biblioteca y sacar esos casetes. La biblioteca se me presentaba como una zona de impunidad ante la invisibilidad de sus actos.”
Ante la pregunta sobre si los autores y las narraciones que graba, entre ellos Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, podía pensarse que había algún mensaje, contesta: “Me llamaron la atención ciertas novelas policiales como Ha llegado el águila en la que aparece un escuadrón que es obligado a matar a Churchill.”
Y añade: “Conociendo la biografía de Herrera Jiménez uno especula, por cierto. Yo no quise conocerlo, sino trabajar solamente con los residuos que iban a quedar de esas historias, incluida su voz, porque son personas que se van a ir con lo que no han dicho pero saben. Hay historias que leídas por él, se convierten en algo espeluznante. En ningún lado se consigna de quién es la voz y yo creo que habría que mostrar de quién es esa voz y si quiere someterse a la escucha de ese material.”
Es costado siniestro de las grabaciones se hace más evidente, si se tiene en cuenta que la lectura de historias es, por lo general, un acto amoroso que realizan los padres con sus hijos. También podría ser el caso de que alguien que va ingenuamente y escucha esas historias, reconociera en ellos la voz del torturador. “Yo lo pensé así, afirma Celedón, como un acto siniestro por muy altruista que pueda parecer. Me interesaba explicitar cuáles eran esas otras lecturas posibles detrás del aparente intento de arrepentimiento y redención o al menos, del intento de tener buena conducta. Pero el hecho de susurrarle al oído a personas que no pueden ver de quién es la voz me parece algo muy oscuro, por eso creo que hay que decir que esa voz es de él, que no es cualquier voz. El sonido opera como el tacto. Es una frecuencia que mueve unos huesitos del oído. Para mí, lo que hizo al grabar esos libros es una forma muy sofisticada de adentrarse en una persona que está expuesta inadvertidamente a un material complejo.”
Como señala Celedón, esa voz lo sobrevivirá, seguirá siendo escuchada cuándo él ya no esté, como si el torturador sintiera la necesidad de insistir y persistir, de seguir dejando huellas de su paso por el mundo.