Durante la tarde del viernes, el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta y su Ministra de Educación, Soledad Acuña, establecieron, bajo la Resolución 2022-2566-GCABA-MEDGC, y bajo amenaza de sanción, la prohibición del uso de lenguaje inclusivo en los establecimientos educativos de la ciudad de Buenos Aires. Desde un primer momento, académicos, especialista, docentes, organizaciones y sindicatos vinculados con el ámbito educativo se manifestaron en contra de esta norma. Y a partir de allí surgió un nutrido debate y un sinfín de preguntas: ¿Qué es lo que se prohíbe cuando se prohíbe determinados usos de la lengua? ¿Qué poder tiene la prohibición en la institución escolar? ¿Por qué molesta tanto el uso del llamado lenguaje inclusivo? ¿Qué significa esta medida en relación a las políticas que representa Rodríguez Larreta?
A lo largo de la historia, fueron muchos y variados los intentos de disciplinamiento idiomático implementados por disposiciones lingüísticas con el fin de “purificar el lenguaje”: por ejemplo, durante el siglo XVIII se recurrió al purismo en España para detener la influencia francesa impidiendo la incorporación de palabras provenientes del extranjero o del vulgo, evitando así una especie de xenofobia lingüística. Con el tiempo, la actitud purista se fue emparentando con la moral y se fueron censurando todas aquellas palabras que aludían a partes del cuerpo o a secreciones corporales. No hace falta remitirse tan lejos en tiempo ni en lugar: en nuestro país, durante la última dictadura cívico militar, se buscó disciplinar prohibiendo el uso de determinadas palabras o implementando el mal llamado tono “neutro” en los medios de comunicación con el fin de borrar las diferencias regionales al hablar.
En un artículo titulado Ortomanías, Fernando Alfón dice: “A lo largo de la historia, los pueblos han lidiado con facciones de sus hablantes que postularon la imperfección de la lengua o las amenazas que la volverían imperfecta, y propugnaron torcerla hacia su «corrección» o protegerla del peligro. Por correcto —voz que los griegos llamaban orto—, cada facción entendió lo que quiso, pero siempre de manera enfática. Casi nunca bastó con señalar «los males»; siempre creyeron necesario acciones tendientes a extirparlos. Las ortomanías, así, suelen nacer como alarmas, tienden a propiciar reformas y, cuando logran el consentimiento del Estado, terminan en medidas coercitivas. Algunas son célebres por su cariz utópico; otras inofensivas, por la candidez que las anima; pueden llegar a ser crueles, y hasta punitivas.”
La lengua es ese sistema de signos que permite interpretar a todos los demás sistemas de significación: por medio de ella pensamos, creamos, sentimos, expresamos y construimos nuestra identidad. Los signos que la componen conforman un sistema solidario en el que cada uno de sus integrantes depende del valor de los demás componentes (de hecho, la noción de sistema con la que Saussure define a la lengua hace que no sea simplemente un conjunto de elementos aleatorios sino que todos los componentes se relaciones entre sí regidos por una lógica que los reúne). Gracias a esas diferencias es que podemos pronunciar, cada unas de las palabras y por las que, por ejemplo, “sal” se diferencial de “mal”, también gracias a esas diferencias podemos pronunciar un “sí” o un “no” y podemos pedir “ayuda” o “auxilio”. La lengua es uno de los sistemas más complejos no sólo por su nivel de abstracción dado por su naturaleza psíquica sino por su calidad de inmanencia en relación al hablante: para quienes estudiamos los fenómenos del lenguaje, el objeto de estudio que genera interés es tan interno a los hablantes que resulta difícil tomar distancia para reflexionar sobre los fenómenos que é refleja.
La lengua constituye el territorio esencial para la construcción de identidades y subjetividades. En ese sentido, todos y todas hacemos un uso propio de la lengua más allá de la convención social, su regulación gramatical o léxica. Su aprendizaje es previo a la inserción en la vida escolar y, si bien la escuela juega un papel central en su regulación, hay un afuera de esta institución conformado por la familia, la casa, el barrio, el club, las distintas esferas de la vida en general que hacen posible que cada hablante pueda manifestarse de acuerdo a la generalidad pero, fundamentalmente, de acuerdo a su historia, su presente y su particular forma de hablar: la norma establece, fija y ordena pero los y las hablantes de una comunidad la van adaptando, acercando, incorporando de acuerdo al uso que es lo que hace que ese lenguaje esté vivo y mute.
La lengua, parte esencial del lenguaje, es política porque, como sistema de significación y herramienta para la argumentación, posiciona a cada hablante desde una postura y una ideología. En muchos casos, es motivo de conflicto dado que su uso conlleva una tensión permanente y esto de debe, en parte, a que en la batalla por los significados quien nombra es quien define. Y allí se juega el poder.
No es posible concebir una lengua sin sus hablantes: sus cambios y variaciones son precisamente su razón de ser, su rasgo constitutivo y no son las personas como expresión individual sino las comunidades y el tiempo quienes van estableciendo esas normas. No sabemos si el llamado “lenguaje inclusivo” perdurará o no, sabemos que estamos atravesando un momento histórico en el que los modelos binarios están en cuestión y el lenguaje, en su intento de constructor de subjetividades, está buscando la manera de acompañar y “tramitar” ese proceso de desbinarización de los cuerpos.
Querer poner un límite o fijar una disposición acerca del uso de la lengua es algo así como querer colocar un corralito en el medio del mar o en el cauce de un río porque ella es permanente movimiento que desborda cualquier límite o disposición. En su intento por prohibir un uso que, de hecho, ocurrirá más allá de las aulas, esta medida implementada por el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, como toda prohibición, remite a oscuras épocas pasadas y representa un intento de disciplinamiento de las subjetividades basado en la uniformización y la intolerancia.