El título de esta nota podría haber sido La pasión según Amélie Nothomb; El cuerpo de Cristo nunca fue nunca fue simbólico, sino real; También Cristo tenía deseo sexual; La sensualidad de Cristo; La sed y el deseo o cualquier otro que aludiera a la corporalidad de Cristo mostrada en su tormento y escamoteada en su placer. Porque de lo que habla Amélie Nothom en Sed es, precisamente, de lo que la Iglesia suele callar, la corporalidad de Cristo, sus deseos y contradicciones humanas.
“Siempre supe que iba a ser condenado a muerte” comienza diciendo la novela, lo que indicada desde el vamos que nos va a contar una historia conocida por todo el mundo, creyente y no creyentes: que Cristo murió en la cruz. Como en el título de la novela de André Devigny Un condenado a muerte se escapa llevado al cine por Robert Bresson, no hay forma alguna de “spoilear” el final porque ya está anticipado, ya sea en el título o, como en el caso de Nothomb, en la primera línea de su novela y en la nuestra cultura. Como en toda creación artística, también en esta novela se trata del cómo y no del qué.
“Tenía tres años cuando mi padre me habló de Jesucristo, había encontrado a mi superhéroe. Cuando empecé a escribir, me di cuenta de que tenía que escribir algo sobre él. Eso no se haría de un día para el otro, necesitaba acrecentar músculos y por eso fui practicando durante varios años”, dijo la autora en una conferencia de presentar al presentar Sed.
Según parece ese, el día llegó y Nothomb se decidió a llevar a cabo una tarea nada fácil por distintas razones. Cristo ha sido tratado en la literatura y en el cine de diversas formas, ¿Qué agregar a todo lo dicho? Se podría sospechar en su novela una cierta voluntad de escándalo o especulación literaria que, sin embargo, es totalmente ajena al texto. También se le podría endilgar cierto esnobismo extravagante que quizá su imagen un tanto excéntrica apoyaría: Nothom se viste siempre de negro, no usa computadora como si viviera al margen del tiempo. En su origen se amalgaman una serie de culturas que quizá de alguna manera hagan una diferencia en su escritura: nació en Kobe (Japón) en 1967. Proviene de una antigua familia de Bruselas, aunque pasó su infancia y adolescencia en Extremo Oriente, principalmente en China y Japón, donde su padre fue embajador; en la actualidad reside en París y escribe en francés.
Sed no es ni más ni más ni menos que la vida y muerte de Cristo contada en primera persona. Es decir que la escritora le cede la palabra a él y se la arrebata a sus exégetas. “Este texto –declaró- es como un evangelio, que desde mi humilde punto de vista esconde una mirada y ella es el cuerpo. Intenté escribir el evangelio del cuerpo. Soy una campeona de la sed para honrar el tema que estamos tratando hoy. Intenten estar un día sin beber y entenderán lo que es la sed. No es un libro religioso y lo que yo tengo ganas de decir es que es una novela, que acepta un dolor infame y mi reto era cómo explicar este misterio”.
Quizá la clave de esta novela esté en su título. En su martirio en la cruz Cristo piensa que una gota de agua podría hacerlo feliz aún en medio su situación, que el deseo subsiste en las circunstancias más extremas. Por eso absorbe al máximo la esponja con vinagre que le acercan a la boca. Mientras el deseo de algo exista, el placer será posible. Pero para que ese placer sea posible, a su vez, hace falta un cuerpo. ”El amor es una historia –dice Cristo a través de Nothomb- y para contarla hace falta un cuerpo. Lo que acabo de decir no tiene ningún sentido para ti (Cristo se dirige a su padre Divino). ¡Si por lo menos fueras consciente de tu ignorancia!”
Y en otro párrafo señala: “¿Cómo sorprenderse de que la sed conduzca al amor? Amar siempre comienza bebiendo con alguien. Puede que porque ninguna otra sensación resulta tan poco decepcionante. Una garganta seca imagina el agua como el éxtasis, y el oasis está a la altura de las expectativas y el que bebe tras haber cruzado el desierto nunca dice `No es para tanto`. Ofrecerle algo de beber a la persona a la que te dispones a amar es sugerir que el deleite estará por lo menos a la altura de su esperanza.”
En la novela de Nothom no faltan las observaciones sobre el lenguaje ni las predicciones de Cristo sobre lo que será escrito en el futuro sobre el tema del que el habla, por ejemplo, de los celos que sentía por María Magdalena, a la que amó hasta el final y con la que sostuvo relaciones carnales. En este caso, hace referencia a El final de los celos, de Marcel Proust.
Hacia el final, cuando habla el Cristo que ya ha muerto en la cruz, la autora establece una interesante relación entre los muertos y la lectura que pone en boca de Cristo: “¿Cuál es esa lectura que nos entretiene una vez que hemos fallecido? El libro se constituye en función de nuestro deseo, es él el que suscita el texto. Estamos en la privilegiada situación de ser al mismo tiempo autor y lector: un escritor que crearía para su propio hechizo. Sin bolígrafo ni teclado porque escribe sobre el tejido de su placer.”
El Jesucristo que habla a través de Amélie Nothom, es carnal, posee un cuerpo que lo empuja al placer y lo sume en el dolor, sufre las ingratitudes de los hombres, cuestiona la creación de su padre que ha puesto en el mundo hombres capaces de infligir a otros los martirios más terribles, se conduele y siente rabia, es también esclavo de los deseos de su cuerpo. En fin, el alguien a lo que nada de lo humano le es ajeno.