Cuarteto Cedrón, obra completa repatriada es el título de la amplia muestra que tiene como protagonista a Juan «Tata» Cedrón y su historia musical de más de cinco décadas. La retrospectiva, que se puede ver los fines de semana hasta el 15 de julio en el Teatro El popular, ubicado en Chile 2080, permite adentrarse en el mundo del cuarteto por medio de afiches, long-plays originales, partituras, fotografías, videos, artículos periodísticos, objetos y libros referidos a la trayectoria del Tata, además de films de Jorge Cedrón y otras producciones del clan familiar. Además, ya está en marcha un ciclo de conciertos del cuarteto con músicos invitados que culminará los sábados 8 y 15 de julio.
Además, el 21 de julio a las 18, en una función única, el Cuarteto Cedrón presentará en vivo su edición más reciente, un disco de recopilación con canciones que se aproximan al mundo infantil. Ese día, integrará también el espectáculo el grupo La Musaranga, que aportará títeres y juegos de kermés.
El motivo de esta verdadera celebración es la reedición local de toda la discografía del Tata tanto como solista como con su cuarteto. «A este ciclo dice decidimos llamarlo Repatriación del cuarteto porque en 1964 grabé tres discos con Juan Gelman y otro para CBS llamado Gotán. Después seguí grabando varios discos acá y más tarde lo continué haciendo en Europa con obras de Raúl González Tuñón, Julio Cortázar, César Vallejo, Acho Manzi, Dylan Thomas, Bertolt Brecht… Pero estas ediciones estaban desperdigadas en Argentina y en Francia. Ahora, gracias al sello de Lucio Alfiz, pudimos reeditar en CD la totalidad de ese material que andaba perdido por todos lados.»
¿El cuarteto tiene una especie de sofisticación rea?
Es real. Tuñón era un fino atorrante y reo. Juan Gelman nos definió como el antitango. Nosotros teníamos un concepto estético general que no era el usual en esos momentos. Por ejemplo, el arte de tapa del disco Fábulas, que fue editado en 1964, es previo a la famosa tapa del disco de Almendra. En aquella época en las tapas solía aparecer la fotografía de los artistas. Nosotros ilustramos el disco que hicimos con poemas de Gelman con el arte de mi hermano Alberto. Algo similar hicimos con la tapa roja del ladrón en el disco con poemas de Raúl González Tuñón.
¿Cómo se relacionaban con el movimiento de música joven de los ’60?
Había una relación generacional entre lo que hacíamos nosotros y lo que hacían músicos como los de Almendra o Litto Nebbia. Incluso, nosotros definíamos nuestras canciones como baladas y no tanto como milonga o tango. Había temas que hacían los rockeros que fácilmente se podían interpretar como milongas. Pero ellos estaban más pendientes de lo que venía empujando en todo el mundo, que fundamentalmente era la música de los Beatles. De todos modos, creo que lo que se llevó a cabo respecto de la música y de la cultura en general en aquella época era una política de penetración. Yo en ese momento no lo veía así. Sentía que el rock inicial de fines de los sesenta podía ser la continuación del tango ya que encaraba una temática urbana que, desde ya, era muy distinta a la que había en los treinta o en los cuarenta. Pero posteriormente ese impulso inicial se fue degradando hasta llegar a una música de rock de un nivel muy pobre, como el que se hace ahora. Es entonces cuando te das cuenta de que esa penetración tuvo éxito porque entendés para qué se llevó a cabo.
De modo que no fue casual la imposición de ciertos modelos culturales.
Esa penetración no fue inocentemente dirigida hacia la música. Fue una bandera para hacer lo mismo con la economía, con la política, con todo lo que lamentablemente estamos viviendo y padeciendo en estos momentos. Se empezó por la música y luego se fue extendiendo a diversas áreas de lo social. Ese vuelco se empezó a dar a partir de los ’50 y explotó en los ’70, ya que el disco era el quinto negocio en el mundo en esa época. Fue una política del sistema capitalista y fue algo para nada inocente.
¿Qué perlitas se pueden encontrar en la muestra?
Hay un material extraordinario, al punto de que todavía me asombra a mí mismo al ver que toqué tres veces en el teatro la Fenice de Venecia o en el Concertgebouw de Amsterdam, que es una de las salas de conciertos más importantes del mundo. ¡Me alojaban en el camarín en el que estuvo Toscanini, y yo no lo podía creer!
