No se trata de develar secretos, sino más bien de explorar las diferentes maneras en que el arte sacude la ceguera automática frente a los pronósticos, cada vez más certeros, de un “final acelerado por el maltrato suicida del planeta y la inmersión cada vez más inquietante en un mundo digitalmente administrado”. En Lo que no vemos, lo que el arte ve (Anagrama), Graciela Speranza, crítica, narradora y docente la Universidad Torcuato Di Tella, busca en la bruma del presente, con su fantasmagoría amenazante, una grieta desde donde vislumbrar otra cosa. Si todo lo que conocemos parece próximo a desaparecer, el arte permite entornar la mirada para poder ver más allá. La imagen de tapa es elocuente: un grupo de personas, con máscaras de bronce diseñadas especialmente para ver la puesta de sol de manera segura, miran hacia el horizonte sobre el fondo de un cielo completamente despejado. Se trata de We who spin around you, una obra de Eduardo Navarro realizada para High Line Art en Rail Yards. Lo curioso es que nosotros, los espectadores de la imagen, como el título del libro lo indica, no vemos la obra de arte: el atardecer.
En este ensayo que invita a desautomatizar la mirada, el relato también es protagonista. La autora recopila obras artísticas (visuales, literarias, musicales) de los últimos años y las cuenta como si fueran historias. Desde la infinitud de los mares y cielos estrellados de Vija Celmins, artista visual letona-estadounidense, pasando por las telarañas que Tomás Saraseno montó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (2017) para darles “un lugar estelar en la morada del hombre, que siglos de higiene y antropocentrismo les habían negado”, el libro ofrece pequeñas crónicas que actúan como constelaciones de un orden mayor y permiten ver “lo que el arte ve” a través de la mirada de Graciela Speranza. “Una mirada que no ilustra los debates de su tiempo, no los reduce a un mero enunciado ecológico, ni los actúa en un activismo ingenuo, sino que los traduce en sintaxis, dispositivos y procesos para que la insalvable invisibilidad se vuelva visible”, como dice la propia autora acerca del artista francés Pierre Huyghe.
Pero antes que una o varias historias, la lectura aquí deja el efecto de una serie de imágenes inquietantes. Y esas imágenes no persisten mudas, son la reflexión insidiosa de un presente en crisis. El ensayo busca captar, en su extraña conjunción entre la preocupación por el desastre ecológico y la fascinación por un arte alarmado, esa idea aterradora para la humanidad del siglo XXI que, guiada por un antropocentrismo depredador, desestima la posibilidad, cada vez más palpable, de un mundo sin nosotros. “Creo que los atajos de muchos artistas para figurar lo inconmensurable o para correr al hombre del centro de la escena y darles protagonismo a otras especies, pueden ayudarnos a recalibrar nuestro lugar en el planeta. Confrontado con los cuatro mil millones de años de un meteorito, o con los ciento cuarenta millones de años que las arañas llevan en el planeta, el tiempo del hombre se vuelve efímero y el futuro lejano relativamente próximo. Imaginar el mundo antes y después de nosotros puede ser un buen ejercicio para desandar nuestro recalcitrante antropocentrismo”, dijo la autora en diálogo con Télam.
Graciela Speranza buscaba en la literatura y el arte contemporáneos un refugio frente al desastre ambiental cuando la pandemia del coronavirus nos enfrentó con un mundo sin nosotros en ciudades desiertas, al tiempo que aceleró la comunicación virtual, el control y la vigilancia. Atravesado por ese contexto de escritura, el ensayo explora las distintas maneras en que el arte da a ver lo que esconde la era digital. “A menudo no vemos a quienes nos miran en dispositivos cada vez más alarmantes de vigilancia y control, en una automatización de la visión del ojo humano. El arte y las ficciones de nuestro tiempo pueden iluminar la omnipresencia de nuestro inconsciente digital, extrañar los nuevos gestos con que hoy tocamos sin tocar y miramos sin ver, remedar nuestra experiencia del mundo real mediado por las pantallas y develar los alcances de un “capitalismo de la vigilancia” sin precedentes y sus prácticas ocultas de extracción, predicción y comercio, que funcionan con la alegre aquiescencia de los usuarios”, explica la autora en su nuevo libro.
Sin tonos catastróficos, Lo que no vemos, lo que el arte ve logra sintonizar con los temores del mundo contemporáneo y acaso también con su salvación. Si nos permitimos extrapolar la visión del arte hacia afuera del libro, sometiendo a la realidad a un extrañamiento permanente, tal vez podamos finalmente ver el atardecer.