Perla Suez escribe en clave cinematográfica. Necesita visualizar las imágenes de la trama e imaginar todas sus escenas como si estuviera en un set de filmación. Recién cuando siente que la película es creíble comienza su delicado trabajo de poner palabras a las obras en un cuidado montaje de emociones. «Es un ritmo natural -explica- en el que debo controlar lo que en cine se llama el timing, es decir, el ritmo. Es como una música que debo ir llevando con la escritura.»
A partir de esta aclaración de principios, la escritora cordobesa está presentando lo que sería la remake de su obra El arresto (Edhasa), que publicó en 2001 y que luego formó parte de la premiada Trilogía de Entre Ríos, junto a Letargo y Complot. La novela cuenta el fin de la inocencia de un joven de origen judío, que pasó de su previsible hogar en Entre Ríos a la locura de represión y muerte que se desató en Buenos Aires durante la Semana Trágica de enero de 1919.
«Cuando escribí El arresto sentí la imagen de mi padre corriendo y tratando de esconderse en el sótano de la vieja confitería Richmond, en la calle Florida. Había venido a estudiar medicina a Buenos Aires pero en la Semana Trágica se lo llevaron varios días preso. Con ese pequeño detalle autobiográfico, mucho tiempo después pude inventar esta historia experimental», explica a Tiempo.
-¿Cree que la reedición de su novela acompaña hoy cierto recrudecimiento de la violencia institucional?
-Es difícil asegurarlo como escritora, pero me encanta que me lo preguntes. Me gustaría saber qué piensan los lectores. Cuando leo Los libros de los otros, de Italo Calvino, me quedan grabadas las imágenes del mismo Calvino. Lo mismo me ocurre con los escritores que amo, sus imágenes van conmigo todo el tiempo. Por ejemplo, cuando no me acuerdo algo de Moby Dick, cada tanto releo capítulos específicos porque necesito confirmar que está tan bien escrito. Me pasa esto con otros autores, pero hablar de lo mío es muy difícil. Ojalá que El arresto sirva para recordar que hay ideas que deben terminar. Pero lamentablemente, el mundo en general parece ir para otro lado.
-Usted es una reconocida autora de obras infantiles e incluso ha sido premiada en no pocas ocasiones (ver recuadro). ¿Se siente encasillada como si eso le impidiera escribir otras cosas?
-Es verdad, a veces te encasillan a pesar que seas conocida en el ambiente. La escritura para niños es una tierra peligrosa porque también es una tierra de nadie. Lo que se publica no es todo maravilloso.
-¿Por qué tan crítica?
-Porque me preocupa mucho, es un gran interrogante. Obviamente, hay un grupo de escritores maravillosos que trabajan desde una línea muy interesante. Pero también siento que existe algo del mercado editorial, vinculado con el mundo de consumo en el que vivimos, que se ha convertido en una máquina infernal que está triturando niños. Puede parecer muy cruel, pero encuentro libros bellísimos, con una edición gráfica perfecta, un diseño exquisito, pero que tienen textos realmente lamentables. Y esa es mi preocupación.
-¿Le gustan los nuevos libros álbum?
-No sé si están de moda, pero me encantan. Siento que es un libro muy especial y raro, y eso me gusta, creo que le va a hacer bien a la literatura infantil porque no tiene una especificidad de edades. Lo pueden leer desde un niño hasta un anciano. Es un objeto maravilloso, que llega desde lo visual pero también, si el texto es bueno, puede tocar temas muy fuertes. Creo que nos sigue faltando mucho camino y autocrítica porque las editoriales piden y los escritores se enfrentan con esa cosa de sobrevivencia. Digamos que siempre estamos en el filo de la navaja con el trabajo. Pero no debemos olvidarnos de cuidar lo que estamos brindando. En un mundo extremadamente violento y complicado, hay que trabajarles todos estos temas. Hay que arriesgar, la literatura es siempre riesgo.
-¿En alguna oportunidad se planteó algún límite en estos riesgos?
-El único límite que veo es que hay un registro de la lengua que no va para niños. No puedo plantearles complejidades abstractas demasiado oscuras, en el sentido del lenguaje, porque no va a ser claro para ellos. Y lo van a dejar. Pero igual creo que más allá de eso los temas son todos y hay que trabajarlos. Insisto, hay que arriesgar.
-¿Prefiere escribir para niños o para adultos?
