Decir que Stella Calloni entrevistó a los líderes más importantes de la segunda mitad del siglo XX no es una exageración. Desde Fidel Castro y Muamar Khadafi a Yaser Arafat, Felipe González, Omar Torrijos, Hugo Chávez y siguen las firmas. Tampoco lo es decir que es reconocida por su investigación de la trama del Plan Cóndor para la que hurgó en los documentos originales que involucran a los organismos de inteligencia y los gobiernos de Estados Unidos con las dictaduras regionales en los ’70.
Pero paralelamente a su tarea periodística, una profesión que la atrapó desde joven, Stella Manuela Juliana Calloni Leguizamón escribió poesía y acaba de publicar su primera novela, La cabeza https://www.prensa-latina.cu/2023/05/15/debemos-recuperar-la-patria-grande-asevero-argentina-stella-callonidesaparecida de Pancho Ramírez (Ediciones Continente). Una historia que conoció en su infancia en Entre Ríos («Nuestro mundo, dice, se dividía entre artiguistas y ramiristas»)-y que luego de toda una vida dejándola “para más adelante”, ahora que acaba de cumplir 88 años y dice que tiene “fecha de vencimiento”, se decidió a mandar a imprenta.
–Es un libro para paladear, porque más allá de la historia, tiene un cuidado de la lengua, del idioma castellano, que lleva al disfrute de leer.
–Soy maniática de la escritura, sí. Yo misma lo disfruté mucho. Anduvo tanto tiempo en mi cabeza…
-¿Desde cuándo?
-Desde que fui adolescente. Yo vivía con unas tías en Paraná, en una casa como conventual, porque la gente cerraba las puertas temprano. Entonces leía muchos libros de historia. Ellas eran ramiristas, igual que los Leguizamón, que eran del mismo tronco familiar que Martiniano Leguizamón. Eran de origen vasco y se vinieron a Entre Ríos desde el Paraguay. Yo leía todo eso. Había sacado un premio por una composición que había hecho sobre la Guerra Gaucha. Mi profesor de Literatura me decía que yo tenía que hacer Letras, pero para eso me tenía que quedar a vivir con las tías. Esa debía ser mi verdadera carrera, pero vine a Buenos Aires para estudiar Medicina. Sin embargo, cuando tuve que estar al lado de los enfermos me di cuenta de que eso no era lo mío. Pero siempre escribí. Me acuerdo que le hice un poema a Evita, que lo recitaba con los amigos. Yo estaba muy metida con la poesía.
-Escribiste bastante poesía.
-Si, claro, por ejemplo el libro Carta a Leroi Jones, publicado en Panamá, México, Colombia, traducido en EEUU y en Francia. Cuando vine a Buenos Aires, la primera acción fue ir a visitar los lugares donde estaban viviendo los exalumnos de mi mamá, que fue una maestra rural en un pueblo que había fundado mi abuelo, en el campo total. Cuando me instalé seguía leyendo: Kafka, (Niestszche) Así hablaba Zaratustra. Pero siempre estuvo esta historia.
-¿Qué quiere decir ser ramirista?
–Nuestro mundo se dividió entre los artiguistas y los ramiristas. A mí me parece que eso es falso, porque (Francisco) Ramírez y Estanislao López, que era el caudillo de Santa Fe, fueron la parte más fuerte del apoyo a (José Gervasio) Artigas en su lucha. Fueron extraordinarios lugartenientes, que era como se decía antes. Yo pensaba, cuando recorría esos caminos hacia el medio del monte, cómo habría andado Ramírez en esos lugares, porque aquello era una gloria de flores y pájaros y monte cerrado que te hace vivir de otro momento la niñez y la adolescencia, cargada con la magia que hay en ese mundo, cargado, a su vez, con el lenguaje campesino que te queda grabado para toda la vida. Eso me ayudó a ir pensando de dónde puedo partir para contar la historia. Empecé a hacer bocetos del libro, después…
-¿Cómo fue que se te dio por contarla?
