Suele decirse que para un escritor su patria es su lengua. En el caso del poeta Joan Margarit que, a los 81 años, acaba de ganar el Premio Cervantes, la afirmación parece rigurosamente cierta, aunque su caso es más complejo.

Su lengua materna es el catalán, pero el castellano es el idioma que se le impuso. «Tengo dos lenguas –dijo apenas se conoció quién era el merecedor del galardón- gracias a que el general Franco me metió una dentro a patadas. Pero la lengua es inocente, así que gracias a eso tengo dos lenguas: la materna, que es el catalán, y la que no pienso devolverle a aquel señor». Cuando era un chico de 5 años, un hombre uniformado le pegó en la calle  por tener la mala educación y el desparpajo de hablar en catalán, en vez de “hablar en cristiano”. Pero lejos de convertir ese hecho en resentimiento, lo transformó en poesía y creó una obra bilingüe porque, después de todo, vivió siempre en dos lenguas.

Dicen que estaba sentado a la mesa por comer un plato de garbanzos, cuando sonó el teléfono y le anunciaron que era el ganador del premio al que llaman el Nobel de la lengua castellana. Se sabe que el celular suele ser inoportuno y molesto, de modo que debió aplazar el plato de garbanzos para atender a la prensa.

Fue sometido a muchas preguntas y siempre dio las mejores respuestas. Por ejemplo, cuando le preguntaron por los motivos que lo impulsaron durante toda la vida a escribir poesía, contestó: “Trabajo para consolar a gente solitaria, que somos todos. Con eso es con lo que me siento identificado. Y me siendo identificado en dos lenguas”.

Arquitecto de profesión al igual que su padre, se jubiló como profesor de Cálculo de Estructuras de la Universidad Politécnica de Cataluña y para él la poesía fue una forma de construir refugios donde alojar a los desconsolados. «La tarea del poeta, igual que la de arquitecto, -dijo alguna vez- consiste en construir una estructura sólida.” Uno de sus poemarios del año 2005 se llama, precisamente, Cálculo de estructuras.

Nació en Sanahuja, Lérida, el 11 de mayo de 1938, en la casa de su abuela, lugar en el que se habían refugiado sus padres debido a la Guerra Civil.

Escribió más de 30 libros de poesía, el primero de los cuales es Cantos para la coral de un hombre solo (1963) y el último, Un asombroso invierno (2018). Escribió, además, un libro de ensayo, Nuevas cartas a un joven poeta (2009) y su autobiografía, Para tener una casa haya que ganar la guerra (2018). En ella no pasa revista a toda su vida, sino que llega a la primera juventud. La pregunta que subyace en este relato biográfico es por qué las vidas se construyen de una forma y no de otra.

También ha dejado huella en la arquitectura a través de la construcción de diversos edificios entre los que se cuentan el estadio y anillo olímpico de Montjuic. Forma parte, además, del equipo que dirige las obras de La Sagrada Familia, emblema de Barcelona concebido por Antonio Gaudí.

Ha recibido numerosísimos premios tanto en el ámbito de la lengua catalana como de la lengua castellana. En este mismo año, antes de hacerse acreedor al Cervantes, dotado de una suma de 150.000 euros, le fue concedido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana considerado uno de los más prestigiosos del mundo.

A pesar del reconocimiento que obtuvo a lo largo de su vida por su trayectoria poética nunca ha dejado de considerar la poesía desde la humildad. Está convencido de que es una simple herramienta que sirve para consolar en los momentos de dolor que inevitablemente atraviesan todas las vidas.

Además de escribir poesía se ha dedicado durante toda su vida a pensar sobre ella.  Estos pensamientos no han sido registrados de manera orgánica en un libro teórico, pero suelen asomar en sus declaraciones y en sus prólogos.

Dijo en el prólogo de la primera edición de Estació de França: “Diría que la primera noticia que tengo respecto de la existencia de un poema no es ni tan sólo verbal. Y aquí comienza el misterio de la palabra poética. Se puede tener una -o varias- lenguas de cultura, y puede ser que ninguna de éstas sirva para entrar en el lugar donde está el poema. Como en los cuentos, se trata de entrar en una cripta y es preciso conocer la contraseña para abrirla. Todas estas cuestiones son irrelevantes cuando la lengua materna y la de cultura coinciden. Cuando no es así, la lengua de cultura puede ser una catedral edificada sobre una cripta inaccesible.”

No hay ninguna información, hasta el momento, sobre si Joan Margarit logró terminar, por fin, su plato de garbanzos.