La ausencia está muy presente en la muestra.
Es así porque en su momento yo no lo escuché a Charly García, pero él tampoco me escuchó a mí, porque yo retorné a la Argentina en 1984 y venía dos o tres meses para hacer algunas presentaciones y volvía a Europa. En Francia escuchaba cosas que yo ya tenía, como discos de Ramón Ayala o de folklore y chamamé. Y la gente de esa generación, identificada principalmente con el rock, tampoco tuvo oportunidad de conocer lo que yo hacía. En cambio, desde hace 15 años que estoy nuevamente acá y el cuarteto consiguió volver a tener una presencia.
¿Hay músicos que hoy levantan la bandera estética del cuarteto?
Hay una generación de músicos nuevos que en cierto modo siguen nuestros pasos y que están ligados a nosotros, como Marcelo Barberis, que canta tangos tradicionales; el Trío piraña cuyo compositor, Daniel Frascoli, toca también el guitarrón con nosotros; la cellista Josefina García, quien tiene una agrupación y toca en nuestro cuarteto. También hay propuestas muy originales, como la de Petrogrado, un dúo de guitarra y bandoneón que hace tango ruso. Además están los cantores como Lidia Borda, Hernán Lucero o Cucuza Castiello, que apelan a lo tradicional pero le otorgan un giro interesante, que refresca. Es interesante lo que está ocurriendo con el tango últimamente, porque los nuevos artistas se están liberando de la herencia de Piazzolla y de Pugliese y están buscando hacia más atrás en el tiempo. Se identifican con nosotros porque se dan cuenta de que el cuarteto no se parece a nadie, pero consiguen embarcarse en su propia búsqueda e identidad estética.
Todos tus hermanos tienen una destacada presencia en el campo cultural.
Con mi familia nos radicamos en Mar del Plata cuando yo tenía 10 años, y fuimos a vivir en el medio del campo, en una casa con piso de tierra e iluminada con un sol de noche. Estuvimos ahí entre el ’51 y el ’62, que fue el año en el que hice el servicio militar. La película El habilitado, que filmó mi hermano Jorge en 1966, la hizo en el terreno en el que vivíamos nosotros y trabajaba mi hermano Billy junto con Héctor Alterio, Ana María Picchio, Walter Vidarte y José María Gutiérrez, entre otros. Mi hermano Alberto hizo su primera exposición de pintura en 1962 en Córdoba. Mi hermano Osvaldo ya era arquitecto y construía viviendas sociales y yo grabé mi primer disco en 1964. Había un núcleo familiar en el que la cultura tenía un peso muy fuerte. Trabajábamos como caddies en el campo de golf, ayudantes de bañeros, pintábamos casas, lo cual también nos dio un respeto por la cultura del trabajo. En 1965 fundé Gotán, un boliche en el que teníamos teatro con Tito Cossa, Paco Urondo, Federico Luppi, Luis Brandoni, Norma Aleandro, Adriana Aizemberg, Héctor Alterio; jazz con Rodolfo Alchourron, la Porteña Jazz Band, tango, folklore…
Era una época muy rica en materia cultural.
Sí, y por eso yo me enojo cuando se tiene una visión limitada de lo que ocurrió en ese tiempo. En canal Encuentro (en el viejo Encuentro) hicieron una serie de programas que retrataban las décadas del siglo pasado. Y al ver a la correspondiente a la de los años sesenta, ejemplificaban a la cultura de esa década con El Club de Clan y el Instituto Di Tella. Me comuniqué con Tristán Bauer para comentarle esto y me dijo que se le había pasado… ¡La cultura de esa década estaba enmarcada en Piazzolla, Yupanqui, Falú, Cortázar, Gelman y tantos otros…! Esas omisiones se pagan caro, porque se instala que lo que pasó en una época es totalmente banal y mercantil. Esos errores no se pueden cometer, porque después el costo que se paga es muy alto.
¿Cómo ves el panorama actual de la Argentina?
Estamos invadidos por una ola de mediocridad muy grande, tanto en lo cultural como en lo político. Remeras con leyendas en inglés, la gente embobada con los celulares. Estoy un poco decepcionado ya que siento que estamos rodeados de una neblina de gas tóxico de dos metros de altura para que todos la respiremos y nos muramos, como señalaba Roberto Arlt. «