–Me encantaba esa figura, ese hombre, y además porque de verdad mucha gente muy vieja, ahí, en el campo, decía que lo veían pasar a veces a la tardecita, con cabeza o sin cabeza, su poncho al viento. Siempre lo vieron a Ramírez. Además, es una figura romántica, porque él murió por salvar a su compañera, Delfina, que también tiene una vida misteriosa, porque algunos la ponen como nacida en Brasil. Desde chica se acostumbró a andar a caballo. Lo que sí es que nadie te puede decir dónde la encontró, y eso es lo hermoso y misterioso. Todo eso va creciendo en la imaginación adolescente…. Muchos de los alumnos de mi mamá los encontré en la isla Maciel, habían venido a trabajar en los frigoríficos. Cuando uno llega acá del campo se siente asombrado, imaginate. Después me fui metiendo en la vida política, en las cosas que pasaban…
-¿Cuando dejaste Medicina qué hiciste?
–Periodismo, pero también me metí en unos líos, porque me fui a Misiones a llevar un encargo para una guerrilla que entró en Paraguay, en 1959. Yo había ido a llevar los remedios que me había pedido una enfermera, porque yo había hecho terapia ocupacional cuando la epidemia de poliomielitis en el 56 y me metí en el hospital a ayudar. Me quedé casi un año en la selva, en unos campamentos. Había tres grupos distintos además del FULNA. La guerrilla recibía ayuda de la izquierda, pero también de la Libertadora, que no lo quería a (el dictador Alfredo) Stroessner porque lo había querido cobijar a Perón. Pero hay documentos de que EEUU presionó a Stroessner para que lo recibiera porque sino no podían terminar con el golpe. Esa vida en la selva también es absolutamente mágica. Ese mundo terminó siendo mi primera publicación de cuentos y también poesías. Mi primer libro fue Los subverdes: yo partía del subdesarrollo, “nosotros los subdesarrollados”. ¡Cómo se van armando las cosas¡, porque yo tenía esa historia de la selva, donde te cuentan infinitas leyendas. Decía el general Torrijos cuando le preguntaron por el realismo mágico: “no hay realismo mágico, acá la realidad de nuestros países es mágica”. Todo ese mundo tan rico que no lo hemos transmitido, con los emigrantes, los gauchos judíos. El peso que tiene Buenos Aires es que no sale de la literatura es urbana, cuando hay magníficos escritores del interior, entrerrianos como Evaristo Carriego. Habría muchísimos más, si no hubiera esa frontera.
–Contame un poco más tu incursión en la literatura.
–Yo escribí un libro de cuentos que fue El hombre que fue yacaré, que gustó muchísimo, con prólogo de Juan Gelman. Pero desde el 76 en adelante ya me metí en el periódico Uno más Uno de México. Después terminé viajando por El Salvador, por Nicaragua, fui corresponsal y la vida era un movimiento constante. ¿Cómo te sentás a escribir? A mí me trajeron con ACNUR desde Panamá cuando fue la invasión, en el 89. Yo había pedido refugio, porque si bien yo no era de ninguna organización armada, me juntaba con ellas. Cuando volví, ya en tiempos de Alfonsín, era corresponsal de La Jornada de México y me quedé. Un día me levanté recriminándome: “porque yo esta novela la tengo que hacer”. Y empecé a escribir y escribí 50 páginas que no las tuve que tocar para nada, salvo pequeñas cosas. Pero fue increíble.
-¿En qué año fue?
-En el 94 o 95. Escribí en dos días sin parar. Son las primeras 50 páginas. Yo quería empezar con Ramírez pero hubo una fuerza que me llevó a empezar con Estanislao López. Lo primero fue ese monólogo largo y luego empezaron a salir un montón de cosas. Pero después tenía que seguir. Entonces tuve que viajar a Paraguay por los archivos, que fue cuando hice tres notas grandes del Plan Cóndor por La Jornada y después fue que dieron ese premio en EEUU (North American Congress on Latin America, NACLA). Porque todos cuentan del plan pero yo conté quien estaba detrás del Cóndor y está todo lo que EEUU hizo durante el golpe de Allende. Ese viaje me cortó otra vez. Y yo me decía ¿cuándo terminaré con el periodismo? Me fui metiendo cada vez más, enredándome cada vez más. Pero mientras tanto fui publicando libros de poemas, como Memorias de trashumante, de entrevistas como Mujeres de Fuego. Cuando volví pensé que aquí iba a estar todo muy tranquilo.
-Acá nunca va a estar tranquilo (risas).
-No, no. Yo el único período de cierta racionalidad que viví fue durante el gobierno de Perón, una cosa totalmente distinta que no se repitió más.