-Depende, son distintos momentos. Si bien estoy entrando fuertemente, pero cuidándome mucho, al tema de los libros álbum, en este momento estoy viviendo una etapa de literatura para adultos y estoy muy consagrada a ella.
-¿A qué lo atribuye?
-Creo que hoy me llevan a escribir preguntas que me hago sobre el mundo que vivimos y los tiempos que nos tocan. A partir de ahí surgen distintas problemáticas y tramas complejas, de mucha tensión, influenciadas por el cine de David Lynch. Debo reconocer que estoy muy ‘lynchiana’, buscando un clima onírico, oscuro, algo que obviamente no es para niños. Se trata de una complejidad que es para otra etapa de la vida, estoy entrando en un mundo cada vez más oscuro. Ya tengo la trama y los borradores, pero ahora viene el trabajo profundo de tallar y de experimentar. Yo estudié cine y me viene de ahí la necesidad de tener una trama. Para mí es muy interesante esto que el cine entra en la literatura y es acá donde aparece el trabajo de montaje. La idea de que tal escena puedo cambiarla de lugar para que el conflicto se agudice. A veces veo que empiezo una historia de una manera aburrida y descubro que es mucho mejor hacerlo con una escena intensa, como una especie de flashback, ir y volver.
-¿Todas sus novelas han sido planteadas así, en términos cinematográficos?
-Sí, va más allá de lo que me propongo. Me sale así, es un ritmo natural en el que debo ir viendo el crescendo y controlando lo que en el cine se llama el timing, es decir el ritmo. Es como una música que tengo que ir llevando con la escritura, lo tengo internalizado en mi trabajo. Una vez que tengo la trama definida, la preocupación es cómo voy a engatusar, enganchar, al lector para que crea que va a pasar esto y al final ocurra otra cosa. No digo nada nuevo, pero bueno, la preocupación siempre está en recorrer un camino experimental y plantearme un desafío, transgrediendo los rumbos ya conocidos. Por eso me es difícil escribir después de las distintas obras que hice. Siempre trato de no repetirme. No sé si me da.
-Teniendo en cuenta su pasión por el cine, imagino que debe estar orgullosa de la adaptación que están haciendo de su novela El país del diablo.
-La verdad que sí (nos pide que recordemos el staff de la película, compuesto por los productores Daniela Martínez Nannini y Martín Lapissonda, el director Ignacio Luccisano y la guionista Agostina Guala). Están trabajando desde hace dos años y ya hicieron seis versiones diferentes del guion. Esperemos que se solucione el tema del INCAA, porque de eso también depende que continuemos publicando libros. Si bien nosotros no tenemos un instituto del libro como tienen los cineastas, todo tiene que ver con una dirección cultural que debería fomentar la producción nacional. Me puso muy triste lo que pasó en el INCAA, no conozco la interna pero el rechazo de la gente del cine fue muy fuerte. Espero que se respete el cine nacional porque de eso también depende nuestra cultura y nuestra mirada de la realidad. ¿Qué vamos a hacer con una cultura vacía?
-Acaba de plantear que la publicación de libro está directamente vinculada con este conflicto.
-No soy una experta en el tema, pero
-Bueno, es escritora.
-Claro. Lo que pasa es que yo hablo de todos los artistas, desde los músicos y escultores, a los que bailan y todos los que tienen que ver con la cultura. Me pregunto si una bailarina clásica podrá seguir presentándose en el Teatro Colón o en el San Martín, además de representarnos en el exterior. ¿Podremos seguir escribiendo y traduciendo libros? ¿De qué vamos a hablar?
-¿Tiene las respuestas?
-Tenemos que remar contra la corriente del vaciamiento cultural, que trata de uniformarnos y de convertirnos en seres autómatas. Tal vez exagere, pero es lo que siento. Por algo han aparecido los zombies en el cine. No quisiera que nos convirtiéramos en zombies y nos limitáramos a ocupar un lugar en el planeta. Y ni hablar del aspecto ecológico. Sangro cada vez que me entero de un derrame de agroquímicos. Sangro cada vez que escucho que hay una explosión en una mina, o que abrieron un camino equivocado con explosivos y los animales quedan atrapados, como ocurrió en mi pobre provincia Córdoba. Sangro con la guerra que está empezando. Sangro con el muro de México. Sangro ante cada femicidio
-¿Cree que la violencia de género es un tema para abordar en una posible novela?
