“De repente, había perdido todo deseo, toda voluntad, toda adhesión a la realidad. La más pequeña tarea me parecía requerir un esfuerzo insuperable, y pasaba los días crucificado en mi cama, esperando el sueño. Un sueño brutal e implacable que por fin me aliviaría de la fatiga de ser yo”. Así describe el escritor francés Thibault de Montaigu en su última novela autobiográfica, La gracia (Emecé), la profunda depresión en que estaba sumido hasta que salió de ella de una forma absolutamente impensable para un ateo explícito como era él: a través de la revelación de la existencia de Dios, es decir, a través de la gracia de la fe.
El escritor tenía entonces 37 años y la revelación se produjo en una vieja abadía de su país. A partir de ella, el autor se dedicó a investigar acerca de su tío Christian, hermano de su padre, quien había sido un hombre atormentado por su condición de homosexual que en su juventud era considerada una perversión y que la sociedad condenaba como un delito. Había vivido gran parte de su vida dominado por los excesos: alcohol, desorden, despilfarro, degradaciones de todo tipo para tener relaciones con otros hombres a escondidas. Hasta que, al igual que su sobrino muchos años después, cuando él ya no vivía, sintió el llamado de la fe y se convirtió en un monje franciscano.
La novela reconstruye largo periplo del autor tratando de hablar con quienes hubieran conocido a Christian, sobre todo en su juventud, para poder saber cómo había sido la vida de su tío.
De Montaigu vivió cinco años en la Argentina. Está casado, además, con una argentina, por lo que habla fluidamente el español. Es, además, el bisnieto del famoso editor Gastón Gallimard, el fundador de la ya legendaria editorial francesa que lleva su nombre.
De paso por Buenos Aires para participar del Festival Internacional de Literatura Argentina (Filba) dialogó con Tiempo Argentino sobre su última novela.
Thibault de Montaigu y los desafíos de escribir
La novela autobiográfica de De Montaigu enfrenta un doble desafío. Por un lado, pone en palabras algo que, según el propio autor, es renuente a cualquier tipo de racionalización y, por lo tanto, es también imposible de poner en palabras. Por otro lado, se trata de una historia “anacrónica”: la literatura actual no abunda en historias de personas que recibieron la gracia de Dios de manera repentina.
-¿Cómo fue tratar de poner en palabras lo que no se puede poner en palabras?
-Como dice Kierkegaard, la razón tiene que rendirse para llegar a ese absoluto que es la fe. Ese fue un gran desafío que me planteó la novela. De hecho, me hubiera gustado ser músico porque creo que la música es de todas la artes la que más se acerca a ese absoluto. De ahí la conocida frase de que dice “Bach es la prueba de que Dios existe”. Escribir es lo contrario porque hay que usar palabras mundanas para tomar un tema que trasciende todo. Por eso La gracia fue un gran desafío y, sinceramente, no creo haber logrado del todo lo que proponía? Lo que hice fue tratar de acercarme lo más posible a ese misterio a través de las palabras. Lo hice con mucha humildad sabiendo que la meta era imposible.
-¿La fe es como el amor, que sucede o no sucede más allá de la voluntad?
-Sí, pero luego de que sucede uno puede decidir no seguir pensando en eso o tratar de explorar ese misterio, que es lo que yo decidí. Creo que hay chispas de gracia en muchos momentos de nuestra vida, pero hay algo que es del orden de lo absoluto que se nos impone. Como el amor, sobre la irrupción de la fe no se puede decidir, pero luego hay un estado de atención, de pura presencia que va con el silencio, con el vacío, con el rezo, con la meditación, con la contemplación. Ese estado de atención, como decía Simone Weil, es muy importante para acercarse a ese misterio.
-Quizá en el mundo de los intelectuales sea más difícil que en ningún otro contar una experiencia de fe. ¿Cómo fue enfrentarse a eso?
-Muy fuerte, sobre todo porque mis otros libros no tenían nada que ver con eso. Primero los amigos que me rodean me dijeron qué estás haciendo Thibault, estás loco, vas a perder a tus editores y a tus lectores, nadie te va a entender, es una experiencia artística muy fuerte que tuviste escuchando canto gregoriano, pero no es nada más que eso. Pero yo estaba habitado por ese libro y sabía que lo tenía escribir porque en él había una verdad y que no debía pensar en la recepción que pudiera tener. Cuando presenté el original de La gracia, mi editor francés lo rechazó. Me di cuenta de que había una cierta desconfianza en el tema, que no entendían y que creían que no había un camino literario en ese tema. De modo que publicar La gracia fue bastante difícil. Finalmente, se publicó en otra editorial y tuvo un éxito que yo no pensaba que podía tener. Creo que los intelectuales y escritores desconfían de lo que representa políticamente la fe. Pero me parece que luego se dieron cuenta de que yo sólo quería relatar lo que me había pasado. Considero que tuvo éxito porque todos, aún quienes no creen en Dios, tenemos una gran fuerza espiritual. Creo que a muchos ateos les gustaría creer. Fue curioso que luego de la publicación de La gracia, se comenzó a editar sobre cuestiones espirituales y religiosas. Creo que se dieron cuenta de que a muchos lectores les interesaba eso. Me dijeron que había creado un género nuevo.