-¿Hasta el ‘55?
-Si. Yo eso lo viví en el interior, porque era muy fuerte esa presencia de Evita. Hasta mi mamá le pidió para la escuela, a la que nunca llegaba nada. No había ni cuadernos. Mi mamá pedía el papel de estraza, ese gris, los cosía y esos eran los cuadernos para los chicos. Después empecé a seguirla (a la novela) y la fui terminando y cuando estaba terminada, los amigos que venían me decían ¡¿pero por qué no publicas esto?!”.
-El libro se podría contar en clave actual. La historia de Ramírez, el error de haberse alejado de Artigas.
–Artigas era una figura políticamente mucho más importante que estos muchachos (por López y Ramírez) porque tenía más preparación y todo. Ellos también lucharon por una patria federal, hasta la muerte. A Ramírez lo recibieron acá y (Manuel de) Sarratea, que era muy sibilino, los llevó a negociar y terminaron firmando algo que cuando vos mirás el Tratado de Pilar, lo terminaron convenciendo sobre todo de que Artigas quería entregarnos a los portugueses, que iba contra la República Argentina. Artigas era muy impulsivo pero, a la vez, era un personaje extraordinario, porque tenía una visión mucho más avanzada. Estos habían sido como sus hijos, porque habían empezado muy jóvenes. El enojo de Artigas es por ese pacto escrito de tal manera que podía entenderse en su contra. El centralismo porteño que tan bien definió el Colorado (Jorge Abelardo) Ramos, que le llamaba “la pandilla del barranco”. Hay dos historias o tres de los mismos hechos, donde vas a encontrar la verdad, pero la mayoría sigue la historia de (Bartolomé) Mitre, y ahí empieza la confusión.
–Eso trasladado a hoy en día, lo difícil que es generar una idea de integración regional y lo fácil que resulta destruir todo eso. Pienso en la Unasur y todos los intentos que se han hecho.
–Cuando yo estaba terminando el libro me dije “este libro sirve para ahora”. Es el momento en que nos preguntamos por qué todavía estamos en el siglo XIX, donde se ve por qué los porteños siempre le rechazaban los enviados a Artigas. Porque evidentemente él tenía esa visión… en este libro de alguna manera yo quería tocar el punto en que me afectaban. Hoy en día es fácil decir Pancho lo traicionó a Artigas. Mi criterio era cómo logran desunirte, con qué facilidad lo lologan. En realidad te das cuenta de que Artigas sin ellos no podía seguir la guerra. No tuvo el acompañamiento que debió tener. Pero si hubiera sido una traición, Ramírez no le hubiera enviado el documento para que lo viera. Artigas no quiso volver a Uruguay, sintió que lo habían traicionado y se fue a Paraguay y esa historia termina triste.
Del barro de la realidad a la ficción
Por momentos, pareciera que Stella Calloni se sintiera culpable de haber escrito ficción, acostumbrada de toda su vida a mostrar los hechos metiendo los pies en el barro.
“Mi miedo era que familiares de López tomaran a mal que yo pusiera en su boca cosas que yo había escrito. Cualquiera sabía que López no hablaba así, Vinicio, el que cuenta la novela, soy yo. Tuve que poner todo en boca de un hombre porque era increíble que una mujer pudiera estar haciendo esos bocetitos”.
En su larga carrera periodística, Calloni tuvo logros impactantes, más allá de quizás su cumbre, que fue la investigación sobre el plan criminal de las dictaduras de los años setenta. “En Mujeres de fuego, tengo una entrevista con la esposa de (el líder colombiano asesinado en 1948 Jorge Eliécer) Gaitán –recuerda, entusiasmada- La mujer se robó el cadáver del hospital y lo enterró en el comedor para sacárselo a los liberales, que querían hacer figurete con él”.
También en ese texto, subtitulado “Historias de amor, arte y militancia”, hay entrevistas con la dirigente comunista argentina Fanny Edelman, que había estado en la Guerra Civil española “y llegó a tener el sudario de Evita”, relata Calloni, “Ese libro me permitió hacer tres ensayos, uno de Frida Kahlo, uno de Manuela Sáenz (quien fue amante de Simón Bolívar) y otro de una escritora mexicana que fue la primera que publicó un libro sobre Chiapas, Rosario Castellanos.