Al filo del 2019, cuando ya todos comenzaban a preparar la copa para brindar luego de un 2018 que dejó en estado de asfixia a  la industria en general y la industria editorial en particular, Luis Gusmán, el psicoanalista y escritor que en 1973 hizo estallar el panorama literario con un libro casi mítico, El frasquito, prohibido luego por la dictadura, presentó al mismo tiempo tres libros.

Los tres tienen algo en común: son ensayos, un género que el autor ya había cultivado con maestría. Baste citar Epitafios (2018), Barthes, un sujeto incierto (2015) y La ficción calculada I y II (1998 y 2015) .Y los tres son también un indicador de que acaso es tiempo de repensar el campo literario desde nuevas perspectivas que no excluyan el rigor del análisis, pero que abran un espacio para el disfrute, que también hagan literatura al hacer teoría.

El primero de los libros –el orden es arbitrario, porque se presentaron los tres juntos- es La literatura amotinada y fue editado por la editorial Tenemos las máquinas. La frase del título proviene de un libro de Héctor Libertella, Las sagradas escrituras (1933).

Por las páginas de La literatura amotinada desfilan Leónidas Lamborghini, Héctor Libertella y Ricardo Piglia. “Estos tres escritores –dice el autor en el prólogo- intervienen en la literatura provocando con su estilo, una revuelta. En estos tres autores de los que se ocupa este libro esta pregunta insiste (se refiere a una “pregunta flotante que se constituye siempre en cada lectura y en cada lector”) y es motor de la argumentación que se despliega en su intrusión en el campo literario.”

Si bien el libro trata de establecer de qué modo leyó una generación, Gusmán se propone mantener las diferencias entre cada uno de ellos. “Sin embargo –dice el autor- hay una afinidad insoslayable que reside en cómo ocuparse de esa práctica inestable que es la literatura. Creo que los tres perciben esa inestabilidad, apuestan a ella desde distintas perspectivas de lectura, de autores y de temas.” Por eso, los textos de los tres se “juntan y disyuntan”.

El segundo de los libros es La valija de Frankenstein publicado por Edhasa. Se trata de una muy cuidada edición que cuenta con ilustraciones nada menos que de Daniel Santoro, aunque quizá no se trate realmente de ilustraciones si se entiende por ellas dibujos o pinturas que se subordinan a un texto. Más bien conforman con él un todo indivisible. Un mérito que se agrega a los dibujos es que, por lo general, siempre han sido casi una propiedad exclusiva de la ficción y no del ensayo, lo que no se cumple en este caso. 

La literatura, parece querer decir el autor en este texto, es un cuerpo heterogéneo formado por las piezas más disímiles que se reúnen de la forma más azarosa. Es, en definitiva, una valija –símbolo del viaje- en la que todo se mezcla y se confunde. Bajo el orden aparente reina el caos de lo fortuito.

De esta forma, Gusmán pasa revista a gran parte de la literatura siguiendo un orden marcado por valijas que guardan textos heterogéneos sin atenerse a geografías, cronologías u otros órdenes canónicos. Su texto incluye sin sobresaltos de Sarmiento a Pamuk, de Goethe a Shakespeare. 

El último de los tres libros es Esas imbéciles moscas, publicado por Godot en una edición numerada y, a esta altura, agotadísima, aunque la editorial promete una nueva tirada en breve. Su encuadernación es artesanal, con tapa dura y entelada y estuvo a cargo de Barba de Abejas. Tiene, además, ilustraciones de Noemí Sparado.

También en este texto Gusmán acerca lo que parece destinado a estar separado: la mosca y la literatura, la mosca omnipresente, la mosca que está en todas partes, también en la escritura.

Gusmán parece dispuesto a dejar la ficción para adentrarse en el ensayo. Pero su propósito cuenta con un gran obstáculo: él mismo.

En efecto, su imaginación y su capacidad para acercar lo lejano en un magistral ejercicio de asociación libre –después de todo es psiconalista- terminan por revertir el carácter parasitario que suele atribuírsele a la crítica respecto del texto que analiza y, subvirtiendo el orden canónico instituido, hacer de ella un fascinante personaje de ficción. «