-¿El arte se parece a la fe religiosa? ¿No hay en el arte también una necesidad de trascendencia?
-Sí, totalmente. El arte es una ventana hacia algo que no se puede explicar, que está fuera del mundo, que no es puramente terrenal. Cuando ves un cuadro o una película que te gusta mucho, eso te saca de vos mismo, es una experiencia de salida del propio cuerpo para unirse con un sentimiento que es universal. En el arte hay una comunión porque te permite sentir algo que el otro sintió y en esa comunión hay algo de trascendental y de este modo te saca de tu propia finitud.
-¿En qué cambió tu vida a partir de la experiencia de la fe?
-Diría que en la experimentación de una cierta alegría de la que habla Santa Teresa de Lisieux, una santa francesa del siglo XIX. Es una alegría que se puede sentir tanto en un palacio como en una cárcel, porque es algo que te habita, algo que no proviene del exterior, sino desde dentro de uno mismo. En el resto mi vida no cambió mucho como sí cambió la de Cristian. Es muy difícil cambiar a los casi 40 años, aunque sí siento mucha más cercanía con la gente.
–¿Qué te permite la no ficción en relación con la no ficción?
-Es una pregunta muy interesante. La ficción fue muy importante en el mundo. En Francia, sobre todo en el siglo XIX, se desarrolló mucho con grandes autores como Balzac, Victor Hugo, Dumas, Flaubert, todos esos enormes maestros. Luego, llega el siglo XX en que le nouveau roman trata de destruir todo eso con libros de vanguardia que se arriesgan a experimentar mucho con el género. En el siglo XXI la novela ya no es el género hegemónico de antes.
-¿Por qué?
-Porque antes la gente necesitaba salir para descubrir otros mundos. Si vivías en pueblo pequeño, los libros eran la única ventana hacia el afuera. Hoy en día te levantás, abrís tu pantalla y ya estás conectado con el mundo. En este mundo en que la virtualidad está muy presente, nunca se sabe si estás ante una fake news, si estás dentro del metaverso…La realidad, que hace dos siglos era algo muy preciso, ya no lo es tanto. El contorno de esa realidad es borroso. Hoy hay un camino para reconquistar ese sentido de la realidad que hemos perdido a través de la non-fiction y eso es camino que me parece muy interesante que en Francia tomó Emmanuelle Carrère o Annie Ernaux y, en Estados Unidos, autores como Joan Didion. Para mí es un género que va a crecer y que dice mucho de nuestra modernidad.
–Hoy hay muchos autores que tienen un costado ensayístico aún en obras de ficción.
-Sí, por ejemplo Michel Houellebecq tiene un costado ensayístico.
-¿La gracia fue también un viaje hacia el origen? Te pregunto porque la cercanía de los 40 te hacer tomar conciencia de que tus mayores comienzan a morir y uno es depositario de la memoria familiar.
-Sí, claramente hay en La gracia una búsqueda de mi origen y en el nuevo libro que acabo de terminar, me di cuenta de que sigo en esa línea. Ese libro habla de mi padre y de mi bisabuelo que fue un héroe de la Primera Guerra Mundial. Era un caballero que se murió en una “charge de caballerie” en la que se enfrentó a caballo a hombres con armas de fuego. Una locura. Pero gente como él venía de siglos y siglos de caballería y seguían viviendo en ese mundo que se enfrentó con el nuevo mundo de la tecnología industrial. Fue un choque muy fuerte. Mi padre, que ya murió, me pidió que contara esta historia. Eso influyó mucho en mi familia. Christian era la figura del caballero, de mi padre y, de alguna manera, también la mía. Hay cosas en la vida que nos vienen de uno o dos siglos atrás y que no reconocemos hasta que no comenzamos a buscar un poco en nuestros antepasados. Y la verdad es que uno sabe lo que busca…
-….hasta que lo encuentra. ¿En este sentido la literatura también tiene un carácter de revelación?
-Totalmente. Cuando comencé a escribir La gracia yo quería escribir otro libro sobre un famoso criminal que mató a toda su familia. Luego de la revelación espiritual seguí con ese plan, pero había otra cosa que me estaba llamando y yo no la quería escuchar.