-No lo sé, porque cada vez que me propongo un tema no sale.
-¿Cómo es eso?
-Por ejemplo, me digo que tengo que escribir sobre este tema que me toca tan profundamente, con todo lo que está pasando en la sociedad con estas muertes y estas reacciones brutales. Es un tema que hoy está visibilizado. Pero la escritura no sale así, no sé cómo sale. No es que me propongo escribir sobre un tema y lo hago naturalmente. Puedo estar cortando una planta en mi casa y de golpe aparece una imagen. Entonces, ahí voy, la anoto y eso va creciendo.
-Acaba de referirse a Córdoba, pero vivió toda su niñez en Entre Ríos. ¿Dónde siente que están sus raíces?
-Es verdad, nací en Córdoba pero me crié en Entre Ríos hasta la adolescencia. Luego estuve en París durante la época de la dictadura y ahora vivo en Córdoba. Pero a pesar de estos cambios, básicamente me siento muy argentina. Ya no me puedo separar de lo que absorví en mi infancia, pero ya no podría vivir allí. A menudo vuelvo, pero veo otro pueblo, ya no están los bichitos de luz que juntábamos en frascos. Y eso lo lamento mucho porque es una consecuencia directa de los agroquímicos que están destruyendo todo. Los bichitos de luz eran algo simbólico, ya desaparecieron esas luces que estaban en las noches de verano alrededor de los niños.
-Dice que ya no podría vivir en Entre Ríos, pero es como si lo hiciera a través de sus recuerdos.
-Es una parte de la que no me pude separar en la Trilogía de Entre Ríos, y en La pasajera tampoco. Pero siento que ya me liberé de eso, si esos bichitos de luz me dieron el mandato de escribir, ya está, ahora estoy en otra búsqueda. Con El país del diablo ya hice otro camino y me propuse una especie de western de la patagonia, mirando un poco a Tarantino y al spaguetti western.
-Acaba de decir que se siente liberada, ¿acaso sentía un mandato familiar para escribir sobre Entre Ríos?
-Yo vengo de una familia judía muy lectora y con un tío, Máximo Yagupsky, que era un intelectual muy marcado en la colectividad. Los libros siempre fueron parte de mi infancia. Tengo una imagen grabada a fuego de mi abuelo arando la tierra con una mano y con la otra leyendo un libro. Mis padres nunca me prohibieron ninguna lectura. Recuerdo que a la hora de la siesta me trepaba al sofá para ver qué libro podía hojear.
-¿Es una mujer religiosa?
-Totalmente atea, como la familia de mi madre. Mi padre siempre me decía que debía hacerme preguntas e interpretar la vida. Que la vida no había que leerla de memoria.
-¿Por eso es atea?
-Por eso creo mucho en las palabras.
-No me respondió si se sentía liberada de aquel mandato familiar.
-(Se toma unos segundos) Sí. Es un sí rotundo porque siento que todo el tema de la Trilogía y la cuestión de los inmigrantes en Humo rojo ha sido un cierre de mi capítulo personal de Entre Ríos. Ya estoy en otra historia. «
La próxima, una novela «muy oscura»
Perla Suez publica y al poco tiempo es premiada. Por sus libros infantiles Dimitri en la tormenta, Memorias de Vladimir, Espero y Uma, recibió la mención especial del Premio de Literatura Infantil José Martí, el White Ravens y el Premio Octogonal de París. Su novela Letargo fue finalista del Rómulo Gallegos, la Trilogía de Entre Ríos fue distinguida con el premio de Novela Grinzane Cavour y el primer premio municipal de Novela del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La pasajera permitió a Suez ganar la prestigiosa beca Guggenheim, Humo rojo obtuvo el premio nacional de Novela y El país del diablo recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz.
-¿Cuál será su próximo premio o novela, como prefiera?
-(Sonríe). Va a ser una novela muy oscura, mucho no puedo adelantar, sobre un personaje gris, muy del montón, que son los personajes que justifican mi escritura. Tiene que ver con toda una complejidad oscura que vivimos.
-¿Dónde transcurre?
-No puedo escribir sobre ningún lugar que no sea el mío, la Argentina. La novela tiene lugar en nuestro país, en el límite con Paraguay. Es una historia contemporánea que ocurre entre los años ochenta y noventa del siglo veinte.